domingo, 21 de agosto de 2011

El sistema perfecto: propinas en Nueva York.

Pongamos Nueva York por decir algo.




Acudes a un restaurante. Los camareros son sonrientes, asombrosamente amables en comparación con los españoles -sin que éstos sean descorteses, pero no se lo curran tanto- y además, como en muchos países europeos, te ponen agua para beber en cuanto te sientas.
Puede que hasta te hagan sugerencias de platos que no aparecen en el menú, te pregunten cuán hecha quieres la carne, bromeen contigo...




¡Qué majos! Cabe decir que las camareras tienden a la hiperactividad en sus movimientos y en su habla, lo cual pone en peligro la autoestima acerca del dominio del idioma por parte del extranjero.




Te rellenan lo que tomes, en especial si es un refresco, y no te cobran más por ello. Pasan a preguntar si todo va bien y si la comida es de tu gusto.




Y llega el momento de pagar. Das el dinero. Pongamos que con tarjeta. No piden casi nunca el dni, cosa que choca. Se llevan la tarjeta, comprueban los datos y al regresar te dejan un papel donde añadir la propina, que ha de rondar el quince por ciento del total a pagar. Se despiden de ti deseándote lo mejor, de modo que no verán cuánta propina les dejas hasta que te hayas marchado.



Y entonces te quedas pensando...: "A ver, a ver... ¿Resulta entonces que...:
- ¿...su sueldo es una mierda y depende casi por entero de lo que obtengan con las propinas?
- ¿...a los dueños de los restaurantes los camareros les salen tirados de precio entonces?
- ¿...somos los demás quienes tenemos que poner el sueldo que no se les paga oficialmente, encareciendo el precio final indicado en el menú? (En un hotel lujoso hay que dar propina al que te recoge el coche, al que te lleva las maletas, al que te las sube a la habitación...).
- ¿...es por eso que los camareros son tan maravillosamente amables y exquisitos con el cliente?
- ¿...tienen a la fuerza no sólo que recoger los pedidos y servirlos sino además ser amenos y graciosos?
Puedes pensar, quizá con razón, que el método resulta eficiente, pues consigue que el trato sea muy bueno casi siempre.



Pero yo considero, trasladando la situación a mi labor docente, que sin duda yo trabajaría cien veces más y mejor si mi sueldo dependiese de la opinión y de las propinas de las familias de mis alumnos, pero eso sería un sinvivir, un tener el corazón en un puño cada día y, en definitiva, trabajar sabiendo que tendría que estar figuradamente sonriendo con hipocresía y diciendo que sí a todo para ganarme el jornal. Eficaz pero lamentable.


No creo que cualquier método valga, y a menudo la cortesía del camarero neoyorquino me provocaba una cierta tristeza.