domingo, 26 de septiembre de 2010

Argentina (III): alrededores de Salta.

Fueron 24 horas en bus desde Iguazú hasta Salta. Y yo que pensé, yendo en ferry de Santorini a Tesalónica, en Grecia, que jamás iba a perder de nuevo un día entero viajando...
En Salta, ciudad de tamaño medio o algo pequeño y tremendamente turística -en el sentido de que buena parte de la ciudad, o al menos de la que sale en el mapa, está llena de tiendas-, los hostales organizan casi todos los días de la semana excursiones a los alrededores. Íbamos a pasar dos o tres días allí, así que me pareció buena idea hacer al menos un par de esas salidas. Nico, con unas ganas desmesuradas de descansar, prefirió pasearse por Salta sin más y salir de noche. Yo nunca he podido irme de juerga y estar presentable y con ganas al día siguiente, así que no me arriesgué a trasnochar ni una sola vez y preferí disfrutar cien por cien descansado de las excursiones. Una fue a Cafayate y la otra a varios sitios cuyo nombre podría encontrar en los folletos de mi viaje si alguien tiene particular interés. Básicamente lo que me sucedió durante estos días es que, siempre habiendo preferido el turismo urbano, terminé alucinando con los paisajes argentinos más que con todo lo demás: más que con las cataratas de Iguazú y por supuesto más que con Buenos Aires.
Creo que lo mejor es que las imágenes hablen por sí solas:




















Las fotos pertenecen a ambas excursiones y ésta última está tomada en una gran llanura de sal cerca de los Andes. Supongo que si llueve las salidas pierden mucho encanto. Ah, hay que prepararse para estar a las siete o siete y media en la recepción del hostal y para estar de vuelta, en el caso de las más largas, a eso de las siete de la tarde. Por la noche, sin duda, uno descansa divinamente.

La ciudad de Salta, además, tiene varios museos interesantes. El más llamativo es quizá el Museo de Alta Montaña, que ofrece momias de niños enterrados vivos. De origen incaico. Son consideradas como las mejor conservadas del mundo; fueron descubiertas en el volcán Llullaillaco a 6730 metros de altura y se exhiben de forma alternada en cápsulas especiales. Aparte de por todo esto, tengo buenos recuerdos de esta ciudad porque por las noches la cena, que estaba incluida en el precio del hostal, tenía lugar en una sala cerrada que estaba en una zona al aire libre -pues hacía fresco por la noche, no olvidemos que allí era invierno-. Por fuerza te sentabas con otros viajeros, tanto argentinos como estadounidenses, alemanes, franceses... y charlabas alegremente hasta que sonaba música y el ambiente mejoraba aún más con alguna bebida alcohólica. A pesar del tremendo cansancio de las excursiones, era incapaz de irme a dormir antes de la una de la madrugada. Guardo en facebook algunas personas de mi visita salteña.
Y bueno, el viaje llegaba a su fin. Para poder estar un día más en Salta decidimos regresar en avión a Buenos Aires, lo cual hicimos el domingo por la mañana, último día del viaje. El domingo consistió en pasearse por la capital argentina sin el mínimo interés por ver mejor la ciudad. Me despedí de Nico con sensaciones encontradas respecto a haber viajado con él, tomé el bus hasta el aeropuerto y, con algo de retraso, despegué casi a medianoche mentalizado de que me esperaban catorce horas en un avión. Por fortuna, a diferencia de a la ida, no me tocó tener asientos a ambos lados sino pasillo a mi izquierda, lo cual me permitió estirar las piernas literalmente. Mi compañera de asiento hablaba un buen español con su acento argentino, pero resultó ser una chica francesa que había aprendido el idioma en este país. Qué curioso.Cuando me cansé de dar vueltas en el asiento, saqué un somnífero amablemente cedido por Nico -que despegó varias horas más tarde hacia Nueva Caledonia- y, gracias a él, logré dormir cinco horas en ese incómodo asiento. Aterricé en Madrid a las tres de la tarde, perdí el ave en las narices, tomé el siguiente y a las siete entraba en mi casa... habiendo dormido mal y con un jet lag tremendo que me duró cuatro días y que conseguía que la hora que veía en los relojes y la que mi cuerpo sentía no encajase. Era cuando menos curioso estar a punto de acostarse mientras el estómago te demandaba comer...


F I N

sábado, 11 de septiembre de 2010

Argentina (II): cataratas de Iguazú.

Como ya comenté, de Buenos Aires a Iguazú hay dieciséis horas en bus. También aclaré que los asientos son más cómodos que en los buses europeos que estamos acostumbrados a ver:



Y reclinables, mucho más que en la foto, así que dormir es medianamente posible. En cualquier caso, Nico llevaba unos somníferos y quise probar uno; así que el trayecto nocturno lo hice bajo los efectos de la pastillita milagrosa que me llevó al mundo de Morfeo en menos de treinta minutos.







Acabas de verme a mí y a Nico en diferentes lugares de lo que puedes ver si te acercas al parque de Iguazú. En las fotos no se aprecia la espectacularidad de las cataratas, que tengo recogidas en varios vídeos en mi cámara. Se pueden adquirir varios tipos de entrada al parque, para hacer recorridos andando o en trenecito, para hacer recorridos en lancha más o menos largos... Una vez más, como los precios resultan asequibles para un español, es mejor comprar lo más caro.
Hay dos tipos de viaje por el agua. El primero es en una especie de balsa que te lleva por el río Iguazú tranquilamente y te permite hacer fotos y escuchar el silencio, o los animalillos que hay en la vegetación a tu alrededor: se va el caimán, se va el caimán...



Esta foto, por cierto, me la hizo una sevillana con la que coincidí en la barquichuela; lo típico que suele pasar cuando estás en Argentina.
El otro viaje acuático es en lancha y te acerca a las cataratas principales para que puedas verlas de cerca y fotografiarlas. Te pones chaleco y te dan una bolsa de plástico en la que, a la señal, debes meter todo aquello (cámara, documentos, dinero...) que no quieres que se moje, puesto que te meten debajo de alguna de las cataratas. Personalmente me pareció una gilipollez, pues todo el mundo sabe de sobra qué es meterse bajo un chorro de agua, aunque sólo sea porque se ducha en su casa, y de no tener ropa de recambio luego pasas una hora por lo menos calado de arriba abajo. Aunque era invierno, al encontrarse el parque al norte de Argentina la temperatura era buena, cálida sin ser muy alta, pero aun con todo la ropa tardó bastante en secarse.



Éstos son los coatíes, o coachíes, a los que no se les debe dar de comer y que pueden lanzarse a por la comida que uno lleve en la mano, sin ser en principio agresivos en absoluto.

Visitar el parque de Iguazú me gustó bastante, sin parecerme la octava maravilla del universo como a la mayoría de las personas que me habían hablado de él; pero es sin duda bonito. Lo que ocurre es que necesitas, como dije, casi un día en bus para ir allí desde la capital argentina, más el día que se pierde en Iguazú ciudad no haciendo nada porque haciéndose de noche a las seis y habiendo llegado allí al mediodía no daría tiempo a ver el parque; más el día que empleas en ver el parque, más el día de trayecto que después nos esperaba para ir hasta Salta, al oeste del país, que elegimos como siguiente destino porque la gente nos había comentado que tenía paisajes estupendos. De modo que para ver el parque al final empleas tres o cuatro días entre la estancia y el trayecto, y puede que no mereciese tanto la pena, aunque tampoco me habría querido ir sin haberlo visto, claro...

Cabe destacar que en casi todos los hostales argentinos no se puede pagar con tarjeta de crédito. Nuestro hostal en Iguazú estaba a varios kilómetros de Iguazú ciudad, y el día en que nos marchábamos tuve que ir y volver varias veces hasta la ciudad solo para sacar dinero del cajero y regresar para efectuar el pago de la habitación.

Y bueno, como dije, nos fuimos de camino a Salta. Esta vez, veinticuatro horas literalmente de trayecto en bus...


(CONTINUARÁ)

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Argentina: Buenos Aires.

Enhorabuena a Leszek por haber acertado que mi viaje tenía como destino Argentina.
La propuesta de ir allí surgió de Nico, amigo virtual (o internetiano) de ya hace años que propuso previamente otros destinos que o no me gustaban o ya conocía y cuya propuesta argentina acepté por aquello de cruzar por primera vez el charco y de paso disfrutar de unos días de invierno en mitad del terrible verano zaragozano.
Cometí un error de principiante al pensar, mirando la reserva de avión, que el vuelo duraba sólo siete horas; después me di cuenta de que en realidad la hora de llegada era la local argentina (cinco horas menos que aquí), de modo que en realidad eran catorce. De eso me percaté el día anterior al del despegue. Hice escala en Montevideo, Uruguay, en cuyo pequeño aeropuerto pagué en euros y me devolvieron en peso uruguayo, dinero que me resulta muy útil en la actualidad y con el que tengo numerosos proyectos en mente aquí en España...
Resultó raro en un principio encontrarme con Nico en persona, tras tanto tiempo siendo él poco más que un conjunto de fotos y charlando sólo en ocasiones contadas por webcam. Una gozada, por otra parte, charlar sin excepción en francés y desenvolverme sin problema, en parte gracias a su clara pronunciación.
Nuestro viaje tuvo una duración de dos semanas y decidimos enseguida que pasaríamos la primera en Buenos Aires, ya que llegamos un domingo por la tarde y ambos queríamos vivir la noche bonaerense -o sea, jueves, viernes y sábado- al máximo. Y digo "decidimos enseguida" porque si en mi viaje de Suiza improvisé los últimos días, en este caso improvisamos el viaje entero, dado el bajo precio de la mayoría de las cosas y pudiéndonos permitir, en consecuencia, alojarnos en un hotel bueno en caso de no encontrar otra cosa en el último momento.





Éstos son los billetes del peso argentino. Cuando escribo este texto un euro son algo más de cuatro de estos pesos, así que la comida y el alojamiento tenían precios más que asequibles. No así otras cosas, sobre todo las más caras, como ropa (más barata pero tampoco tanto) o aparatos como un televisor (de precio similar al español).
Buenos Aires tiene una población de tres millones de habitantes y el aglomerado urbano o Gran Buenos Aires en torno a trece. Se trata, por tanto, de una ciudad muy grande cuya primera impresión en mí fue la de haber viajado muchas horas para encontrarme con un Madrid o un Berlín, por decir algo. Es decir, tiene un aire europeo, aunque es muy gris en general, está repleta de excrementos de perro -a lo cual en España nos hemos ido desacostumbrando en la última década afortunadamente- y esperar que un conductor se detenga en un paso de cebra sin semáforos es un sueño que no se hará realidad. A favor mencionaré, en cambio, que en los locales públicos fumar está prohibido, cosa que en la actualidad aún se permite en España en este momento, septiembre de 2010, y que será prohibida si todo va bien a principios de 2011.
A pesar del tamaño de la ciudad, para un turista que pretenda ver lo más característico en principio bastarán con tres o cuatro días, salvo que pretenda probar mil variantes gastronómicas o vivir la noche como en nuestro caso -incompatible con estar presentable al día siguiente temprano, necesario para aprovechar el día dado que en invierno a las seis de la tarde se hace de noche-. No citaré todo lo que hay que ver, porque no pretendo emular a una guía turística de quinientas páginas, sino ilustrar al lector con algún pequeño ejemplo.





Esta foto está tomada en el barrio de Caminito, donde existen casas que fueron pintadas con la pintura que sobraba de pintar los barcos. Es un distrito con calles absolutamente turísticas, de un aire que contrasta con el gris antes mencionado, y en donde el turista es avasallado por captadores de clientes para que entre a su restaurante, que por supuesto es mejor que el de al lado. Aunque indiques que sólo vas a entrar a tomar un café, en cuanto te sientes te pondrán cubiertos, pan y todo lo demás para que te sientas obligado a comer algo. Quizá valga la pena, ya que los precios nunca son excesivos y, aunque es un tinglado montado para el turista, toca ver a los bailarines de tango hacer de las suyas en las puertas del establecimiento y en su interior. En este barrio se encuentra, por otra parte, el estadio del Boca Juniors.


Puerto Madero ofrece, a mi modo de ver, las fotos más bonitas. El Río de la Plata y los barcos contrastan con edificios absolutamente urbanos y modernos:




Tampoco hay que perderse la zona centro, por ejemplo la calle Florida, de longitud increíble y toda peatonal, con numerosos puestos ambulantes tipo manta en el suelo y tiendas, restaurantes y galerías a porrillo. Con suerte, y no sólo tan céntricos, encontraremos establecimientos singulares, como esta librería - cafetería:



Palermo ofrece los mejores sitios para salir. Si vuestro hostal u hotel se encuentra en otro lugar os tocará tomar (que no coger) un taxi, algo más baratos que los españoles aunque todavía caros, porque en mi caso por ejemplo debía caminar unas veinticinco cuadras (manzanas), y a las cuatro de la madrugada no suele apetecer.
Se puede viajar también en ómnibus, como allí le llaman, o en subte, o sea, metro. Pero el metro, que cuesta 1,20 pesos por billete, termina a eso de la medianoche, además de que abarca una zona limitada, aunque céntrica, de la ciudad, y el ómnibus es estupendo pero sólo si uno conoce las rutas que llevan; así que el taxi es lo más socorrido.
No me arrepiento en absoluto de haber estado la mitad del viaje en Buenos Aires, aunque es cierto que todo lo que vimos después valió mucho más la pena que la capital argentina. Y no me arrepiento porque me sirvió para ver la ciudad con tranquilidad, para conocer a Nico (con quien la relación fue y es cordial pero tuve notables diferencias de punto de vista a la hora de ser compañeros de viaje) y sobre todo, que es lo que más disfruto, para conocer chicos del lugar, que me hablasen del país y/o me mostrasen los bares más interesantes. Aquél con el que más a gusto estuve fue Daisuke, japonés ligeramente mayor que yo que estaba en el país de vacaciones y residente en Brasil, con quien pasé varias horas charlando en un bar descubriendo el delicioso sabor del cubalibre y mostrándonos abiertos a un encuentro en una futura ocasión. Le hice partícipe de mis deseos de aprender japonés, de cuyo idioma empezaré un curso en pocas semanas, así que si consigo avanzar en este complicado idioma tengo ya un voluntario para ayudarme a practicar por emails y webcam.

Pasada la primera semana, Nico y yo decidimos que el domingo por la noche nos íbamos a Iguazú para ver las cataratas. Resultó que el bus hasta allí tenía un trayecto de dieciocho horas de duración, y armándonos de paciencia allá que fuimos. Hay que decir que en este país hay escasísimas líneas de tren pero ello se ve compensado por una comunicación buena en bus, y que estos buses tienen asientos grandes y reclinables, hasta camas en ocasiones, donde uno se puede recostar cómodamente, ser servido comida cada varias horas, ver películas y por supuesto dormir con cierta comodidad. Yo pude soportarlo y las horas se pasaron relativamente bien.

Partimos de Buenos Aires a las seis de la tarde y llegaríamos a Iguazú a las doce del mediodía...



(CONTINUARÁ)