martes, 24 de febrero de 2009

Príncipe.

Carla estaba sentada en su sofá, viendo una película romántica.
Película que al final terminó bien, en boda de hecho.
Y entonces se quedó pensando que ella aún no había encontrado su príncipe azul.
¿Y por qué no?
Se miró en el espejo y se vio bien. Pensó en su manera de tratar a la gente y consideró que no había nada malo en su persona que pudiese desagradar.
Así que dedujo que lo único que tenía que hacer era buscar a su príncipe azul, porque en alguna parte tenía que estar.
Si era azul, buscaría primero en donde viese ese color.
Miró tras un par de puertas azules. Nada. Miró después en el cuarto de baño, y tampoco lo encontró tras las cortinas de la ducha.
Enseguida se le ocurrió que su edredón era azul, así que lo levantó y sólo encontró las sábanas, grises y rojas.

Decidió por fin que lo de azul era una metáfora, y que los príncipes podían tener el color que quisiesen, porque para eso eran príncipes y distintos al resto.
Así que buscó por toda la casa, habitación por habitación: dentro del frigorífico, en el azucarero... hasta en la taza del báter y en el cubo de fregar.
Pero nada.

Regresó a su sofá y al sentarse, por el rabillo del ojo, vio que había dos pies que asomaban bajo el sillón situado tras la ventana. Sonrió, aliviada, y al levantarse agarró con rapidez los pies, no fuese a ser que desapareciesen. Sirviéndose de todas sus fuerzas, tiró hacia sí y consiguió que el príncipe saliese de debajo del sofá. Era sin duda él: correspondía palabra por palabra al tipo de chico que a la vista le gustaba, y cuando sonrió y empezaron a conversar, decidió enseguida que había mucho en común entre ellos.

Carla le contó que lo había estado buscando durante mucho tiempo. Él respondió que también, y entonces se besaron. Así estuvieron un buen rato, hasta que ella le ofreció algo de beber. Se acercó a la cocina a por las bebidas.

Por desgracia, cuando regresó al salón, el príncipe había desaparecido. Pero le había dejado una nota, que decía: "Disculpa, me he puesto nervioso y me he tenido que marchar. Eres lo que siempre he estado buscando. Mañana volveré y te propondré en matrimonio".

Carla se quedó loca de contenta.
Pero la alegría le duró muy poco, pues todo acabó como tenía que acabar: no es que el príncipe fuese gay; no es que estuviese con otra; no es que al día siguiente le dejase otra nota para anunciarle que la abandonaba.
Simplemente... Carla se despertó.

martes, 17 de febrero de 2009

Romuald.


Lo conocí a través de Javier, un amigo. De ciento en viento quedamos porque es francés y en algún bar pasamos un rato charlando en ese idioma.
Un gran abrazo para Romuald, que por cierto tiene novia, que ya os estoy leyendo el pensamiento.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Paremos el carro (II)


Prosigo disfrutando de la ausencia de Internet en casa.

Los fines de semana es cuando más se echa de menos el invento, claro está, porque cubría ciertos ratos muertos. Pero esos ratos ahora quedan rellenos cocinando mejor, leyendo más, yendo a nadar, estudiando francés.

Resulta increíble que uno sienta "la necesidad (¡¡!!)" de conectarse, lo eche de menos a veces, deba corregir el tic de pensar en el ordenador y el placer de atontarse ante él. Una droga, en definitiva. Insisto, es increíble. Como dejar de fumar, más o menos.


Ono, o mejor "¡Oh, no!", se ha entretenido un poco fastidiándome: que mire usted, que como le dimos de baja la conexión tal día, y las facturas las emitimos tal otro, pues jódase y pague la conexión del próximo mes, que en la factura siguiente ya se lo devolveremos. Vergonzoso, a ver cuándo las compañías de teléfono dejan de poder hacer lo que quieren.
El mejor modo de descubrir que se puede vivir sin internet es que, tras un fin de semana, uno consulta sus mensajes el lunes en el trabajo o en el cyber y descubre lo que se ha perdido: absolutamente nada. Bueno sí, que un amigo de un amigo en facebook "está de resaca tras la juerga de ayer" o que "Pepito entra a trabajar a las seis".
¡¡Únanse a mi grupo unipersonal de desinternetizados!!