domingo, 28 de septiembre de 2008

Berlín (II)

Se pueden ver recuerdos de gente que trató de saltar el muro. Algunos de ellos resultan curiosos, bien porque lo intentaron apenas semanas antes de que éste fuese derribado, bien por sus nombres:


En la siguiente foto podéis ver dónde nos quedamos encerrados una mañana:


En concreto fue en una especie de balconcillo que había alrededor de toda la cúpula central. Después de estar allí, regresamos al piso inferior, bajando unas escaleras estrechas y agobiantes. Y entonces encontramos una puerta cerrada y una acumulación progresiva de gente en un pasillo también estrecho. Estuvimos más de quince minutos viendo cómo el número de personas aumentaba sin que nadie pudiese evitarlo. Hubo quejas, pero el alemán no es nuestro fuerte. Finalmente, alguien nos abrió. Ya sé qué es la claustrofobia.

Había que ver a Nefertiti. Menuda titi, me dio recuerdos para todos vosotros:


Tampoco nos pudimos perder la visita a la torre altísima de la ciudad, que sale dibujada en muchas alcantarillas de Berlín. Es divertido subir en el ascensor doscientos y pico metros a toda velocidad sin que apenas se note, pero una vez arriba, al menos en un día medio nublado, pagar nueve euros no valió mucho la pena:


Estuvimos de cháchara con Marx y Engels. Son muy majos, pero la edad les sienta mal y siguen con unas ideas algo demodées que les quita encanto:



domingo, 21 de septiembre de 2008

Berlín (I)

En agosto me marché con Carolina y dos amigas suyas, Noemí y Eva, a Berlín. La decisión de ir allí con ellas fue del estilo de la de ir a Grecia: no me llamaba en especial, pero quise aprovechar que alguien tenía la determinación de hacer el viaje para conocer yo la ciudad, que quizá nunca visitaría por mí mismo.
Tuvimos muchísimos problemas para comprar el vuelo, porque decidimos, creo que con buen criterio, hacerlo con una sola tarjeta de crédito, de modo que así asegurábamos comprar todos el mismo vuelo. Utilizamos mi tarjeta, y primero resultó que no disponía de crédito suficiente (no en mi cuenta, sino en las condiciones de la tarjeta) para pagar tanto dinero de golpe; cuando esto lo solucioné, resultó que la tarjeta me caducaba y tuve que esperar a que me trajeran otra; y aún hubo un tercer problema, pues la compañía rechazó en dos ocasiones mi compra por razones que todavía no entiendo. El caso es que a pesar de habernos juntado para comprar el vuelo y haberlo hecho en menos de media hora, hasta mes y pico después no lo compramos de verdad, y unos cuarenta euros más caro cada billete. A pesar de eso, el precio fue asequible y con horarios buenos, ni madrugando ni trasnochando.

Este viaje no tiene tanta chicha para contar como el de Grecia, pues permanecimos en Berlín todo el tiempo, salvo un día que nos acercamos a Potsdam, una especie de pueblecillo a las afueras. De modo que me voy a limitar a poner algunas fotos y comentar aquéllas de las que recuerde algo. Digamos que el viaje se caracterizó por ser extraordinariamente cultural, cosa inevitable yendo con dos licenciadas en Historia; y bueno, cualquier cosa relacionada con la pintura, la arquitectura y la escultura me sale por el otro oído a los quince minutos de haberla visto, así que, como siempre digo, quien quiera enterarse de todo con pelos y señales, que agarre una guía de Berlín, que tengo cosas mejores que hacer que fingir un interés memorístico-artístico mayor que el que tengo.



Tuvimos suerte porque nuestro hostal estaba relativamente cerca de la zona centro de la ciudad. Aquí aparezco junto al muro de Berlín, del cual queda poca cosa; está todo en las tiendas, en trocitos pequeños envueltos en plástico a dos o tres euros cada uno.



Éste es un monumento dedicado a los judíos que murieron en... bueno, para qué repetir la historia. Uno puede pasearse entre los simulacros de tumba, pero no subirse en ellos, como descubrió Carolina enseguida.



Nos juntamos tres adictos a la fotografía, de modo que dispongo de tres versiones distintas de un mismo viaje. Esta foto me parece estupenda:

martes, 16 de septiembre de 2008

Sin baterías (o cómo echar de menos a Rosa).

Ya sabemos que echamos de menos las cosas cuando las dejamos de tener.
¿Alguno de vosotros ha estado contento estos últimos días por haber podido ir a trabajar tan ricamente? Seguro que no; es más, ¿a quién le puede poner contento tener que pasarse medio día pringando?
Pues la verdad es que os envidio. Llevo tres días durmiendo fatal. No hay razón. Insomnio pasajero. Simplemente no me quedo dormido y no hay más.
La cosa no está siendo excesiva. Es decir, he dormido una media de cinco horas cada noche -si no hubiese podido pegar ojo ya habría cogido la baja-. Así que voy a trabajar, pero todo ello en una especie de neblina que hace todo algo irreal y más lento.
Durante este mes los maestros sólo damos clase durante la mañana, de manera que todavía nos podemos permitir el lujo, quienes trabajamos en un pueblo y no queremos dejarnos medio sueldo en un restaurante, de comer en casa. Y en mi caso, de tratar de dormir en mi sofá o en mi cama tras la comida.
Claro que entonces aparecen los vecinos del piso de arriba, que los más allegados ya conoceis aunque sea por mis regulares quejas, cuyos hijos gritan y corren -y cuya madre grita más alto aún- desde la hora de la siesta hasta que a mitad de tarde tienen a bien irse a dar una vuelta.
De modo que por las tardes tampoco he estado durmiendo, pues un servidor necesita silencio sepulcral para quedarse dormido: todo es oír un "Juan, dile al niño que venga", que ya me desvelo.
Es horroroso haber dormido mal, ya no un día, sino tres seguidos. Además, como este año voy y vengo yo solo en coche, pues Rosa ya trabaja en otro colegio, debo estar dos horas conduciendo por mal que haya dormido. E imagino que eso resulta peligroso...
Añadamos a ello que esos vecinos no se van a dormir hasta las doce de la noche, eso sí, no sin haber puesto una lavadora a las once de la noche previamente algunas noches. Y finalmente, otra vecina suele ducharse a las siete de la mañana (pero si tiene setenta años, ¿pa qué tan pronto?) y como su baño está casi pared con pared con mi dormitorio y además el suelo de su ducha parece ser metálico, el agua se escucha salir y caer de tal modo que siempre me despierto con la sensación de que está lloviendo.
Procuro no pensar a menudo (o me darían ataques de ansiedad) que sólo tengo silencio entre las doce y las siete de la mañana.
¡Enhorabuena si estáis durmiendo bien, no sabéis la suerte que tenéis!

sábado, 6 de septiembre de 2008