lunes, 26 de julio de 2010

Suiza.

Es increíble cómo ninguno de vosotros acertó el destino real de mi viaje. Bien es cierto que prácticamente nadie acierta nunca; menuda intuición de habas... Bueno, permitidme escribir "de abbas", que suena más musical y para eso me he pasado un año con niños de seis años de ortografía con esguince. Y también es verdad que cualquiera de los otros destinos era igualmente apetecible.
Pues a Suiza que me fui. Surgió la idea de Óscar, si no recuerdo mal, que conocí un día por esas webs que ustedes ya saben que manejo y, aunque en plan de mera y sana amistad, nos pareció buena idea escaparnos los dos a algún sitio. Una vez descartados algunos que yo ya conocía (ya empiezo a poder declararme un hombre viajado, aunque decirlo me eche años encima), nos pareció que este país resultaba enigmático, ahí en medio de Europa, lleno de unos idiomas que entonces aún no sabíamos seguro cuáles eran, y asequible al parecer en pocos días dado su tamaño.

Si uno lo que quiere es hacer un viaje del que poder volver con fotos agradables y bonitas, Suiza puede ser un buen destino. Como muestra, una maravillosa instantánea tomada en Interlakken, un pueblo o ciudad, no sé, que se encuentra aproximadamente en medio del país, como su nombre indica entre dos lagos, y que tiene poco interés más allá del lugar de la imagen, de servir de paso y del hecho de poder practicar parapente:



O también esta foto, esta vez urbana (aunque no sabría decir de dónde, ya lo siento; ¿Lausana?, ¿Lucerna?, ay, ya no me acuerdo), con un puente cuya originalidad residía en que en su parte central, no apreciable en la instantánea, tiene una pequeña capilla. De paso podemos ver a Óscar:




Pasemos a hablar un poco de lo mejor y lo peor, según mi experiencia, de Suiza. Empecemos por lo bueno.
Dicho queda ya lo de los paisajes a visitar. Incluyo aquí las ciudades. La mayoría de las que vimos -Lucerna, Lausana, Berna, Ginebra, Interlakken, Basilea...- tienen su encanto y son agradables, al menos si uno se acerca a ellas con pocas exigencias; quizá si uno quiere andar de museos o buscando otras cosas no lo encuentre: siguiendo mi tradición, he ignorado los museos ampliamente, salvo uno alternativo de arte actual, que siempre consigue ponerme de buen humor pensando en las idas de cabeza de los creadores de las obras y de las conversaciones justificativo-filosóficas que habrán tenido con los encargados del museo para convencerles de que debían exponer sus creaciones. Quizá da para más de un día una ciudad que no he mencionado, que es Zurich (que no es la capital, por cierto, como creía yo erróneamente antes del viaje), aunque tampoco para mucho más.
Otro aspecto positivo es la puntualidad y eficiencia de los transportes. En una de las ciudades, puede que fuera Berna, había metro. Pero era la excepción, pues en todas las demás lo que se lleva es el tranvía. No me seduce ver tanta catenaria por ahí colgando, pero por lo demás va siendo un medio de transporte que cada vez me gusta más y creo que da un encanto más particular a la ciudad que el metro; hasta me alegro de que en Zaragoza lo vayan a poner. El metro es, a largo plazo, más eficiente pero tiene un tufillo a ciudad impersonal y grande que me provoca cierto amor-odio. Por supuesto, también hay buses; y los trenes salen a menudo de una ciudad a otra, siendo bastante fácil y relativamente rápido -sin ser un "Ave"- viajar por el país de un lado a otro. Todos estos medios de transporte son puntualísimos en la mayoría de las ocasiones.
En tercer lugar cabría destacar, como turista, la abundancia de fuentes con agua potable. Vacié incontables veces mi botella de medio litro, y daba miedo pensar lo que me habría gastado en no deshidratarme si el agua no hubiese estado tan al alcance de la mano.
Mencionaré también que, haciendo honor a la fama del país, la mayor parte de los habitantes maneja, además del alemán suizo, el inglés; y al decir la mayor parte quiero decir que si vas a un supermercado, el/la cajero/a te entenderá en inglés. Esperemos sentados a que eso pase en España. Añado, además, que a veces -bien como plus, bien en lugar de, según la parte de Suiza donde uno esté-, se maneja el francés, por ejemplo en Ginebra.
En quinto lugar, se agradece mucho lo que sucede con la moneda. Oficialmente se maneja el franco suizo. Dos euros son tres francos suizos. Sin embargo, supongo que por su situación geográfica, se admiten los euros del modo siguiente: pagas con euros y te devuelven el cambio en francos suizos, ahorrándote lo que habitualmente se pierde al cambiar de moneda. Así que si vais a Suiza, tened fe en mí y NO cambiéis moneda para nada, que en cualquier lado -hoteles, bares, supermercados...- os aceptarán euros (eso sí, sólo los billetes, matizo).
En sexto lugar, tengo que citar los alpes. Fue sin duda la parte más chula del viaje pasar por Lucerna camino a una ciudad llamada algo así como Eidelberg -me estoy equivocando seguro-, que está a los pies del monte Titlis. Uno se acerca a la montaña y tiene la oportunidad de disfrutar de un ascenso desde los 800 a los 3020 metros de altitud en más de media hora de una sucesión de diversos telecabinas, telesillas, etc. Si me costó lo mío subirme en el telecabina de la Expo de Zaragoza, aquí no dudé pero comprenderéis mi inquietud al menos los primeros minutos. Son varias paradas; en una de ellas se usa un teleférico para unas 40 personas o así cuyo interior es una plataforma redonda giratoria que permite que todos sus ocupantes vayan viendo todos las perspectivas de alrededor sin moverse durante el ascenso. Y la parte final, optativa pagando un extra que merece la pena, es el Ice Flyer, un telesilla que te lleva a la parte más alta. Atención a la foto:





Supongo que verlo en foto no da una idea exacta. Pero iba con los pies colgando, si la cámara se me caía os aseguro que nadie la habría podido recoger jamás y allí escuché el silencio más sepulcral que jamás he podido vivir. A la izquierda de esa imagen había montañas verdes y algunas casas a tamaño de hormiga. Al final de este trayecto se llega a una especie de pradera artificial donde se podía uno lanzar subido en un cacharro inflable cuesta abajo, una tontería superdivertida que tengo grabada en vídeo. Inolvidable todo, una maravilla.
Y por último, hay que citar los chocolates. Para qué mentir: terminé no comprando ningún chocolate en tiendas como la de la siguiente foto, pero en los supermercados normales había una variedad suficiente: coco, pistacho, picante, fresa...





Vamos ahora con aquellos aspectos que menos me gustaron de Suiza.
Primero, los transportes que antes he puesto por las nubes son extraordinariamente caros. Un billete sencillo de bus/tranvía cuesta 3 francos, o sea, dos euros. Era mejor comprar uno para todo el día por ocho francos. Un tren de Basilea a Zürich, cuyo trayecto dura hora y media, cuesta más de veinte euros. También en este caso tuvimos que morir al palo de comprar un billete más caro que englobase varios viajes; se llama Swiss Pass, lo hay de muy diversos tipos y el que escogimos fue uno que permitía hacer todos los trayectos en bus, tranvía y tren de toda Suiza y de todas sus ciudades durante los cuatro días que se escogiesen durante el plazo de un mes. No es que fuese barato pero sí muchísimo más que la barbaridad que habríamos pagado abonando los importes de cada trayecto por separado.
Segundo, la comida es cara. Qué rico estaba el chocolate, el pan y el embutido de los supermercados. Tendrá que venir un chef muy seductor para convencerme de que cualquier menú suizo no debe bajar de los 35 francos (unos 20 euros). Francamente, las pocas veces que me he gastado más de veinticinco euros en un menú (salvo hace poco en un restaurante con comida original, como hamburguesa de canguro), habitualmente cenas de navidad, no me ha salido a cuenta. Disculpen vuestras mercedes mi paladar embrutecido. Debo añadir, por otra parte, que comer fuera me coarta un poco, encajonado en una silla, sin sofá y temiendo molestar a otros comensales si uno se levanta a charlar con compañeros de mesa que a uno le quedan lejos. Que no, que no, que una cena en una casa es más barata y no tiene comparación.
Tercero, el alojamiento es caro. Salvo en Ginebra, nos alojamos siempre en habitaciones de hostal para cuatro o seis personas y aun así no era barato. Al menos hice un descubrimiento: en Berna nos alojamos en el Youth Hostel, o albergue de juventud, y nos explicaron que podíamos hacernos un carnet de alberguista por treinta euros, de un año de validez, que hacía descuentos en las siguientes reservas y cuya validez es a nivel mundial. No descarto hacerlo en próximos viajes.
(¿Se está notando que básicamente Suiza es cara? Y eso que tenemos el euro, que si siguiésemos con la peseta nos resultaría prohibitiva; y no es que defienda el euro, sino que como con el euro todo subió, al viajar los precios altos nos lo parecen menos).
En cuarto lugar, aunque es más fácil que en Holanda, resulta complicado hacer pis o caca gratis. Si vas a una estación de trenes te encontrarás con que al lado del símbolo de "Toilets" dirá "McClean", o sea, que hay que pagar, y además bastante para lo que es. No sé cuánto porque me negué a usarlos, ya que mi vejiga ha debido de llegar a la adolescencia y me hace mejor su trabajo (o bien lo expulsé todo sudando, claro).
En quinto lugar, si me permitís la tontería, los típicos grupitos de estudiantes ingleses que te joden la noche en la habitación del hostal no abundan en este país. ¡Oh, nadie sabe cuánto lo agradecí!
Y en sexto y último lugar, Ginebra. No es que la ciudad nos pareciese mal; no es ninguna maravilla, pero se puede ver. Lo que pasa es que la guía de viaje que llevaba Óscar decía que en Ginebra hay que tener cuidado con los robos porque están a la orden del día. La noche en que España ganó el mundial frente a Holanda, al estar paseando por un puente para ver (igual que habíamos visto en Zürich cuando España había pasado a la final) a los españoles, o incluso no españoles, salir con los coches pitando literalmente y portando banderas gigantes, se nos acercaron varios marroquíes y, jijijaja, le quitaron a Óscar su cámara de fotos, y con ella decenas de fotos mías, pues yo le hacía fotos a él con mi cámara y él a mí con la suya. No se dio cuenta de ello hasta la mañana siguiente, cuando echó de menos el aparato. Una experiencia curiosa ir a una comisaría a hacer una denuncia en francés. Quien nos atendió, una chica joven, nos indicó que el modo de robarla que le describimos (haciendo una simulación de un dribbling futbolero para que la víctima mire a sus pies mientras otro por detrás se dedica a husmear en sus bolsillos) lo tenían más que oído.

Bueno, ya me he extendido suficiente. Diré sin más que Suiza me gustó bastante y cuando remiro las fotos me alegro mucho de haber ido. Debo matizar, sin embargo, que es un viaje que me costaría recomendar, pues aunque la mayor parte de lo que vi era cuando menos agradable y, como he dicho, se ha quedado felizmente reflejado en fotos, no era nada especialmente espectacular; las ciudades en general eran bonitas pero se daban un aire todas y era poco más que lugares donde pasar unas horas. De haber pasado el tiempo en un par de ciudades, por ejemplo Zürich y Ginebra, me habría muerto de asco como me pasó en Dublín. Así que hay que venir con ganas de estar de un lado para otro para pasar una semana. Eso no es malo, pero cuando no se conoce el país, ¿cómo sabe uno cuánto tiempo pasar en cada ciudad y, en consecuencia, cómo reservar apropiadamente las habitaciones de hostal? Óscar y yo teníamos al final del viaje dos noches sin habitación reservada y nos salió bien la jugada, pero perfectamente podríamos haber tenido que pagar una habitación hiperchic...

Sólo dos cositas a modo de postdata.
Por una parte, nos dimos grandes alegrías cuando, primero la chica de la comisaría y luego una dependienta de una tienda de chocolates nos preguntaron, tras un rato habiendo estado hablando: "¿Sois de Ginebra?"; y, al decirles que éramos españoles, nos elogiaron nuestro manejo del francés. Le dije a Óscar: o son unas exageradas o hay tanto inmigrante que no saben diferenciar ya quién es de aquí... O a lo mejor lo hablamos bien, oye.
Por otra parte, no me resisto a contaros una de las cosas más curiosas que vi. Fue en Basel, capital de Suiza y donde aterrizamos y desde donde despegamos. Mirad la foto:






Por ese río, el Rin, los habitantes de Basilea (y cualquier turista que lo desee), metiendo sus ropas en una bolsa hermética, pueden descender con la corriente. Aunque en la imagen casualmente no hay ningún ejemplo, continuamente se observaban cabecitas de gente que iba sin el menor esfuerzo río abajo, mientras un ferry que transportaba pasajeros de un lado a otro del Rin y otros barcos seguían sus viajes. Lo que me hizo más gracia fue que, a los lados del río, había carteles que señalaban a los potenciales nadadores mediante gráficos los arcos de los puentes por los que había que pasar para, más adelante, no terminar yéndose por el camino equivocado fuera de la ciudad, rumbo al mar...



F I N.

miércoles, 7 de julio de 2010

¡Hasta ahora!

Si pensabas darme un toque para vernos, espera un poco, que acabo de irme a uno de estos cinco sitios:
1) Italia: a comer pizza y pasta e ignorar en lo posible un idioma que me pone algo nervioso.
2) Austria: a ver glamour, tomar cafés y preguntar a la gente "¿vienés o no vienés, que te estoy esperando?"
3) Noruega: a ver fiordos, paisaje de montaña, coger trenecitos y funiculares y a pasar frío.
4) República Checa: a ver praga, museos y probar comida distinta.
5) Suiza: a ver praderas verdes, vacas y abrir una cuenta en un banco.

En el caso de que desees recibir una postal de alguno de estos países, envía -si aún no la tengo- tu dirección a mi email y te llegará una postal, matasellada y todo, sin gastos de envío.

¡Enseguida vuelvo!