viernes, 23 de septiembre de 2011

Asfixia.


Es triste pero cierto experimentar que algo se valora cuando se deja de tener.
Creyendo por un momento, como imagen literaria agradable, que el destino existe, éste preparó una pequeña aventura con moraleja a Fulanito.
Fulanito tenía un amigo que, efectivamente, se llamaba Menganito. Menganito tenía una vida complicada, caracterizada por la falta de trabajo y en consecuencia de dinero, y solicitó a Fulanito poder alojarse durante unos días en su piso. A lo cual accedió, motivado quizá porque Menganito le parecía atractivo y sólo había una cama para compartir.
Resultó que Menganito, aparte de majo, sabía cocinar, de modo que Fulanito comió no sólo en la cama sino también en la cocina.
Pero al cuarto día, cuando Menganito quiso irse con unos amigos y llevarse el único juego de llaves disponible en ese momento, se desencadenó la tragedia: Menganito, algo infantil e irresponsable, regresó a las cuatro de la tarde del día siguiente en un evidente estado etílico deplorable, obligando a Fulanito a comer fuera para esperar su regreso ante la ausencia de otro juego de llaves a su alcance.
¿Qué decidió Fulanito? Decidió que tenía los menganos suficientemente hinchados. El mal comportamiento de Menganito le había molestado porque interfería en su rutina diaria; sin embargo, pensó, había sucedido por primera vez y parece sensato concluir que un primer error ha de ser perdonable. No por ello se le deshincharon los menganos, y terminó por pedir a Mengano, una vez habiéndole permitido que curase su melopea con Morfeo, que cambiase de residencia en cuestión de horas. Y se ejecutó la sentencia.
Lo que no le dijo Fulano a Mengano es que, además de su mal comportamiento, otras cuestiones subyacían a su tajante decisión: el sentimiento de incomodidad ante la invasión del espacio propio que había percibido en los escasos días en que había compartido su espacio y su tiempo con otra persona.
Fulanito, una vez solo de nuevo, regresó a su cubículo voluntario y prosiguió la lectura de un libro en el más absoluto y placentero de los silencios.