martes, 13 de diciembre de 2011

Por Navidad.



Se acercan estas fiestas en las que, nunca me queda claro por qué, la gente decide comportarse como sería deseable que lo hiciese el resto del año, y además se hincha a comprarse cosas los unos a los otros cuando están más caras.
Y me he preguntado esta tarde, cuando estaba en el cuarto de baño visualizando un rollo de papel higiénico en un aparato similar al de la foto, si aunque fuese por navidad la gente podría aprender por fin a dejar un trocito fuera colgando, a ser posible largo, para que el que va detrás no tenga que dedicarse a meter la mano a darle vueltas y encontrar el comienzo del rollo.

Sería un detalle que te cagas.
Yo me remendaba, yo me remendé.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Fuera de control.




Hace varias semanas percibí que el vecino de abajo tenía perro porque lo escuché ladrar. Al perro, quiero decir. No lo había oído antes, y no sabía si por falta de atención por mi parte -bastante molestan ya otros vecinos- o porque el nuevo inquilino era recién llegado.


Pronto descubrí que se lo habían encontrado por la calle, no recuerdo quién me lo hizo saber.


El perro ladraba y sobre todo aullaba como lloriqueando, probablemente porque los dueños, durante algunas ocasiones a lo largo del día, lo dejaban solo. Era molesto porque cuando empezaba podía estar media hora seguida con su cantinela.


Alguien colocó un cartel en el patio del edificio quejándose precisamente de ello. Mira, pensé, ya no soy el único que está molesto. Los vecinos del quinto respondieron con otro cartelito, indignados por el cartel anónimo y anunciando que lo iban a entregar a los antiguos dueños si aparecían o dárselo a no se sabe quién.


Me armé de paciencia pensando en eso: en que pronto desaparecerían los ladridos de mi vida.


Pero los días se sucedieron y no sólo continuaron, sino que aumentaron en intensidad y en número: ahora el perro hacía lo propio en torno a las seis de la madrugada, allá cuando se empieza a hacer de día cuando todavía se utiliza el horario de verano y el tráfico en mi calle empieza a escucharse. Y un día, y otro, y dos de cara tres que un servidos era despertado por tan desagradable sinfonía; las consecuencias eran somnolencia en el trabajo, necesidad de siesta a la vuelta del mismo y desgana y desatención en mis actividades o hobbies.


Me planteé decírselo al vecino, pero confieso que bajar y llamar a la puerta tratando de ser amable para decir que estaba hasta los cojones de su perro me superaba. No me veía capaz, porque me parecía una situación incómoda y porque presuponía que los dueños lo escuchaban también y les daba igual.


Dos semanas después, sobreviviendo a base de recordar ponerme tapones para los oídos de regreso de mi casi fijo viaje a mitad de noche para ir al baño, ya no sabía qué hacer.


Un día bajaba en el ascensor. Una vez modernizado éste, se detiene cuando uno desciende y alguien pulsa para ir hacia un piso inferior también -cosa que en mi edificio es toda una novedad-. Se detuvo el susodicho en el piso cuarto y entró una mujer que conocía de vista, con un perro.


- Perdona, imagino que no eres tú, ¿pero por casualidad es tu perro el que ladra constantemente a lo largo del día?


Respondió que no, pero que vivía debajo de dichos vecinos y que también se andaba despertando a las seis de la madrugada. Uf, qué bien, pensé, entonces no es que yo sea un neurótico que se despierta a la mínima, chupi. Me contó lo del perro encontrado en la calle, lo de que el cartelito había molestado a los nuevos dueños del animal, y añadió lo de que cuando estaban a punto de abandonarlo, ella había intercedido, pena mediante, para que lo cuidasen.


- Pues mecagüen usté -pensé-, que el que ha de darle pena soy yo y usted misma.


Entonces vino un dato revelador: la mujercilla añadió que en una tienda canina cercana había visto un cartel que con toda probabilidad era el de los verdaderos dueños del perro, y había apuntado el teléfono pero no se atrevía a llamar porque claro, fíjate el cariño que ahora los vecinos le habrán cogido a la criatura ya.


- Bueno, no se preocupe -dije yo-, a mí no me da ninguna pena llamarles y que se lo lleven.


La vida me sonreía de nuevo. El caso es que, siguiendo las indicaciones de mi compañera de desvelo matinal, traté de encontrar el anuncio en la tienda pero la tienda no aparecía. Lo intenté una tarde y nada, una segunda y tampoco.


Y bajaba en el ascensor cuando, tachán, se detuvo en el quinto. El vecino molesto, con sus gafas y su perro, entraron para acompañarme en el camino descendente. Era él, sin duda.


- Hola -la ocasión la pintaban calva y no la quería desaprovechar-. ¿Tú vives en el quinto e?


- Sí.


- Pues es que quería hablar contigo del perrico.


El ico, un tono rollo amable chill out y cierta (falsa) comprensión sobre lo que es cuidar de un perro, controlar sus reacciones y como vecino tolerar los ruidos durante el día me permitieron destacar que escucharlo durante la noche, cuando apenas estaba amaneciendo, no era de recibo.


- Es que -arguyó- cuando me marcho a trabajar me quedo escuchando desde afuera a ver pero no lo oigo.


- Pues sí, sí, ladra y aúlla porque le debe de dar cosa quedarse solo y se escucha bastante.


Pareció correcto y mostró cierta actitud como de disculpa, así que llegué a la conclusión de que algo iba a hacer para que el perro dejase de incordiar a los que estábamos a su alrededor. No busqué ya la tienda canina.


Despertarme de nuevo con los ladridos los tres días siguientes, y con una exactitud matinal envidiable, me hizo cambiar de opinión. No sabía si el vecino había procurado hacer algo o no, pero en cualquier caso sus esfuerzos habían sido infructuosos. Me negaba a estar durmiendo seis horas escasas en lugar de siete y media, o de dormir siete en varios turnos con suerte.


Y regresando una tarde de mi clase de idiomas, aprovechando que iba en bici, recorrí las calles de alrededor a buena velocidad y, tachán, vi la tienda con el cartel. No sólo eso, sino a las propietarias de la tienda bajando la persiana.


Les conté mi historia y añadí que no tenía ganas de ser yo, con mis claras ganas de quitarme los ladridos de encima, el que promoviese la vuelta del can a su hogar habitual. Me comprendieron y me aseguraron que ellas lo harían por mí garantizando mi anonimato.


Y sí, sí, qué bien. Los cojones. Dos días después seguían adornando los ladridos mis seis de la mañana. Mensaje de sms en plan anónimo que te cagas: "Hola, su perro se encuentra en xxxx xxxx xxxx, número xx, piso xx." Pasó el día y ninguna respuesta, y ladridos mañaneros de nuevo. Pero...: ¡llamada de repente!


- Hola, llamaba porque dices que sabes dónde está mi perro.


En un minuto y cuarenta y siete segundos de conversación expliqué lo necesario para que la dueña se dispusiese a ir a por su bichito. No me dio las gracias, creo, pero casi se las di yo a ella. Habiendo anunciado que rescataría al animal en una media hora, y no teniendo ganas de escuchar el momento, me puse a ver una película de Marisol (lo que hace haberse vuelto un fan loco, de repente, de cualquier tipo de musical), una algo rara por dos razones: porque en la parte final de la película se ponen a cantar jotas nombrando a Aragón y porque uno de los personajes adultos es un joven veinteañero que está supercachas y luce músculo en varias ocasiones, que era lo último que, para mi agradable sorpresa, me esperaba en un filme así.


Y... no os lo vais a creer pero... esta noche nadie me ha despertado a las seis de la mañana... Qué bien... Claro que me he despertado yo solo, porque cuando cojo una costumbre aunque sea involuntaria, me cuesta soltarla...




¿Y qué sucedería si un perro del vecino, totalmente fuera de control, de mi control, fuese algo no temporal? ¿Broncas? ¿Amenazas? ¿Denuncias? En internet, pues bien me he informado, se cuenta que grabar y demostrar que un perro molesta es muy complicado; y gastarme ochenta y cinco euros en un silbato de ultrasonidos que no garantiza quitarle las ganas de ladrar tampoco era un plan muy apetecible.




Espero que nadie se encuentre con un plato tan incontrolable y de tan mal gusto como el que acabo de relatar; y mucho menos si es para más de tres semanas como en mi caso. Es un modo económico de arruinarse la existencia.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Asfixia.


Es triste pero cierto experimentar que algo se valora cuando se deja de tener.
Creyendo por un momento, como imagen literaria agradable, que el destino existe, éste preparó una pequeña aventura con moraleja a Fulanito.
Fulanito tenía un amigo que, efectivamente, se llamaba Menganito. Menganito tenía una vida complicada, caracterizada por la falta de trabajo y en consecuencia de dinero, y solicitó a Fulanito poder alojarse durante unos días en su piso. A lo cual accedió, motivado quizá porque Menganito le parecía atractivo y sólo había una cama para compartir.
Resultó que Menganito, aparte de majo, sabía cocinar, de modo que Fulanito comió no sólo en la cama sino también en la cocina.
Pero al cuarto día, cuando Menganito quiso irse con unos amigos y llevarse el único juego de llaves disponible en ese momento, se desencadenó la tragedia: Menganito, algo infantil e irresponsable, regresó a las cuatro de la tarde del día siguiente en un evidente estado etílico deplorable, obligando a Fulanito a comer fuera para esperar su regreso ante la ausencia de otro juego de llaves a su alcance.
¿Qué decidió Fulanito? Decidió que tenía los menganos suficientemente hinchados. El mal comportamiento de Menganito le había molestado porque interfería en su rutina diaria; sin embargo, pensó, había sucedido por primera vez y parece sensato concluir que un primer error ha de ser perdonable. No por ello se le deshincharon los menganos, y terminó por pedir a Mengano, una vez habiéndole permitido que curase su melopea con Morfeo, que cambiase de residencia en cuestión de horas. Y se ejecutó la sentencia.
Lo que no le dijo Fulano a Mengano es que, además de su mal comportamiento, otras cuestiones subyacían a su tajante decisión: el sentimiento de incomodidad ante la invasión del espacio propio que había percibido en los escasos días en que había compartido su espacio y su tiempo con otra persona.
Fulanito, una vez solo de nuevo, regresó a su cubículo voluntario y prosiguió la lectura de un libro en el más absoluto y placentero de los silencios.

domingo, 21 de agosto de 2011

El sistema perfecto: propinas en Nueva York.

Pongamos Nueva York por decir algo.




Acudes a un restaurante. Los camareros son sonrientes, asombrosamente amables en comparación con los españoles -sin que éstos sean descorteses, pero no se lo curran tanto- y además, como en muchos países europeos, te ponen agua para beber en cuanto te sientas.
Puede que hasta te hagan sugerencias de platos que no aparecen en el menú, te pregunten cuán hecha quieres la carne, bromeen contigo...




¡Qué majos! Cabe decir que las camareras tienden a la hiperactividad en sus movimientos y en su habla, lo cual pone en peligro la autoestima acerca del dominio del idioma por parte del extranjero.




Te rellenan lo que tomes, en especial si es un refresco, y no te cobran más por ello. Pasan a preguntar si todo va bien y si la comida es de tu gusto.




Y llega el momento de pagar. Das el dinero. Pongamos que con tarjeta. No piden casi nunca el dni, cosa que choca. Se llevan la tarjeta, comprueban los datos y al regresar te dejan un papel donde añadir la propina, que ha de rondar el quince por ciento del total a pagar. Se despiden de ti deseándote lo mejor, de modo que no verán cuánta propina les dejas hasta que te hayas marchado.



Y entonces te quedas pensando...: "A ver, a ver... ¿Resulta entonces que...:
- ¿...su sueldo es una mierda y depende casi por entero de lo que obtengan con las propinas?
- ¿...a los dueños de los restaurantes los camareros les salen tirados de precio entonces?
- ¿...somos los demás quienes tenemos que poner el sueldo que no se les paga oficialmente, encareciendo el precio final indicado en el menú? (En un hotel lujoso hay que dar propina al que te recoge el coche, al que te lleva las maletas, al que te las sube a la habitación...).
- ¿...es por eso que los camareros son tan maravillosamente amables y exquisitos con el cliente?
- ¿...tienen a la fuerza no sólo que recoger los pedidos y servirlos sino además ser amenos y graciosos?
Puedes pensar, quizá con razón, que el método resulta eficiente, pues consigue que el trato sea muy bueno casi siempre.



Pero yo considero, trasladando la situación a mi labor docente, que sin duda yo trabajaría cien veces más y mejor si mi sueldo dependiese de la opinión y de las propinas de las familias de mis alumnos, pero eso sería un sinvivir, un tener el corazón en un puño cada día y, en definitiva, trabajar sabiendo que tendría que estar figuradamente sonriendo con hipocresía y diciendo que sí a todo para ganarme el jornal. Eficaz pero lamentable.


No creo que cualquier método valga, y a menudo la cortesía del camarero neoyorquino me provocaba una cierta tristeza.

viernes, 29 de julio de 2011

Ver no comer mientras comes.

Hay una actividad que en España hace años que no se practica: ver no comer mientras comes. Llega el domingo, tienes fiesta, estás con tu familia comiendo, todo bien... y de repente van los de la tele y tienen la osadía de ponerte imágenes de negros famélicos rodeados de moscas. ¡Vaya mala idea! ¿Qué quieres, que se me vayan las ganas de comer? ¡Pon el Sálvame!


Antes estábamos inmunizados. Ahora directamente ni tenemos que molestarnos en mirar a otro lado: hay quien nos gira la cabeza cuando no nos damos cuenta.

miércoles, 8 de junio de 2011

Una Historia hecha de historias.

Desde hace unas semanas, veo de vez en cuando una serie de documentales sobre la transición española. Comienza unos pocos años antes de la muerte de Franco.
La Historia no me suele gustar. En el instituto no era para mí un área atractiva, y la percibía, tanto por el modo de ser explicada por parte de los profesores como por cómo era presentada en los libros de texto, como una serie de datos (fechas, nombres propios, etc.) casi inabarcable y terriblemente aburrida.
Por desgracia, hay mucha pedagogía que introducir en su enseñanza; y por suerte, la Historia es mucho más que eso y muy interesante.
Encontrarme con esta serie documental corrobora lo que digo. Cada capítulo dura dos horas. Dos horas de imágenes de la época durante las que se explican las cosas con detenimiento, sin aportar una información excesiva -a nivel de nombres, fechas, etc.- pero explicando claramente el por qué de cada cosa y ofreciendo con claridad los pasos que fueron encadenándose para que el franquismo terminase.
De este modo, claro y pedagógico, me queda la sensación conforme avanzo en el documental de estar comprendiendo mejor lo sucedido.
Y lo mejor no es eso. Lo mejor es que, cuando se comprende algo, eso invita a y permite engarzar a ese nuevo conocimiento otros episodios históricos e, idealmente, ir adentrándose en la Historia con mayúsculas.
Veremos si eso pasa. Por lo pronto, es un comienzo.




martes, 3 de mayo de 2011

En la marea.

Lanzo el mensaje en una botella. Una vez escrito y allí introducido, me doy cuenta de que lo que menos me importa es que alguien lo lea. Lo más relevante para mí es haberlo expresado. En el papel que hay dentro de ella se puede leer...
"Hay varias cosas que he ido descubriendo por experiencia. Por más que las hubiese escuchado, quería vivirlas y así reflexionarlas.
He visto que el roce, el verse, el tocarse, hace el cariño. De ese que dura, que no debe etiquetarse porque moriría, del que la distancia no mata.
He descubierto también que las decisiones se toman con cualquier cosa menos con el raciocinio. Así decidimos viajar o embarcarnos en cualquier otra aventura.
Y he comprobado también que hay gente que se aleja, como la ola del mar que se llevará la botella, y otra que regresa, pudiendo ser la misma con nueva energía, la del agua."
Seguramente sea lo mejor: que nadie lo lea. Son, al fin y al cabo, elucubraciones y expresiones muy opacas que me servirán sólo a mí para recordar lo vivido cuando, tarde o temprano, la botella vuelva a caer en mis manos.




martes, 12 de abril de 2011

Mi diario: la reflexión familiar.

Querido diario:
La tele es una ventana al mundo. No es perfecta, es subjetiva, tiene hilos detrás. Pero permite acercar las cosas a la gente y sólo hay que desear que quienes se encargan de ello sean buenas personas. No negaré que soy uno más de quienes la conectan y la disfrutan, quizá menos tiempo que otros.
Por casualidad, más bien sin querer, reflexioné acerca de la prisa y la inquietud que nos rodea. Un coche tiene que ir rápido, una canción debe gustar a mucha gente, un libro debe ser comprado por muchos lectores... y un trabajador debe hacer su labor dando el máximo de sí mismo.
Es terrible, diario, pero lo es más en lo que al trabajo se refiere, al menos para mi sensibilidad. Debe de ser terrible que mientras yo vivo apartado en mi tranquila vida de campo, disfrutando de un largo paseo y viendo la naturaleza en paz, algunos que viven no muy lejos de mí se levanten cada mañana cavilando nuevas maneras de ser mejor que su rival, de perfeccionar su creatividad y de que su jefe les considere imprescindibles. ¿Por qué no puede ser todo más sencillo? Mi querida abuela, que a pesar de su edad se mantiene con buena salud, gracias a dios, cocina bien pero igual que ayer y que mañana. Por eso cocina y lo disfruta. ¿Lo haría del mismo modo si debiese preparar comida para cien y nadie, además, se lo agradeciese? Creo que hemos industrializado la vida.
Mi abuela, viendo en su televisor lo mismo que yo (libros de cocina comestibles que sabían a aquello de lo que hablaban) dijo, con su voz algo grave: estáis todos locos.
¿Verdad, diario, que lleva razón? Al menos, desde mi jardín y el banco de madera en el que escribo, eso me parece.

sábado, 2 de abril de 2011

Apoyo mutuo.

He tenido una idea. He visto que Mercadona dispone de un teléfono de atención al cliente. A menudo me pregunto cuán aburrida será la vida de quien tenga como misión atender ese número y escuchar las reclamaciones y las sugerencias de los productos de la cadena de supermercados. Es sin duda una labor aburrida estar sentado al teléfono, hablando con gente anónima que en ningún momento hará comentarios alegres, positivos, que al trabajador le alegren el día.
Y como a veces la vida ofrece cosas que dan para pensar (yo, sin ir más lejos, tengo ahora mismo algunas dudas que me gustaría comentar en voz alta, aunque fuese ante un muro que no me escuchase, por el mero hecho de desahogarme; véase, por ejemplo, el modo de actuar en cuanto a algunas amistades de dudosa calidad que pululan a mi alrededor, la opción de conocer según qué sitios del planeta en diversas modalidades de viaje o cómo alcanzar un poco, en definitiva, de felicidad), seguramente sea un favor para ambas partes servirme de ese número y, mejor sin siquiera pedir disculpas por llamar para algo que no entra dentro de la labor del trabajador, contar mis cosas y empujar con mis palabras a que desde el otro lado de la línea se me dé algún consejo. De ese modo, yo dispondré de más opiniones, quién sabe si alguna reveladora, y el otro una anécdota para contar que le sacará, sin duda, de la monotonía.

viernes, 11 de marzo de 2011

Cómo salir de la crisis.

Para salir de la crisis, es necesario cambiar aquellos ámbitos de la sociedad donde se reúne el dinero y la atención.
Hablamos del fútbol:
- En primer lugar, se reducirán las cantidades que los jugadores cobran y las que se perciben por publicidad. Mejor dicho, se derivarán un sesenta por ciento de dichos beneficios para las arcas del Estado.
- En segundo lugar, debemos pensar que el dinero es el rasero único por el que todo se mide y que da lugar a todo. Así, los médicos de la seguridad social son buenos pero insuficientes, existen buenos jueces pero no dan abasto ante tanto trabajo, a cualquier trabajador se le pide más rendimiento por menos sueldo, los productos se fabrican para que duren menos y así consumir más, los programas de la televisión entran o salen de la parrilla según su audiencia, etc. De ese modo, de cara a mejorar el rendimiento económico señalado en el punto primero, se obligará a los jugadores a dar espectáculo para que las audiencias suban. Cada semana ello se conseguirá de modos distintos:
a) Deberán jugar haciendo el pino.
b) Celebrarán los goles besándose en la boca con lengua.
c) Se permitirá el paso de ovejas por mitad del campo.
d) Ágatha Ruiz de la Prada vestirá a los jugadores.
e) El sueldo base de un jugador será de mil euros netos, más doscientos por gol o por parada.
f) Los entrenadores tendrán acceso a un teléfono que le conectará al entrenador del rival y a los altavoces del estadio, de modo que la audiencia pueda seguir los insultos a tiempo real.
g) Se potenciará al máximo la presencia de la vida personal de los jugadores en los medios, debates, revistas...

- Y en tercer y último lugar, como consecuencia del punto segundo, los numerosos seguidores del fútbol se hartarán a largo plazo de los cambios en el espectáculo pese a que éstos favorezcan la recaudación de más dinero.

De este modo, la sociedad estará por fin concienciada para comprender que el dinero no lo es todo y ejecutar el gran cambio de paradigma que es necesario para escapar de crisis como la actual en un futuro no muy lejano.

domingo, 27 de febrero de 2011

Extraído de "Las conexiones ocultas", de Fritjof Capra.

"El acoplamiento estructural, tal como lo definen Maturana y Varela, establece una clara diferencia entre el modo en que los sistemas vivos y los no vivos interactúan con sus entornos. Por ejemplo, si le das un puntapié a una piedra, ésta reaccionará a la patada según una cadena lineal de causa y efecto. Su comportamiento puede ser calculado aplicando las leyes fundamentales de la mecánica newtoniana. Sin embargo, si le das el puntapié a un perro, la situación será muy distinta. El can responderá con cambios estructurales acordes con su naturaleza y su patrón (no lineal) de organización. El comportamiento resultante será, generalmente, impredecible."



viernes, 4 de febrero de 2011

Mirando al de al lado.

Me encanta leer no ficción, porque a veces se encuentran cosas muy curiosas...
Se hizo el siguiente experimento.
A dos personas, incomunicadas entre sí, se les muestran imágenes histológicas de tejidos sanos y enfermos. Deben decir si cada tejido que ven está sano o enfermo.
Al primer individuo siempre se le dará la razón en su respuesta; al segundo siempre se le dirá que se ha equivocado.
Se realiza el experimento y se observa esta curiosa consecuencia: que el primero aprende a identificar los tejidos en un ochenta por ciento de los casos, pero el segundo también en un porcentaje bastante alto mediante una explicación alternativa que él se crea.
Pero eso no es todo. Una vez acabada la muestra de imágenes, cuando se permite que ambos individuos hablen entre sí sobre la prueba realizada, el individuo número uno se da cuenta de que el otro ha elaborado una explicación mucho más compleja para explicarse la diferencia entre ambos tipos de tejidos; y en lugar de creer que el otro está en un error, la primera persona, ante una explicación más elaborada, termina por creer que él mismo está equivocado.

Este experimento demuestra que solemos dar por buenas las explicaciones más rebuscadas. Por eso tenemos la manía de pensar que si al leer un texto no lo entendemos, entonces es que está diciendo algo muy profundo. Aunque lo más probable es que tenga la profundidad de un charco.

Eso me ha pasado a veces a mí con las películas lentas de autor...

viernes, 21 de enero de 2011

I´ve got a feeling.

Al comenzar una actividad en la que hay una persona que nos ha de transmitir unos conocimientos de algún tipo, lo deseable es que entremos en sintonía con ella (o mejor dicho ella con nosotros) para que el objetivo de la actividad se realice de un modo agradable y sobre todo efectivo. De modo que el llamémoslo alumno piensa "I´ve got a feeling" positivo, de empatía, de confianza.
Es por eso que, como se suele decir millones de veces, todos recordamos profesores maravillosos que consiguieron entusiasmarnos por y con lo que enseñaban, a veces sin otro arma que su voz y la ilusión por lo que querían transmitir; también, y sobre todo, recordamos a aquéllos que nos aburrieron con sus monólogos monocordes.

Bajo mi punto de vista, es agradable dejarse llevar por la sensación de que el profesor es un experto en la materia y lo sabe todo; poco importa que eso sea cierto, sino que nos transmita esa sensación en una buena parte de lo que hace, para sentir que estamos en buenas manos.

Y esto, que parece tan sencillo de entender, no me lo brinda el destino...
Primero, abandoné las clases de japonés tras cuatro meses en ellas. En parte porque el idioma exige una memorización desmesurada que me supera y en parte porque, dado que su gramática es bastante sencilla y la pronunciación es casi idéntica a la del español, dicha memorización era prácticamente el único reto que el idioma ofrecía... y nada más aburrido que verme inmerso en una aventura de al menos cuatro años -prorrogable al resto de mi vida, como en el caso de cualquier otro idioma- donde la mayor dificultad es la de almacenar palabras cual fichero de ordenador. Pero amén de eso, otra razón que me terminó de animar a abandonar el barco japonés fue la profesora. Me caía muy bien como persona, pero como profesora no me transmitía esa seguridad que he mencionado, quizá porque apenas tenía experiencia. Siendo yo docente, percibía si cabe más que los demás alumnos esa pequeña zozobra a la hora de llevar la clase, de proponer material, de retomar y repasar contenidos y, en particular, de señalar con claridad los contenidos clave y dejar aparte lo más accesorio. La montaña de vocabulario en mis folios y, por contra, la confusión reinante en los apuntes de la poca gramática estudiada me dieron mala espina.
Y en segundo lugar, habiendo retomado (creo que por tercera vez en mi vida) el hábito de ir al gimnasio con afán de ganar, o recuperar, un cierto volumen muscular, esta vez lo he hecho contratando a un entrenador personal para así facilitar mi motivación inicial, corregir vicios de postura en los ejercicios y dejarme guiar por alguien experto que me garantice unos resultados a medio plazo. Pues bien, de nuevo me falta esa confianza. Tras unas cuantas sesiones en las que, eso sí, he sudado la gota gorda y el muchacho ha demostrado saber lo que hace, he comprobado que es impuntual, que olvida traerme el plan de ejercicios y que tampoco ha recordado enviarme por email la dieta que necesito para favorecer los resultados de mi actividad física. (Una dieta supone mucho más de la mitad del resultado de la actividad física, al menos si uno se propone aumentar su volumen muscular). Por consiguiente, ese pequeño endiosamiento que necesito montarme en mi cabeza respecto al entrenador resulta más difícil, me resta seguridad y provoca que me sienta ligeramente a la deriva.

I haven´t got a feeling!
Y pensar que yo, con mis alumnos de primaria, tiendo a demostrarles que no lo sé todo para que comprendan que los adultos también estamos aprendiendo... ¡Ahora ya no sé si hago bien!

sábado, 8 de enero de 2011