domingo, 31 de agosto de 2008

Intermedio expresivo aclaratorio.

Durante las últimas semanas, el servicio cronológico de este blog ha sido mejorable. Ello se debe a la tardanza con que comencé a relatar el viaje a Grecia. Por ello, mientras efectuaba tales actualizaciones, estaba haciendo un segundo viaje, en este caso a Berlín. Procederé en breve, y con brevedad -valga la tauromaquia-, a hablar del mismo.
Pero antes debo mostrar algunas ideas sueltas que a treinta y uno de agosto me invaden:
- Esta semana ha sido peculiar. La he pasado con un chico británico acerca del cual he sentido y pensado cosas muy diversas. Desde hace años sé que no soy el mismo que era antes (vaya sorpresa, pensarán ustedes, descubrir que con el tiempo uno se transforma), y ahora sufro o disfruto, a elegir, de ideas y estados cambiantes que me hacen sentir como en una montaña rusa. No pretendo transmitir con esto ninguna idea entre líneas, sino simplemente dejar constancia del hecho.
- Ayer fue una noche extraña. Brian y yo decidimos salir por los bares de ambiente, a pesar de estar cansados por habernos ido a Barcelona en coche. Estando por allí de marcha, me encontré con gente muy diversa. Primero, con algunas personas a las que suelo ver y con las que me río bastante. Segundo, a un chico que hace poco pareció darme señales -sutiles, por eso lo de "pareció"- de que le gustaba y a mí tampoco me deja él indiferente. Tercero, a doña María y doña Roberta, la primera de las cuales confesó, posiblemente por efectos del alcohol o quizá por el mero placer de desvelar un secreto nimio, que hace tiempo que habían descubierto mi blog y que lo leían. Al parecer se les hace cuesta arriba dejar algún comentario, pero seguro que a partir de ahora lo hacen. Mis saludos a ambos. Y cuarto, vi a Mike, el primer chico polaco que conocí en mi vida y del cual posiblemente me enamoré sin darme cuenta. Me dio la sensación de que su actual dominio del idioma -cuando lo conocí sólo hablaba inglés- no le había quitado esa inocencia y bondad que en su momento, poco a poco, me cautivó.
- Y por último, cambiando de tema, toca decir como siempre por estas fechas que mañana llega la vuelta al cole para los docentes. No se me va a hacer duro, y hasta me apetece, aunque me seguirá irritando que al llegar octubre adoptemos una vez más, sin mayor razón que la tradición, la jornada partida que me quita tiempo de ocio que aprovecharía bien.

¡Feliz día!

domingo, 24 de agosto de 2008

Grecia (VI y último): conclusiones.

Han pasado ya unas semanas desde que hice este viaje, así que he tenido tiempo de observar qué poso me ha dejado. Trataré de sacar algunas ideas sobre Grecia y la experiencia de visitarla, aunque no tengo ideas blancas o negras
Debo decir, anticipándome a la negatividad que impregna buena parte de mis observaciones -dios, ¿cómo puedo escribir de modo tan pedante?-, que mi interés a priori en Grecia era casi nulo, de modo que relativicen ustedes todo lo que diga. Pero es posible, a la vez, que mi opinión sea algo más objetiva por esa misma razón.


- Nuestra experiencia en Tesalónica, ciudad adorada por los griegos y cuya foto superior es de las pocas que aparecen en las postales (muestra de las pocas cosas para ver que hay en ella) demuestra que a veces hay que desconfiar de lo que los nativos opinan sobre su propio país. Que una ciudad tenga cierto ambientillo agradable por la noche para ir el fin de semana no quiere decir que a un turista eso le interese en especial, o que decida ir de propio a la ciudad para vivirlo si no hay mucho más que ver.
- Si por algo se caracteriza Grecia es porque, si uno desea ver algo más que Atenas -lo cual es muy recomendable porque la capital, como he dicho y diré, no es para tanto-, debe tomar trenes, buses, ferris y hasta aviones si lo desea. Pasar unos días en el país haciendo un pequeño tour hace aumentar en exceso el dinero que hay que gastar.
- Mención aparte merecen los ferris, quizá por no utilizarlos precisamente mucho nosotros en España. Son un medio de transporte de precio medio-alto, más bien incómodo y bastante aburrido. Permite ver las islas desde lejos y hacer algunas fotografías agradables, pero pasar seis, ocho y, como nosotros cuando fuimos desde Santorini hasta Tesalónica, hasta veinticuatro horas subido en uno de ellos puede hacerse más largo que el camino de Santiago a un cangrejo. Toca dormir en cualquier lado, como por ejemplo éste:



- Para terminar de convenceros sobre lo poco que merece la pena Tesalónica, aunque lamentablemente se aplica a todo el país en general, allí la manera de conducir es alocada. La velocidad límite en la ciudad, si la hay, es altísima, continuamente se escuchan los frenos chirriar y destaca ante todo el funcionamiento de los semáforos: como peatón, al empezar a cruzar en verde, uno descubre que en unos segundos ha pasado a estar en rojo. No hay policía apenas por las calles, de modo que todo parece una especie de anarquía guays a la que hay que adaptarse.



- Como ya he dicho en las actualizaciones anteriores, la pega mayor del país consiste en que, aunque por una parte tiene construcciones y localizaciones antiguas e interesantes, por otra las ciudades en general carecen de un encanto especial. De este modo, un museo concreto, unas ruinas concretas, pueden merecer la pena, pero mientras uno se pasea por el lugar para ir visitándolas, no encuentra un ambiente especialmente llamativo ni unas casas especialmente atractivas que le den al conjunto del viaje ese toque especial que es lo que, al final, uno suele recordar. Huelga mencionar que si uno siente debilidad por lo antiguo,



entonces ya está tardando en ir allí. Pero hablo del turista medio, de ignorancia media. ;)
Respecto al lado cultural de los viajes, creo que próximamente dedicaré una actualización al tema...

- Grecia, en general, es un país algo caro en comparación con España. Eso también ha hecho que el tour griego haya vaciado mi cuenta bancaria más de lo previsto. Sigue sin ser como París o Londres, pero medio riñoncico uno se lo deja. Al menos, la comida está buena, es razonablemente variada y


lo suficientemente distinta y parecida como para que a un español medio de ignorancia media le pueda gustar.

- La costumbre griega más estupenda está relacionada con la restauración. Antes de atacar cualquier plato griego, en la mayoría de los bares y restaurantes a uno se le sirve agua gratuitamente, a veces del grifo y a veces de botella. Esa costumbre sorprende a quienes venimos de otros lugares en los que más bien lo que se ofrece sin pagar son las sonrisas y a lo sumo frutos secos bien salados que provoquen sed. El turista agradece poder saciar su sed antes de la comida o de una simple bebida y poder así disfrutar de su refresco sin consumirlo vorazmente.

- En cuanto al uso del inglés, sucede lo habitual: se habla ante todo en los hoteles y otros lugares comerciales y turísticos, más la gente joven que la mayor y mucho mejor en las ciudades grandes que en las pequeñas. En Larissa, intentar comunicarse en inglés era otra manera más de hacer la rissa.

- Leszek observó algo asombroso: las chicas griegas son más feas que los chicos griegos. Curioso porque suele ser al revés. Sin embargo, hay una pega: los chicos griegos, en torno a los treinta años, sufren un cambio rápido (aspecto de la piel, arrugas, etc.) que les envejece y de aparentar ser chavales apetecibles pasan a comenzar a tener el aspecto de cuarentones / cincuentones barrigudos. El cambio es rapidísimo, como demuestra que no viésemos a casi nadie que aparentase entre treinta y treinta y cinco años.

- Los nombres de las calles se encuentran escritos en griego y en inglés. Al cabo de unos diez días, uno empieza a dominar el cincuenta por ciento de las letras griegas que resultaban en un principio extrañas. Sin embargo, ese relativo dominio a veces resulta inútil en Atenas de cara a orientarse, donde se repiten algunos nombres de las calles, fomentado en el turista el complejo de lemming estúpido.

¿Qué puedo decir para terminar?
Que decidan ustedes. Están equivocados si piensan que no lo pasé bien; puede que me limite a mencionar más lo negativo, por la razón que sea. Sin duda no ha sido el viaje de mi vida, y Lisboa o Polonia me gustaron más. Pero pasado un tiempo prudencial, he de decir que no guardo un mal recuerdo, y que regresar un día, aunque sea para ver otras islas, es una opción posible.
Digamos que Grecia había que verla, fui y la vi. Y que si usted que lee no lo ha hecho, pues alguna vez tendrá que picar también.


F I N

miércoles, 20 de agosto de 2008

Grecia (V): Atenas y Napflios.

Haber visitado Larissa supuso llegar a Atenas a última hora de la tarde.
La primera impresión no fue buena: una ciudad fea y más de tres cuartos de hora arrastrando mi enorme maleta color verde manzana hasta encontrar el hostal.
El hostal merece capítulo aparte, así que lo dejaremos en líneas exclusivas. Lo había reservado yo, y me equivoqué en que en la primera noche de las cuatro sólo había reserva para una persona en lugar de para dos. Leszek se ofreció a buscarse alojamiento si en este hostal no había. Se llamaba Athens Hostel, si no recuerdo mal. El ascensor era de lo peor: pintura desconchada y luces que se apagaban cuando se cerraba la puerta, antes de empezar a subir.
Pero lo mejor estaba por llegar: se trataba de la plantilla del hostal. Al llegar, un extraño señor nos saludó. Su inglés era algo así como escuchar a un indio de las pelis del oeste, pero encima con actitud de por favor, qué bien hablo por dios y qué frases más largas uso. Leszek alucinaba y me sorprendí, en contra de lo habitual, por lograr entender al hombrecillo mejor que él. Su habla era inconexa total. Poco a poco logré desentrañar lo que decía: que a pesar de estar enseñándole la hoja con la reserva de habitación, ellos no manejaban internet y no sabían si había habitación. Todo esto se embarulló más al añadir yo el problema de la no reserva de habitación para mi amigo. Al final el hombrecillo resultó ser malasio y supuse que por ello su inglés era tan peculiar.
Después, el que parecía el verdadero jefe entró y nos atendió. Su inglés era bastante más decente. Le volví a contar todo, nuestra reserva, el problema de la primera noche, etc. y durante más de quince minutos no hizo más que repetir gestos, frases y reflexión acerca de si tenía habitación, ya no sólo para Leszek sino también para mí, cuya reserva estaba certificada por mi hoja de papel.
Por fin, me ofreció una habitación, donde inmediatamente dejé el equipaje temiendo que cambiase de opinión cinco minutos después. A Leszek le dijo si podía dormir en el suelo en la misma sala donde estábamos, pues pondrían aire acondicionado. Él aceptó, para mi sorpresa, y por fin quedó zanjado el asunto; pagamos -pedimos ticket vista la desorganización, y no sin haber certificado que el hombre nos aseguraba habitación para Leszek para los días siguientes- y empezamos a conocer Atenas.
Omitiré contar todo paso a paso por no alargarme. Subimos a una alta montaña, coronada por una iglesia y un restaurante, desde donde se veía un precioso paisaje general de la ciudad. Al día siguiente, mientras Leszek, que ya conocía la ciudad, se iba a la playa, yo hice la obligada visita a la Acrópolis.



Esta última foto la hizo una chica que andaba por allí. Estaba yo preguntándome si sería cuestión de pedirle a alguien que tuviese la amabilidad de ayudarme a demostrar que había estado allí cuando, cual personaje de una historia creado ex profeso para ello, surgió esta chica y, toda feliz, se ofreció literalmente a fotografiarme. ¿Será que se me leen las intenciones en el rostro? Me la hizo, le hice una a cambio -puede que ése fuese el verdadero motivo de haberse ofrecido- y acto seguido desapareció, un poco como diciendo "no te vayas a pensar que estoy intentando ligar, colega".
Y ésta es la montaña desde la que la noche anterior había visto el paisaje de la ciudad:


Subí a la Acrópolis en torno a las diez de la mañana. Decir que estaba lleno de gente es quedarse corto. Así que asumí el rol de oveja y acepté ir a paso de tortuga entre la muchedumbre para ir viendo todo. ¿Sería el exceso de expectativas? No, porque no tenía muchas. ¿Sería la marabunta? No creo. Pero lo cierto es que una vez tuve el Partenón delante, no me pareció para tanto. Tampoco sé qué esperaba, pero sentí poco más entusiasmo que el mero hecho de poder decir que ya lo había visto. Las vista desde allí, además, eran peores que las de la noche anterior.

En Atenas hay más cosas que ver: algunos parques (aunque pocos, al menos por la zona que el turista medio visita), algunos museos importantes, la zona de tiendas... Sin duda pasar al menos tres días entretenido es muy sencillo. Pero no guardo un gran recuerdo de la ciudad. En primer lugar, orientarse por ella es excesivamente complicado; con los mapas troceados de las guías casi imposible, y con una mapa extensísimo y detallado que Leszek tenía seguía siendo una tarea complicada. Hay unos cuantos cruces de tres o cuatro calles a la vez donde, en cuanto uno se distrae unos segundos, pierde el sentido de la orientación y olvida cuál era la dirección teóricamente recta que estaba siguiendo; recuerdo salir del hostal y no poder encontrar un supermercado que unas horas antes había hallado en cinco minutos. Y en segundo lugar, Atenas no es una ciudad bonita, como mi primera impresión me había dado a entender. Es grande, hay cosas que ver... pero pasearse por ella no tiene el interés que debería. Son calles corrientes y molientes, de barrio normalucho, de aspecto gris, y aunque casi todas las ciudades son así en definitiva, Atenas tiene a priori connotaciones de algo mejor. A mí me decepcionó y me llamó poco la atención. Es como si más allá de los recuerdos de lo que fue, no tuviese mayor interés ni atractivo.

En Atenas estaba Charles-Enric, el chico francés que nos habíamos encontrado en Meteora. Le dimos un toque y quedamos con él y su grupo de colegas estudiantes para cenar:



El chico que se encuentra enfrente de mí quizá percibió que tenía un interés muy relativo en hablar con él. No fue nada personal. Se debió a que él era el único español, aparte de mí, en el grupo, y malditas las ganas que tenía de hablar con él pudiendo practicar el inglés con italianos, noruegos, polacos, etc. Leszek tampoco corrió mejor suerte, pues se sentó al lado de una chica polaca.

Visitamos algún bar de ambiente, donde descubrimos que la gente es más bien seria y distante, y al tener un día desocupado planeamos hacer una escapada rápida. Tras barajar varias posibilidades, elegimos Napflios. Probablemente ése no sea el nombre correcto en su versión española, pero acepten barco como animal acuático.
Mi guía era una exagerada, pues en ella se afirmaba que se trataba de la ciudad griega más bonita. Bueno, cierto es que era majica, pero vaya, o tengo la sensibilidad en los pies o son algo exagerados. Resultaba curiosa, sin más, y sobre todo tenía algunos rincones curiosos e inesperados dado el pequeño tamaño de la ciudad.


Es aquí donde se halla ese castillo-cárcel-defensa que ya mostré hace días en mi fotolog -cuyo link, con el nombre de "El fotolog despoético de Diabetes", se encuentra a la izquierda de este texto, en la parte superior-. Por cierto, para ir a Napflios hay que pasar el canal de Corinto; nos alegramos de no elegir el canal como destino para ese día, pues visto desde el autobús, resultó ser decepcionante. Quién sabe si apeándose y atreviéndose a cruzarlo a pie por uno de sus puentes impresiona más al ver su estrechez y su profundidad.

Y llegó por fin el día de la despedida. Vagueamos por las calles de Atenas, tan bonitas ellas, tomamos al anochecer un bus hasta el aeropuerto y a las tres de la madrugada, cada uno voló hasta su destino.

(Continuará)

viernes, 15 de agosto de 2008

Grecia (IV): Larissa y Delfos.

Podíamos elegir entre llegar a Atenas el día en que teníamos reservado hostal pero temprano o bien por la noche; si llegábamos por la noche, entonces nos daba tiempo a ver alguna ciudad más por el camino, así que escogimos esta segunda opción y decidimos ver Larissa. Acerté al anticiparle a Leszek que probablemente íbamos a hacer La rissa y que habría poco que ver, pero bueno, ya que estábamos allí, ¿por qué no ves cuanto más mejor?
La ciudad, pequeñita, no es nada turística; prueba de ello es que casi nadie hablaba inglés aparte de los trabajadores del hostal. Casi nos volvemos locos para localizar la estación de bus, que consistía en comprar los billetes en una tienda de alimentación y esperar en una esquina...
Sólo vimos un par de anfiteatros, uno de ellos pequeñísimo, y sorprendentemente una estatua dedicada a Hipócrates, que por lo visto había nacido -o trabajado, no recuerdo- en esta ciudad:



De nuevo, fue Leszek quien localizó este lugar al toparse con un griego que hablaba alemán. ¡Habrá que aprender este idioma para desenvolverse por el mundo, caray!
Las tiendas cerraban al mediodía, así que poco más hicimos que dar vueltas, ver a una mujer medio pirada que se encargaba de los aspersores de un parque y no hacía más que ir de un sitio a otro como para comprobar que no se habían parado, y hacer algunas fotos del lugar.
Y en bus nos marchamos a Delfos, para ver el famoso oráculo. Nada más llegar, anocheciendo, un hombre nos ofreció habitación en su hostal; como íbamos sin reserva -pa chulos nosotros-, aceptamos y en tres minutos nos habíamos instalado en una habitación no muy mala, aunque sin aire acondicionado, y con una vista estupenda de unas montañas, el pueblo y la luna. Lástima que en foto no se aprecie y no valga la pena que lo muestre aquí.
Paseamos por el pueblo, que está compuesto por varias calles que en zigzag van ganando altura; calles que están cortadas transversalmente por escaleras interminables para los peatones. Eso me permitió hacer mis típicas fotos lineales, que me encantan:



Cenamos en un restaurante asequible comida riquísima, consultamos internet y nos fuimos a dormir.
Por la mañana, como las habitaciones estaban cerca de donde los dueños vivían, nos despertamos con sus gritos y discusiones, fascinante.
El oráculo se encuentra pasado el pueblo, después de caminar por la carretera unos diez minutos. El lugar escogido es impresionante, entre montañas altísimas.





Ni con la guía logré comprender del todo para qué se utilizaba cada uno de las partes de que está compuesto. Hay como dos zonas distintas, una en la montaña y otra en una llanura, al otro lado de la carretera. También hay un museo bastante interesante. Quizá más que el oráculo en sí impresiona el lugar en que todo se encuentra.
Y por fin, al final del viaje, nos esperaba Atenas. Tomamos un autobús y en unas pocas horas llegamos a la gran ciudad.

(Continuará)

martes, 12 de agosto de 2008

Grecia (III): Kalambaka / Meteora.

Llevábamos ya una semana de viaje y, aunque lo estaba pasando razonablemente bien, nos quedaba la mejor parte. Fuimos a Kalambaka en tren, donde hay una zona de escarpadas montañas en cuyas cimas se han construido algunos monasterios. Desde este sitio os envié las postales, porque me pareció muy bonito.
Nada más llegar a la estación, nos encontramos con un chico francés, que se llamaba, si lo escribo bien, Charles - Enric. Viajaba solo y planeaba encontrarse más tarde con sus compañeros de estudio en Atenas. A mí el chico me pareció mono -luego descubrí que a Leszek también-, así que me pareció estupendo que se uniera a nosotros para visitar el lugar. Y además estaba la oportunidad de farfullar alguna cosa en francés, que me sedujo de inmediato, aunque por mis limitaciones, porque él podía hablar inglés y porque Leszek no sabe francés, eso sucedió poco rato. El chico francés y el hombre polaco descansan:


Cuando estábamos los tres dispuestos a buscar información sobre el lugar, apareció una mujer americana que nos informó sobre lo que había hecho ella para visitar el lugar a lo largo de la mañana. Lo que dijo no nos sirvió de nada al final, pero tengo que mencionarla porque hablaba un inglés maravilloso, éste por el que pagarías para que todos los ingleses y americanos imitaran.


Mis disculpas por no poder, primero, daros los nombres de ningún monasterio; no lo hago, primero, porque se me olvidan los nombres con una facilidad pasmosa, y segundo porque aunque creo que guardo algún folleto del sitio y podría buscarlo, me parece de interés relativo. Cuando vayáis, ya pasaréis por la oficina de turismo, que para eso está. Y segundo, por no poder mostraros apenas nada de los monasterios por dentro. No dejan hacer fotos, aunque Leszek hizo alguna que otra. En todo caso, sólo entramos en uno porque había que pagar, y las vistas exteriores merecen más la pena sin duda.






Mi recomendación es que toméis un taxi, que por unos siete euros os lleva hasta el monasterio más alto; y desde allí os preparéis para ir bajando a patita durante hora y pico hasta que llegáis de nuevo a Kalambaka. Si llegáis al mediodía o así, podéis marcharos por la tarde en tren o bus sin necesidad de hacer noche en el lugar, porque no hay más que ver. Eso sí, entenderse con el taquillero es una odisea, madre mía qué ladrillo de hombre. Con deciros que al final la información sobre los trenes de la tarde la consiguió Leszek hablando en alemán con una mujer... Kalambaka fue, sin duda, un lugar de encuentros interculturales.
Y sin dejar el tema de los idiomas, error estúpido que me costó el pasar un rato extrañado. El taquillero dijo que había un strike de tres días en los trenes. Yo anduve convencido de que eso quería decir error mecánico, reparaciones o algo así. Y claro, flipaba sobre por qué se iban a detener los trenes durante tres días para hacer reparaciones, me parecía desmesurado. Hasta que les pregunté a mis dos compañeros que por qué había ese strike; y Leszek me respondió que para conseguir mejores salarios, como siempre. Fue entonces cuando se me encendió la bombilla y me di cuenta de que strike era huelga, y en fin, me sirvió para reflexionar sobre la paranoia que puede hacerte sufrir el equivocarte sobre o desconocer una palabra concreta.

Charles-Enric se marchó a Atenas y nos dejó su email y número de móvil para que en esa ciudad nos viésemos con su grupo de amigos. Leszek y yo nos marchamos a Larissa. Era una ciudad que prometía poco, pero nos daba tiempo a pasar por allí antes de llegar a Delfos.

(Continuará)






viernes, 8 de agosto de 2008

Grecia (II): ferry y Tesalónica.

Fue en Fira, el centro de Santorini, de vistas estupendas,


donde encontramos por sorpresa un lugar donde comprar billetes para el ferry hasta Tesalónica. Se puede ir en avión, pero cuesta ciento y pico euros y bueno, bastantes gastos íbamos a tener ya como para encima desembolsar esa cantidad extra. De modo que pedimos dos billetes.




La distancia entre Santorini y Tesalónica es de unos seiscientos cincuenta kilómetros, y al ferry le cuesta recorrer esa distancia nada más y nada menos que veinticuatro horas... Dado que en el ferry anterior, cuyo trayecto había durado ocho horas, habíamos pasado un sueño terrible, decidimos preguntar a la muchacha que nos atendió si existía la posibilidad de elegir billete que incluyera sitio para dormir. ¿Debí decir camarote -palabra que desconocía en inglés- o explicarme mejor? No lo sé. Leszek me entendió perfectamente cuando lo dije, pero está visto que la chica no, pues una vez subimos al ferry, comprobamos desconsolados que se nos empujaba hacia una especie de habitación común parecida a una sala de cine o bien a la cafetería; pero la gente que trabajaba en el barco, que hablaba tanto inglés como un alumno español de doce años, no nos comprendió y para mí que el billete no incluía camarote, y que habíamos pagado de más para nada.
Y bueno, toda una experiencia estar de una de la tarde a una de la tarde en un ferry donde las actividades organizadas para entretener a la gente brillan por su ausencia; seguramente porque como se detiene en varias islas a lo largo del camino y los pasajeros cambian, debimos de ser de los pocos suicidas que nos inyectamos sesión en vena de ferry. Dormir fue horrible, hasta mi amigo durmió regulín, que ya es decir. Personalmente, o tenía calor, o la gente molestaba hablando al pasar cerca de mi asiento, o estaban los televisores conectados -y yo si oigo voces no puedo conciliar el sueño, por mucho que hablen griego-... Sólo pude dormir en cubierta, sobre unos bancos, donde el ruido de los motores, monótono, llegaba a no molestar y a anular cualquier otro. Pero a las cinco de la mañana aproximadamente me desperté, pasmado de frío, y no pude dormir. La parte positiva es que pude hacer fotos de la salida del sol, con colores originales:


Y por fin, tras mucha conversación, partidas de dados, sueño mal dormido, etc. llegamos a Tesalónica. Corregiré ahora algo que dije rápidamente en mi primera actualización sobre Grecia: no es del todo cierto que Leszek nunca hubiese estado en Grecia. Realmente ya conocía Atenas, pero no le había importado volver para ver ciudades como ésta a la que llegábamos, que varias personas le habían recomendado.
Y que resultó ser la gran decepción del viaje y los días más desaprovechados, pues habíamos reservado tres noches de hotel y habría bastado quizá con una. Los griegos dirán que Tesalónica es estupenda porque al lado de la calle, muy larga, que está junto al mar, hay decenas y decenas de bares donde pasar la tarde y la noche tomando algo, y en definitiva hay bastante marcha (aunque a nosotros tampoco nos pareció para tanto, quizá porque fuimos incapaces de encontrar bares de ambiente).




Pero para un turista no es para tanto. No es que uno vaya a morirse de asco en la ciudad. Pero en cuanto se pasea algunas horas junto al mar, visita un par de museos, recorre algún parque y averigua que si quiere playa, asombrosamente, debe coger un autobús para ir fuera de la ciudad... pues se acaba ya la gracia y no hay mucho más. Seguro que muchas ciudades españolas tienen tan pocas cosas que ver como Tesalónica, para qué engañarnos, pero es también seguro que nosotros no vamos por ahí vendiéndolas como si fueran la maravilla mundial. Y como Tesalónica suena a que va a ser algo impresionante tipo Atenas y no lo es, pues decepciona. La prueba es que apenas vimos turistas allí.
¿Es normal que con una vista como ésta, la ciudad no tenga playa?


Tesalónica tiene una característica curiosa, más marcada que en las demás ciudades griegas que visitamos: si como peatón uno se pone a cruzar una calle cuando el semáforo se pone verde, descubre horrorizado que en unos tres segundos, máximo cinco, éste se pone rojo y le deja a uno sin haber llegado siquiera a la mitad del recorrido, y obligándole a echar a correr antes de morir griegamente atropellado.
Salimos vivos, afortunadamente, pero miedo da pensar el peligro que supone que un tesalónico, un griego en general, venga a España a darse una vuelta en su coche.

(Continuará)

domingo, 3 de agosto de 2008

Grecia (I): Llegada y la isla Santorini.

Como siempre con antelación, allá por febrero, Leszek y yo empezamos a planear algún destino para visitar en verano. Él ha recorrido algo así como el ochenta y cinco por ciento de Europa, así que le pregunté directamente dónde no había ido. Mencionó una serie de países, entre ellos Grecia, en el que yo había pensando; no porque me llamase especialmente la atención, sino porque entendía que era de estos viajes "obligatorios" una vez en la vida, así que le respondí que Grecia me parecía bien, más que nada porque yo solo por mi cuenta nunca me animaría a ir, y empezamos a organizarlo.
En parte por desidia y en parte por tener una guía confusa con la que alguien poco entendido en las lindezas y geografía griegas hacía cualquier cosa menos conseguir una idea clara de qué había para ver, dejé en manos de Leszek la tarea de decidir el recorrido que seguiríamos. Será la última vez que lo haga, no porque tomase malas decisiones (aunque las hubo, pero involuntarias), sino porque cuando faltan dos días para irte dos semanas a un sitio y apenas sabes qué vas a ver y dónde exactamente vas a estar, te sientes hasta mal. En fin.
Tuvimos suerte y encontramos vuelos, desde Barcelona y desde Cracovia, que aterrizaban con apenas una hora de diferencia, aunque a las tres de la madrugada. Cuando nos juntamos, tomamos un bus a Pireo, ciudad costera cercana a Atenas desde donde un par de horas más tarde subimos a un ferry que en ocho horas nos llevó a Santorini, una de las famosas islas griegas:



Fue un poco horrible pasar ocho horas en un ferry, donde, sin cama, personalmente apenas pude pegar ojo a pesar de que llevaba toda la noche sin dormir. Además, por supuesto nos tocó cerca la típica familia cuya misión parece traer al mundo cuantos más niños mejor.

Una vez llegamos a la isla, como a las dos de la tarde, el puerto está lleno de gente: turistas que también acaban de llegar, policías que regulan el caos y decenas de automóviles y furgonetas de los dueños de los hoteles, que te vienen a recoger porque hay varios kilómetros de carretera cuesta arriba y en curva hasta que llegas a la zona alta más llana.



El hostal era majete, hasta con su piscina, que por cierto no utilizamos porque nos apetecía más ir a la playa, que estaba a cinco minutos a pie. La habitación era razonablemente espaciosa y con aire acondicionado (como iba a ser norma, afortunadamente, en casi todos los hostales), hasta con baño propio.
Lo malo es que nos tocó una habitación que daba justamente allí, a la piscina, y a las mesas y sillas; y si juntas eso con los típicos ingleses jóvenes que están hablando en voz alta desconsideradamente hasta las cinco de la mañana, pues la cosa se estropea. Sólo ocurrió la primera noche, ya que luego se marcharon, pero no sé qué pasa con los ingleses, si es que tengo mala suerte o es que abundan demasiado, porque en Wroclaw (Polonia) me pasó exactamente igual. También es cierto que Leszek no se enteró de nada, pero él tiene la fortuna de tener sueño, quedarse dormido en cinco minutos y ya está, hasta la mañana siguiente.



Pasamos en Santorini un par de días. Está bien, es una isla bonita. Quizá a todas las islas les pase lo mismo, no lo sé, era la primera a la que iba; el caso es que uno no puede desplazarse con libertad por ella, puesto que lo que hay entre montañas son carreteras, así que si no pasa el autobús, uno no puede moverse. De manera que todo lo que vimos en ella fue el hostal, la playa cercana, un pequeño supermercado y Fira, el centro de la isla, donde hay algo de vida, algún museo y vistas bonitas como la que acabáis de ver -así como calles en cuesta para fardar de subirlas en burro, cosa que no hicimos-. Nos perdimos como el setenta por ciento de la isla, que quién sabe si era interesante o no; pero desde luego no me quedaron muchas ganas de ver otras islas, pues aparte de la limitación del transporte, tampoco aportaban más que tranquilidad y una vista bonita, que está bien para dos días pero para poco más.

Comenzó en Santorini nuestro menú a base de coca cola y ensaladas griegas. Aún no sé cómo me pude comer tantas, pues ni el pimiento verde ni mucho menos el tomate me fascinan. Imagino que tenía algo que ver el hecho de estar todo el día andando de aquí para allá. En esta foto en concreto la ensalada griega sólo la toma Leszek; la mía es de atún con salsa rosa -cómo no-, qué buena estaba.





Y estando en Fira, compramos billetes para un ferry hasta Tesalónica...

(Continuará)