jueves, 31 de enero de 2008

Invitación frustrada.


Afortunadamente, cada vez aprecio más compartir mi tiempo con los amigos y la familia.
Es por ello que en ocasiones me planteo invitar a mis padres a comer en casa. Hace poco mi hermano jugaba un partido en un lugar cercano y estuve a punto de ofrecerles venir a comer.
Pero inmediatamente se me encendió la bombilla roja: ¡huy, no, no, imposible!
¿Y cuál fue la razón?
El tabaco...
Mi padre se niega en rotundo a tener que irse al cuarto de baño o al balcón a fumar. Así de simple. Y yo podría ceder y dejarle fumar. Soy lo suficientemente tolerante como para soportar su humo durante unas horas.
Pero una vez, a un chaval que estuvo en mi casa una tarde, le dejé fumar por no parecer desagradable y el olor del humo se apoderó del piso, que mira que es grande, durante una semana. Sin acordarme de sus cigarrillos, entraba por la puerta del piso y me los recordaba un olor reconocible.

Así que seguiré viendo a mis padres exclusivamente en su casa y en algún restaurante.




lunes, 28 de enero de 2008

Papers.

Sigo sin arrepentirme de haber abandonado el estudio de Antropología Social y Cultural. Admito que me encantaría haber podido colgar el título de la carrera en mi casa y quedar como un freaky total, pero puede que ésa fuese una de las motivaciones más importantes que tenía últimamente...
Si sigo sin arrepentirme, digo, es porque ahora todo el tiempo que antes empleaba en mirar el libro de antropología lo uso en leer lo que me apetece; esto me hace pensar que quizá debiéramos dejar que en las escuelas los niños se hincharan a jugar a la play y a la wii hasta que se les salieran los ojos y castigarles salvajemente cuando osaran coger un libro.
Y en estas semanitas que llevo desantropologizado ha caído, y cito a modo de lista / recomendación:
- Digital Fortress (Fortaleza Digital), de Dan Brown. Una novela más del autor de El código da Vinci, que no es de las mejores pero engancha como cualquiera de las suyas y hace que más de una vez el lector piense que definitivamente el protagonista no va a poder salir de ésa, y el lector se equivoca. Animo a quienes quieran practicar su inglés a que la lean en ese idioma, que es entendible.
- Soldados de Salamina, de Javier Cercas. Una novela, o metanovela, o vaya usted a saber, sobre un autor que desea escribir sobre Rafael Sánchez Mazas, falangista y padre de Rafael Sánchez-Ferlosio, y hacer hincapié sobre episodios curiosos de su vida (haciendo así un repaso al comienzo de la pesadilla con Franco) y su obra, valiosa a pesar de sus inclinaciones políticas.
- La mirada de la noche, de José María Latorre. Dentro de mi actual inclinación por leer literatura española, leí esta novela de terror de dicho autor zaragozano. Está escrita quizá ante todo para un público juvenil. La historia trata, descubre uno una vez avanzada la historia, de resucitados y vampiros, tema que nunca me ha atraído; pero este autor consigue darle cierta cercanía y credibilidad que hicieron que la leyese hasta el final. Por ella obtuvo el Premio Gran Angular 2002 y ha sido traducido hasta al polaco (¿alguien conoce a algún polaco para preguntarle si la ha leído?). Parece un autor recomendable y es bastante prolífico, así que tiene donde elegir. Y es de Zaragoza, oye, que eso está bien.
- Y ahora voy a atacar a todo un monstruo: Cervantes, cuatro novelas ejemplares suyas. :D

¡¡No me digáis que soy el único raro que disfruta entre libros!! Ir de librerías es una gozada.

jueves, 24 de enero de 2008

Universo paralelo en El Corte Inglés.


En Zaragoza existen dos Corte Inglés en la zona centro: el de siempre, del paseo Sagasta, y el más reciente (que ya tiene sus años), en Paseo Independencia.
Una vez entré al de Independencia por razones prácticas: vaciar la vejiga. Cuando me dirigía a la puerta de la planta calle por donde se accede a los ascensores y a las escaleras que llevan a los servicios, apareció un chaval, atractivo aunque ya desmejorado, que tenía visto de los bares de ambiente. Le saludé con poco más que un movimiento de cabeza y elegí bajar un piso por las escaleras, donde sabía que había baños.
Ya me extrañó ver a uno en una esquina mirando con cara de quieresheroína. Poco a poco todo empezó a encajar cuando entré en el servicio, vi a dos tíos meando, entré en un baño con cerrojo, hice lo que debía hacer, salí y ambos tíos seguían en la misma posición y poco atentos a si el pis se salía o no.
Cuando me acerqué al lavabo observé en el espejo que era observado, y cuando salí el tipo de mirada de hachís siguió aplicando su juego de ojos; y no quise mirar quién abrió la puerta del baño tras de mí ni si me perseguía.
Sólo sé que regresé a la planta baja con el resto de la gente y fue como si aquellos seres hambrientos se quedasen agazapados esperando en la oscuridad hasta la próxima vez.
¿Vendría del baño aquel chico que me había encontrado nada más entrar en los grandes almacenes?


lunes, 21 de enero de 2008

El cine, su precio y cosas vip.


Una tarde de ésas nos juntamos cartola, mikimoquetas, nekokun y un servidor, diabetes, ante el tablero de un juego de rol y demasiados dulces. Después de convertirnos en organizadores de un palacio y su terreno y disfrutar verdaderamente de la partida, nekokun se despidió y a los que quedábamos se nos ocurrió irnos al cine. Diabetes agarró su coche, satisfecho de demostrarse a sí mismo que a veces ese aparato con ruedas puede servir para algo más que ir al trabajo, y trasladóse a sí mismo y a sus amigos a Grancasa, donde hubo una opípara cena en McDonalds. (Sí, sí, lo confesamos, no como la mayoría). Arreglamos el mundo, es decir, criticamos a los americanos y nos echamos flores a nosotros mismos, y fuimos a ver Soy Leyenda. Una pena haberla visto en el sentido de que Gabardera me iba a prestar el libro, que prometía buenas reflexiones, y aunque la peli se ve con gran interés, se centra más bien en la acción. La disfruté, sin embargo.
Quería remarcar que el cine ya cuesta en Zaragoza 6,30 euros. Me importa cuatro bananas que en otras ciudades españolas cueste más, porque yo valoro las cosas según lo que valían hace un tiempo en el mismo lugar, y no en Tombuctú, Dakota del Norte, Kyoto o Barcelona. Y ese precio empieza a ser prohibitivo... Una larga temporada, años, sin ir al cine me han hecho volver a apreciar el gran poder de la pantalla grande para vivir todo más intensamente que en la televisión, por lo que, a pesar del abuso euril, seguiré yendo.
Lo mejor de todo es que en Grancasa ahora hay un nuevo invento:
Mikimoquetas: Hola, tres para Soy Leyenda.
Taquillera: ¿Butaca vip o normal?
Mikimoquetas: ¿Eign? ¿Qué diferencia hay?
Taquillera: Pues que las vip están en la parte central, donde mejor se ve, y son algo más cómodas. Cuestan un euro más.
Mikimoquetas: Ah, qué bien. ¿Pero no dan patatas fritas ni nada, no?
Taquillera: Je, no.
Mikimoquetas: Pues tres normales, anda.

Vamos, que ahora cogerse lo mejor ya no es cuestión de comprar las entradas pronto o por internet sino de soltar pelas... Y Diabetes probó las butacas vip y salvo un reposacabezas bastante estúpido no hay mayor diferencia.


Vip, vip, vipvipvip.
vip naranja escribe fino,
vip cristal escribe normal.
Dos escrituras a elegir:
vip, vip, vipvipvip.

viernes, 18 de enero de 2008

Hombres.

Me privan los bailes chorrones.

lunes, 14 de enero de 2008

Lisboa (IV y último): retales.

Me es imposible zanjar el viaje a Lisboa sin añadir unos comentarios y, sobre todo, algunos fotos tontas y curiosas que tuve oportunidad de hacer. Permítanme ustedes guionizar el post de hoy:
- Todo el mundo decía que Lisboa era una pasada, que es preciosa, que te va a encantar, que ya verás ya verás ya verás. Y vamos a ver: me ha gustado, creo que se deja traslucir en mis comentarios anteriores; tiene, como muchas ciudades, sus rincones chulos, sus paisajes fotografiables y un encanto suficiente como para pasar unos días. Pero en fin, después de que prácticamente el cien por cien de la población humana me hubiese asegurado que Lisboa era una preciosidad, pues la verdad, está bien pero no es un universo mágico paralelo ni llueven billetes de quinientos ni tiene un espíritu mágico pululando en cada esquina. Es bonita, tiene sus cosas, pero me cuidaré mucho de hablar de ella a otras personas como si fuese la octava maravilla, no vaya a ser que luego pretendan cortarme los ribosomas a la que me descuide.





- En Lisboa y alrededores uno puede encontrar cosas distintas que, valor artístico y cultural aparte, sorprenden por lo diferentes que son. Como prueba, ese inefable mueble dentro de uno de los muchos palacios que vimos, o también techos pintados con barquitos, azulejos de varios colores, la Quinta da Regaleira y sus galerías y pozos –que ya mostré en la segunda actualización al hablar de Sintra- y hasta palacios con fachadas rosas. Una delicia para quienes estamos cansados de ver poco más que cuadros valiosísimos de vírgenes y santos agonizantes e iglesias doradas.


- Aunque el portugués y el español tengan un origen común y uno pueda coscarse de algo, la verdad es que no es tan fácil como uno cree en principio comprender a ni hacerse comprender por un portugués. En fin, sólo tengo que recordar que pedí un cuchillo a una camarera y fueron los gestos los que hicieron la situación “comunicativamente eficaz”. Por escrito, como podéis ver,





es bastante fácil de comprender, pero no oralmente, insisto. Me da la sensación de que para un portugués es más fácil comprender a un español que viceversa.


- Os recomiendo vivamente que no perdáis el dni antes de viajar. Me pasó a mí el día de antes de salir de Zaragoza y lo encontré milagrosamente en un cajón de mi armario: se había caído de un bolsillo de mi pantalón al colgar éste en la percha. De todos modos, debido a que estamos en una zona de nombre x que ahora no recuerdo, no hacía falta dni y quizá podría haber viajado sin él. Bueno, no, porque lo necesitaba para pedir el billete en el aeropuerto. Menos mal, si no habría dejado a determinado polaco más colgado que una uva.



- No sé si esto será aplicable a todo el mundo portugués, pero al menos, por lo que se ve, los conductores de los medios de transporte tienen cierto sentido del humor y espíritu navideño no americano.





- En Lisboa encontré una diferencia fundamental con respecto a España. Así como en nuestro país aquella persona que carece de trabajo y no desea elaborar currículos y repartirlos en persona puede dirigirse a la administración pública e indicar qué tipo de trabajo desea, y resignarse a que probablemente el trabajo tarde una eternidad en llegar, en Lisboa en cambio existe una preocupación desmesurada por que los ciudadanos estén en paro el menor tiempo posible. Por lo que se ve, aquellos que carecen de un puesto de trabajo pueden verse sorprendidos en su casa por una visita del instituto de empleo y son trasladados de inmediato al lugar donde pueden comenzar a ganarse el jornal.





- Y además, también difieren ambos países, España y Portugal, en que en el primero se considera peligroso que una vaca o un ciervo anden sueltos y puedan provocar accidentes automovilísticos, mientras que en el segundo se ignora a estos animales, puede que no abunden o estén siempre encerrados; y se teme en cambio a un animal de mucho menor tamaño que, quizá, se dedica a cruzar las carreteras y a utilizar su alimento como arma arrojadiza contra, por ejemplo, vehículos excesivamente contaminantes:






- No vayan ustedes a Lisboa intentando viajar de gorra en el autobús. Apenas llevaba un minuto en un bus cuando el revisor me pidió el billete; poco después había tres revisores en el mismo vehículo y al poco rato de que unos chavales empezasen a arman bulla en las últimas filas, dos policías subieron y les echaron. Me quedé diciendo: jodo, sí que hay control aquí, leñe.


- Si queréis conocer la ciudad, id cuanto antes, porque en cuanto tengáis cierta edad, artritis o testículos con espinas os será imposible desenvolveros por esas calles tan empinadas.


- Más de una persona me ha dicho que otras ciudades portuguesas, como Oporto, son más bonitas. Creo que estoy descubriendo cierta tendencia sobrevaloradora de las capitales de país, pues en Polonia la ciudad que menos me gustó fue Varsovia y más de un francés me ha dicho que París no es la ciudad más maravillosa de su país. Nada, chicos, ¡¡todos a promocionar Soria, come on!!


- Por último, decir que me ha gustado salir de viaje en navidad. La maleta pesa más porque hay que cargar con ropa de invierno y los días son más cortos, pero los días de descanso parece que aprovechan más si uno sale del entorno habitual un poco. Por otro lado, es una sensación peculiar cambiar de año en un lugar y un momento diferentes al de tus paisanos, y sin la familia y los amigos.


En definitiva, todo esto ha sido, por supuesto, una manera más de conocer y reflexionar.

viernes, 11 de enero de 2008

Lisboa (III)

Pensando en el viaje, sin duda tengo un buen recuerdo del castillo de San Jorge. Es difícil olvidarlo porque hay que caminar cuesta arriba mucho rato hasta llegar a él –normal si se pretendía, años ha, que tal edificación pudiese servir como puesto de vigilancia-.





Pero además, porque desde él, o más exactamente desde una gran explanada llena de árboles y algunas estatuas, pudimos ver llegar el año dos mil ocho rodeados de gente desconocida de diversas nacionalidades –hasta polacos, además de Leszek- y de fuegos artificiales. Había cierta decoración para la ocasión:



En aquel país es una hora menos que en España; me habría encantado recibir vuestros mensajes felicitándome el año nuevo una hora antes de que yo llegase a él, pero si tuvisteis el detalle nunca los recibiré pues me robaron el móvil al subirme en un autobús. Lo llevaba en mal sitio, un bolsillo de la mochila; sin embargo, solía girar ésta para tener el bolsillo a la vista siempre que viajaba en metro, bus o tranvía, así que si se hicieron con el teléfono fue porque, quién sabe si a idea, me vi apelotonado entre una muchedumbre e incapaz de realizar el giro de la mochila que pretendía. No tengo prueba alguna de que me lo robasen en ese momento, pero Leszek vio algo raro y llegamos a la conclusión de que había ocurrido entonces.


Pero no quiero manchar el viaje a Lisboa con el tema del robo. No quise enfadarme porque no valía para nada hacerlo y, en fin, ahora tengo móvil nuevo y me gusta más que el anterior. :)
Como podéis imaginar, también había mucha decoración navideña por toda la ciudad. Destacaba sobre todo el centro neurálgico, que se encuentra en la parte sur y derrochaba iluminación por los cuatro costados.





Se puede decir que llego al final del relato. Ya vale, ya vale.
Vimos más cosas de las que puedo enseñar por fotos y contaros en más parrafadas. Pero me falta paciencia para recurrir a la guía de viaje y poder facilitaros los nombres exactos de todas las cosas. Puedo decir que hay palacios que merecen la pena




y que se trata de una ciudad donde hay zonas de sobra para ir a darse paseos y encontrar rincones interesantes –jardines, cementerios, plazas-, siempre con una mínima preparación basada en la guía, claro, ¡si no uno se arriesga a andar una hora en cuesta para nada!



En fin, hasta aquí he llegado. La cosa terminó algo abruptamente, ya que Leszek se marchó del hostal a las cinco de la mañana para despegar a las seis y yo, sin poderme despedir de él por eso, abandoné la habitación cinco horas más tarde.
Ambos regresamos sanos y salvos a nuestros hogares. Por una vez, y sin que sirva de precedente, mencionaré que el vuelo me costó muy poco y, especialmente a la vuelta, fue muy grato: grato de gratuito, porque por todo el morro comí un hojaldre relleno, dos lonchas de jamón con olivas, un trozo de queso, un pequeño pastel, un refresco y un café. Con Iberia.
¡¡Ya estáis yendo pallí, a Portugal, esa cercana desconocida!



lunes, 7 de enero de 2008

Lisboa (II) y Sintra.

Los dos primeros días sirvieron para tener una impresión general de la ciudad y observar cómo nos desenvolvíamos Leszek y yo juntos en todos los sentidos: charlando, decidiendo a dónde ir, organizándonos para hacer la compra y cocinar, etc. Prácticamente durante todo el viaje, y desde un principio, la convivencia fue muy buena, me atrevería a decir que ante todo por mérito de él, una persona sencilla, asertiva, "easy going" como se dice a veces, con la que me parece bastante difícil llevarse mal. Quedó claro enseguida que ambos éramos de la opinión de no matarnos por visitar hasta el último rincón de la ciudad y que las tremendas caminatas que, a pesar de ello, nos terminábamos dando justificaban de sobra levantarse a las diez y pico de la mañana como pronto. De ese modo, aunque estuvimos siete días en Lisboa en teoría, el primero y el último no deben contarse pues sirvieron tan solo para viajar, y los cinco reales cundieron algo menos de lo posible debido a semejante parsimonia para despertarnos. Lisboa ha sido una cura de sueño fundamentalmente.




Ésta es una pareja alemana que conocimos en el hostal. Sé perfectamente que nos dijeron sus nombres, pero jamás podré recordarlos. Se supone que eran pareja, aunque oficialmente nunca dieron muestras cariñosas o conversacionales aclaratorias. Las cejas de la chica eran tan rubias que parecían artificiales y poco resistentes a un rascado de uña. Leszek habla alemán y, aunque tuvo la gran deferencia de pedirles que hablásemos en inglés para no quedarme marginado, en alguna ocasión usaron ese idioma; situación en la que me habría encantado, claro, saber hablar alemán. Pero por ahora sigo convencido de que no me gusta cómo suena, la verdad, y si algún día oso aprenderlo creo que será más por puro afán de superación, benditas y asquerosas declinaciones, que por verdadero interés de utilizarlo.
Teníamos prevista alguna que otra salida fuera de Lisboa, pero, como digo, nuestros antimadrugones dejaron pronto claro que los cinco días iban a cundir relativamente. No se olvide, además, que a las seis era de noche y todo empezaba a estar cerrado. Por si eso fuera poco, debíamos contar con que en Nochevieja los museos, palacios, etc. iban a estar cerrados o a ser cerrados antes de lo habitual, y que en Año Nuevo no abrirían; así que decidimos ir a Sintra, y a ningún sitio más fuera de Lisboa, el tercer día de viaje. Cascais se nos pasó por la cabeza, pero esta pareja alemana fue y, aunque les gustó, por lo que contaron nos dio la sensación de que aparte de un paisaje de costa precioso poco más había; y en fin, para ver agua mansa ya teníamos Lisboa y el Tajo al lado.

A Sintra se va en un tren y cuesta tres cuartos de hora. El fotologgero Nekokun ya me había recomendado que visitara esta ciudad y no sin razón, pues merece la pena. Tiene paseos y tiendas interesantes, así como palacios muy bonitos.



La Quinta da Regaleira, del siglo XIX, fue la que más nos gustó. Aparte del palacete de la foto y capillas anejas, la frondosa vegetación, las grutas oscuras (en las que nos aventuramos porque tengo la costumbre de llevar una linterna en mi mochila), los lagos interiores, las torres y los pozos hacían del lugar algo mágico. La antesala de los dioses, la logia, la entrada de los guardianes o el pozo de la iniciación son algunos de los nombres de lo que allí puede encontrarse, con referencias a los templarios de la orden de cristo, a Virgilio, a Dante y a muchas cosas más.








Nos dejamos de ver algunas cosas en Sintra, por varias razones. La primera, nuestra pachorra madrugadora; la segunda, la desgana de la chica de información turística, que aseguró que toda la información sobre el lugar estaba en los folletos, y dejó al albur de, no sé, los dioses portugueses que adivinásemos a cuánta distancia estaban los palacios y cuáles eran los buses más idóneos para visitarlos (a uno, sin bus, se tardaba una hora andando cuesta arriba en llegar, eso se avisa); la tercera, lo escondidas que estaban algunas paradas de bus; y la cuarta, el cansancio que llevábamos de andar tanto. Mis agujetas el segundo día eran de órdago, aunque es cierto que no hay nada como ignorarlas para superarlas en unas horas.
Pero no importa. Soy algo escéptico respecto a la costumbre o tradición que dice que ser turista es igual a ver edificios y museos que, en un día cualquiera, no habrían llamado demasiado nuestra atención –por andar estresados trabajando, por indiferencia natural o por costumbre; pensad si no en los edificios de vuestra ciudad-. Así que no pasa nada porque dejásemos cosas de ver; la gracia del viaje era conocernos y, ya de paso, recorrernos los sitios en general, más que entrar en todos los edificios interesantes. Por mi parte, busqué de paso hacer fotos bonitas.




Siempre digo que debería trabajar de profesor de español para extranjeros… Con Leszek aprovechábamos los trayectos largos, más que nada en bus o algunos en tranvía, para resolver dudas que él me planteaba sobre nuestro idioma o para, por iniciativa popular –o sea, mía-, enseñarle algunas frases hechas y refranes, que considero que es lo que mejor puede enseñar un nativo. Donde no hay mata no hay patata, no tener abuela, cría cuervos y te sacarán los ojos, nunca digas “de este agua no beberé”… fueron algunas de las cosas que fui anotando para él. Me encantó hacerlo, me gusta mucho reflexionar sobre mi propio idioma, y si además se encuentran parecidos con el idioma polaco, genial.
Lo curioso del viaje en lo que a lingüística se refiere es que, cuando andábamos planteándonos este viaje charlando por internet, le comenté a Leszek que lo que menos me gustaba de visitar Portugal es que iba a ir al extranjero y no iba a utilizar el inglés tan apenas, dado el parecido entre los idiomas de ese país y el nuestro. Él dijo que podríamos hablar en inglés, y le dije que bueno, que podríamos hacerlo; pero entendí que hablaríamos en inglés con los portugueses. Y cuando nos encontramos allí al principio y le saludé en español me dijo “No, no, quedamos en hablar en inglés”. Él había supuesto que lo hablaríamos entre nosotros, lo cual a él no le importaba porque habla (también) inglés y quiere mejorarlo; me pareció una coña plantarme en Portugal con alguien polaco y hablar inglés siendo yo español, así que no le aclaré el malentendido y no usamos el español nunca salvo durante las clases improvisadas ya mencionadas.
Qué originalitos que somos.

(CONTINUARÁ).

jueves, 3 de enero de 2008

Lisboa (I)

Es en Nochevieja cuando este blog cumple años, así que mis sinceros agradecimientos a todos por seguir visitándome. Ya son dos añitos, ya empezamos a andar y lo hacemos por fin con soltura.

Ciñéndome al tema del viaje a Lisboa, comenzaré por el principio, porque de no hacerlo de otro modo, imaginaos dónde podría acabar.
Allá por Octubre surgió la idea de viajar con Leszek a algún sitio del mundo mundial. Combinando mi manía de no viajar a un lugar donde él ya hubiese estado con su espléndida disponibilidad y adaptación, decidimos visitar Lisboa. Organizamos todo por internet y el día veintiséis de diciembre, teniendo fe en que efectivamente alguien en Polonia iba a llegar al mismo hostal que yo unas horas después, cogí el avión hacia allí. Eso sí, hice el tonto sobremanera: ¡jamás vayáis al aeropuerto en taxi! Es un robo a mano armada. Iba justo de tiempo y me daba mucho apuro no llegar y dejar a Leszek en mitad de Lisboa; pero de verdad, coged el bus...
Una gozada que haya vuelos directos hasta la capital lusitana tres veces por semana. La ida y la vuelta salen bien de precio y, para mi asombro, hasta ofrecen algo de comida gratuitamente.

En comparación con Polonia, la gente se defiende mejor en inglés, y no digamos si lo comparamos con España (suenan risas flojas y lamentos de desencanto). Como observó anagnosto cuando le hablé de mi viaje, que vean la tele con subtítulos hace mucho, como en otros países europeos. Aquí somos como somos, y la verdad, ¿alguien se imagina a sus padres, después de ocho horas de trabajo, sentándose a ver la peli del sábado medio dormidos y leyendo subtitulitos…? Yo tampoco.

La primera impresión de Portugal fue la de tener un grandísimo aeropuerto, con una cantidad de vuelos que existirán en Zaragoza para el año 2080 aproximadamente, y unas calles mucho menos melancólicas / pobres de lo que había imaginado. No hay más que ver la plaza de Marqués de Pombal, no muy lejos de la cual estaba nuestro hostal.




Mientras Leszek estaba que aterrizaba que si no, me dio tiempo a hacer varias cosas. La primera, a llegar hasta el hostal, conocer a Leo, un italiano –siciliano- que vaya usted a saber en cuántas lenguas se defendía y que regentaba el hostal, y a dejar mis cosas en la habitación.






El hostal, más que hostal, era un edificio antiquísimo de techos muy altos, sin calefacción y con pintura del año de marychestnut también. Habíamos escogido una habitación para dos personas con dos camas. No había armario, sólo un perchero, y las dos camas no eran iguales de tamaño… Mi primera impresión fue horrible (y eso que Leo me había asegurado muy convencido que la habitación me iba a gustar). También me dio tiempo a darme un paseo por una parte principal de la ciudad, creo que la Avenida Liberdade, y descubrí que cinco dedos de mi mapa eran quince minutos andando, y encima, como iba a ser costumbre, cuesta arriba. Fui al metro y adquirí dos bonos para cinco días por catorce euros cada uno que permitían usar el metro, los tranvías y los autobuses. Muy buen precio.
A Leszek la habitación no le pareció mal; había sido peor en Atenas, creo que dijo. Pues bueno. De todos modos el precio que pagamos por las seis noches era muy bueno, así que admito que no debí sorprenderme de encontrarme con la habitacioncilla de marras.

No es mi intención llevar a cabo una descripción detallada de lo que hicimos cada día –aunque sí que quiero seguir un mínimo orden cronológico-, porque he olvidado el nombre de la mayoría de los lugares y edificios que visitamos y porque creo que resultaría soporífero, o al menos caldorífero, para vosotros. Me limitaré a contar aquellas impresiones que recuerde de algunas de las fotos de que dispongo.

Del principio recuerdo que fuimos a un parque muy chulo.




Arriba del todo hicimos más fotos, alguna de aviones volando bajo. Quizá podáis pensar: hala, qué guay, has podido fotografiar un avión y un trocito del paisaje, todo a la vez. Eso pensaba yo, pero en realidad, de permanecer una hora en ese sitio, se pueden ver pasar trece o catorce aviones fácilmente. El aeropuerto no está muy alejado de la parte central de la ciudad y se escuchan continuamente (lo cual es un poco lamentable); al aterrizar, mientras miraba por la ventanilla, a mí no me terminaba de quedar claro si íbamos a tocar tierra en el aeropuerto o es que nos estábamos estampando contra un edificio cualquiera, tan cerca se veían las casas al descender.





El metro y los demás medios de transporte son claves para ir por la ciudad. Leszek y yo nos hemos dado unas pateadas que seguro que ni el dos por ciento de los turistas osa imitarnos; pero desde luego, sin el metro esta ciudad es inabarcable. Es, aunque la comparación no sea correcta en absoluto, como si te ponen Londres al ocho por ciento de pendiente y te lo tienes que cruzar de parte a parte. La línea de metro, en cualquier caso, abarca ante todo la parte menos inclinada de la ciudad, y se compone de cuatro líneas: línea Amarela, línea Vermelha, Línea Azul y Línea Verde. Habrá que ver qué harán cuando, dentro de decenios, se les acaben los colores del arcoiris y parezca eso el metro gay por antonomasia.






Imágenes como ésta son facilísimas de encontrar. Vaya usted al Castillo de San Jorge y alucine de la cuesta arriba que hay. Seguro que si uno se pone a buscar encuentra alguna línea de bus (que no de metro) que le salve parte del recorrido, pero claro, de turista uno no está para perder mucho tiempo buscando nada.
Eso sí, por mucho que hayamos andado, desayunábamos tantas cosas y tan sanas (pan, mermelada de ciruela y de melocotón, plátano, leche con cereales, chocolate, petit suisse de Nesquick –culpa mía, que me encantan-…) que he vuelto exactamente con el mismo peso con que fui.
¡Al menos he comido lo que me ha dado la gana durante una semana!

(CONTINUARÁ)