Si en san Valentín de hace ya no sé si hace uno o dos años se murió un amigo de mi padre de un tumor cerebral fulminante, este san Valentín pasado falleció una tía abuela que ya estaba muy mayor . Mi hermano, que cumple años el catorce de febrero, se empieza a preguntar si él tendrá algo que ver con tales casualidades, así como si su cumpleaños próximo vendrá adornado también de alguna corona de flores.
Por otra parte, una amiga, la segunda ya, se casa. Este segundo caso para mí ha sido muy inesperado, aunque supongo que uno nunca se espera que le anuncien una decisión tan grande como ésa.
Y así, entre entierros y bodas, me quedo como observador. Sin duda el tiempo pasa, y con él la gente cambia, decide y se mueve.
Me queda la sensación de estar haciendo poco, o al menos de estar viviendo escasos cambios propios. Poco más he hecho últimamente que viajar –eso sí, muchísimo, envidiadme-, y por lo demás en nada ha cambiado mi vida…
¿Cuál es mi conclusión?
Pues sorprendentemente, que no me dejaré influir, igual que hago en navidad, época en la que se compran regalos absurdamente y yo ni los hago ni casi nunca los recibo. Digo, pues, que seguiré viendo las cosas pasar, porque si me pasan pocas cosas, quiere decir que todo va bien. No quiero tomar decisiones gordas en este momento: casarme no entre otras cosas porque no tengo con quién; hipotecarme tampoco aunque si los precios siguen bajando y se me queda a precio de alquiler habrá que planteárselo; tener hijos… bueno, disculpad pero me entra el ataque de risa. Qué bonito es criar a un niño pero qué cierto es que para cuando abandonan el nido uno tendrá medio siglo más y menos energías para retomar la vida llena de tiempo que uno había dejado antes de.
En resumen, me encuentro con casi treinta años, de alquiler, sin pareja, sin hijos, con trabajo fijo, y pienso: ¡joder, qué de puta madre! Esta libertad me permitirá, si así quiero y consigo, irme al extranjero un par de años a enseñar español.
Con todos los respetos, hipotecarme, tener un hijo o casarme a mi edad me suena demasiado a “y esto es lo que va a ser de mi vida”, y no podría. Ya me costó presentarme a las oposiciones que me van a dar el sustento hasta que me jubile, porque aprobarlas implicaba hacer lo mismo a los veinticinco que a los cincuenta. Así que no quiero más previsibilidad. Me gusta detenerme a pensar que conoceré otra cultura, nuevos amigos, mejoraré mi inglés o mi francés y, en definitiva, haré que mis circunstancias cambien y quiten la monotonía de un futuro demasiado predecible.
Whatever will be, will be…