viernes, 21 de enero de 2011

I´ve got a feeling.

Al comenzar una actividad en la que hay una persona que nos ha de transmitir unos conocimientos de algún tipo, lo deseable es que entremos en sintonía con ella (o mejor dicho ella con nosotros) para que el objetivo de la actividad se realice de un modo agradable y sobre todo efectivo. De modo que el llamémoslo alumno piensa "I´ve got a feeling" positivo, de empatía, de confianza.
Es por eso que, como se suele decir millones de veces, todos recordamos profesores maravillosos que consiguieron entusiasmarnos por y con lo que enseñaban, a veces sin otro arma que su voz y la ilusión por lo que querían transmitir; también, y sobre todo, recordamos a aquéllos que nos aburrieron con sus monólogos monocordes.

Bajo mi punto de vista, es agradable dejarse llevar por la sensación de que el profesor es un experto en la materia y lo sabe todo; poco importa que eso sea cierto, sino que nos transmita esa sensación en una buena parte de lo que hace, para sentir que estamos en buenas manos.

Y esto, que parece tan sencillo de entender, no me lo brinda el destino...
Primero, abandoné las clases de japonés tras cuatro meses en ellas. En parte porque el idioma exige una memorización desmesurada que me supera y en parte porque, dado que su gramática es bastante sencilla y la pronunciación es casi idéntica a la del español, dicha memorización era prácticamente el único reto que el idioma ofrecía... y nada más aburrido que verme inmerso en una aventura de al menos cuatro años -prorrogable al resto de mi vida, como en el caso de cualquier otro idioma- donde la mayor dificultad es la de almacenar palabras cual fichero de ordenador. Pero amén de eso, otra razón que me terminó de animar a abandonar el barco japonés fue la profesora. Me caía muy bien como persona, pero como profesora no me transmitía esa seguridad que he mencionado, quizá porque apenas tenía experiencia. Siendo yo docente, percibía si cabe más que los demás alumnos esa pequeña zozobra a la hora de llevar la clase, de proponer material, de retomar y repasar contenidos y, en particular, de señalar con claridad los contenidos clave y dejar aparte lo más accesorio. La montaña de vocabulario en mis folios y, por contra, la confusión reinante en los apuntes de la poca gramática estudiada me dieron mala espina.
Y en segundo lugar, habiendo retomado (creo que por tercera vez en mi vida) el hábito de ir al gimnasio con afán de ganar, o recuperar, un cierto volumen muscular, esta vez lo he hecho contratando a un entrenador personal para así facilitar mi motivación inicial, corregir vicios de postura en los ejercicios y dejarme guiar por alguien experto que me garantice unos resultados a medio plazo. Pues bien, de nuevo me falta esa confianza. Tras unas cuantas sesiones en las que, eso sí, he sudado la gota gorda y el muchacho ha demostrado saber lo que hace, he comprobado que es impuntual, que olvida traerme el plan de ejercicios y que tampoco ha recordado enviarme por email la dieta que necesito para favorecer los resultados de mi actividad física. (Una dieta supone mucho más de la mitad del resultado de la actividad física, al menos si uno se propone aumentar su volumen muscular). Por consiguiente, ese pequeño endiosamiento que necesito montarme en mi cabeza respecto al entrenador resulta más difícil, me resta seguridad y provoca que me sienta ligeramente a la deriva.

I haven´t got a feeling!
Y pensar que yo, con mis alumnos de primaria, tiendo a demostrarles que no lo sé todo para que comprendan que los adultos también estamos aprendiendo... ¡Ahora ya no sé si hago bien!

sábado, 8 de enero de 2011