jueves, 30 de julio de 2009

Perpignan y alrededores (I)

Fue Perpignan (Francia) el destino que elegí para pasar unos días en el mes de julio. Puesto que este año había oposiciones y la administración no tiene la amabilidad de publicar el nombre de los elegidos como tribunal hasta principios de junio, un servidor no pudo arriesgarse a organizar ningún viaje para no correr el riesgo de anularlo y/o perder el dinero en él invertido.
De modo que en junio, sin plan previsto, recibí por segunda vez la invitación de Philippe de ser alojado en Perpignan. ¿Cómo podía negarme?
Conocí a Philippe en mi viaje a París en navidades. Aparecerá en alguna de las fotos, pero ustedes lo pueden ver también en el vídeo de París que está disponible en mi perfil de facebook. Sale en él con una especie de polito o camiseta de rayas horizontales azules, creo recordar.
Bien, pues compré billetes de bus y allá que fui. Como ya sabía, el bus es odioso para viajes largos (y éste lo era: ocho horas en total). Al menos es barato, claro.

El primer día, nada más llegar, Philippe me mostró mi habitación, me cambié de ropa y nos fuimos a una playa nudista. No osé mostrar mis encantos por pudor y falta de costumbre -que lo mismo es-.



Era curioso ver algunos hombres caminando solos en bolinga picada, como si los demás estuviésemos interesadísimos en ver su churrimondongo y, para no perder ripio, caminasen bien despacito. No tardé mucho tiempo en deducir que había algo de cruising o movimiento gay busco-sexo-tras-los-matorrales: lo descubrí cuando, al ir a buscar un sitio para hacer pis (pues tras bañarme una vez decidí que no repetía, el agua estaba demasiado fría), una pareja de chicos pasó, me miró de arriba abajo y enseguida se detuvieron, como interesándose vivamente por los centenares de granos de arena que me rodeaban. Uno de ellos no estaba mal, de hecho el que luego se quedó al lado de mí fue él; pero no sé, nunca me ha emocionado ver a la gente directamente en bolas y/o en bañador, y no intenté nada. Me alegró saber que la molla de la cintura parecía existir sólo en mi imaginación o al menos no era impedimento para que ese chico me encontrase potable.
Después de la playa fuimos a otra zona cuyo nombre no recuerdo, donde íbamos a ver unos fuegos artificiales por ser al día siguiente el 14 de julio. Por desgracia, el viento obligó a cancelarlos.
Pero el propio 14 de Julio nos resarcimos. Fuimos en coche a varios sitios. En primer lugar a Narbonne, pequeñito, pero bonito.



Después vimos de pasada bonitos paisajes y terminamos en Carcassonne, cerca de donde viven los padres de Philippe. Allí hay un castillo precioso en torno al cual hay casitas donde vive la gente y calles turísticas con tiendas y restaurantes.




Fue allí donde, al anochecer, vimos los fuegos artificiales. Todos los fuegos son iguales, supongo, pero éstos me gustaron mucho. Fue increíble el efecto de echar humo desde el interior del castillo e iluminar la escena con luces rojas: parecía en verdad que todo estaba en llamas.

Eso fue el lunes y el martes. Hasta el fin de semana Philippe trabajaba, así que tuve que organizarme por mi cuenta para ver cosas. Por eso, apenas salí de Perpignan (salvo una maravillosa excepción que ya mencionaré). Tiene relativamente pocos habitantes si la comparamos por ejemplo con Zaragoza, pero quizá por no tener muchos edificios altos, la extensión de Perpignan es enorme.
Creo que Perpignan resultó ser el lugar que menos me interesó. Tiene calles y algunos lugares bonitos, pero tras callejear un poco, enseguida se ve lo más interesante. Aquí la puerta de Notre Dame:



Me pareció simpático encontrarme una escena que, afortunadamente, cada vez es más frecuente en nuestra querida Zaragoza:



Por supuesto, hay más carril-bici que en nuestra ciudad y, si hay necesidad de ir por la calzada, jamás verás que nadie se queje, sino que conducirán detrás del ciclista con paciencia. ¡Cuánto ha de aprender nuestra pueblerina ciudad!
El miércoles me animé a ir a la playa. Cuando estaba preparado con toda la cartera llena (champú, toalla, almuerzo, lectura...) vi que estaba nublado. Frustrado, perpignaneé otro día más, y fui a la playa al día siguiente. Fui a Colliure, que resultó el pueblecito más bonito de todos...


(Continuará)

lunes, 13 de julio de 2009

Ausente.

Si estáis leyendo estas palabras, significa que un servidor ha desaparecido de Zaragoza. ¿A dónde habrá ido? Aquí tenéis cinco opciones posibles:
- Zürich (Suiza). Ser invitado por un chorbo grandote a pasar unos días entre valles y lagos, y con su promesa de ir en tren a los alrededores más interesantes, es una opción estupenda.
- Gdansk (Polonia). Ser invitado por un polaco desconocido de agradable rostro a pasar unos días en esta ciudad bañada por el Báltico, y que forma una interesante tri-city (con otras dos ciudades, claro) al norte del país, es una opción estupenda.
- Lugo (España). Ser invitado por un chico musculado y moreno que además vive en la misma ciudad que una antigua amiga, y tener la posibilidad de conocer el otro lado de la península, es una opción estupenda.
- Bucarest (Rumanía). Ser invitado por un chico rumano morenote, que vive en el centro de la ciudad junto al río Dambovita y que ha prometido llevarme a Transilvania, es una opción estupenda.
- Perpignan (Francia). Ser invitado por un chico francés atractivo y practicar el idioma mientras se disfruta de la playa y la tranquilidad de la ciudad es una opción estupenda.

Pidiendo por favor silencio a las dos personas que saben la solución, os reto a que adivinéis dónde me he marchado. Está claro que parece que pasaré menos calor que en Zaragoza y que alguien me proporciona alojamiento.
Si quieres recibir una postal desde donde sea que me he ido y todavía no tengo tu dirección postal, envíame tus datos a chaskatraska@yahoo.es
¡A ver si esta vez acertáis! Hasta pronto.




viernes, 3 de julio de 2009

Despedida (II y último)

En un principio, en el concurso provisional de traslados, me habían dado el colegio de Montecanal. El concurso de traslados es un modo de permitir que la gente pueda participar en el concurso sin estar obligada a moverse: uno ve lo que le han dado, ve qué colegios puso en la lista antes y después del otorgado y decide si se quiere arriesgar a que en el definitivo, cuyo resultado sale directamente en el BOA y hay que aceptar obligatoriamente –salvo error de algún tipo en la adjudicación, claro-, le sea concedido alguno de esos destinos cercanos al asignado provisionalmente. En consecuencia, el concurso provisional es una manera de mantener a los participantes en vilo durante dos meses. Hice estupendamente en no ir a ver el colegio de Montecanal. Quizá me habría encantado y habría aceptado con menos alegría el cambio al de Valdespartera. Nunca lo sabremos, cosas del destino: una chica a la que le habían dado Valdespartera por mi especialidad rechazó, vayan ustedes a saber por qué (y se sabe que rechazó porque en el definitivo no aparece), así que yo “subí” un puesto en mi lista de peticiones y fui valdespasteurizado.
Los primeros en saberlo, aparte de Conchita, mi compañera del cole –cuyo rostro al bajar del coche y acercarme al cole ya me anunciaba la publicación oficial del resultado en el boa-, fueron mis alumnos. La mayoría se quedó sonriendo un poco estúpidamente, a caballo entre “somos niños y no podemos reaccionar de otra manera” y “entonces, ¿hay vida más allá de Jorge? Jorge, ¿quién vendrá en tu lugar?”
Después ya se lo comenté a algunas familias. La madre de Javier, cuyo hijo, junto con su compañera Noelia, he llevado desde que estaba en primero, me dijo lo que yo pensaba: “¿Pues no dijiste que te ibas a quedar por lo menos hasta que Javier terminase la primaria?” Y sí, me hacía ilusión que para bien o para mal fuesen conmigo los seis años de la etapa. Pero claro, le respondí, es que me han dado un colegio que, al menos sobre el papel, lo tiene todo para ser el colegio perfecto. ¡No podía rechazarlo! Además, ¿y si espero un año o dos y ya no encuentro nada parecido en Zaragoza capital?
Y es que no me esperaba que me fuesen a dar nada de lo que puse –tres colegios nada más- en este concurso, pues tenía relativamente pocos puntos.
El inspector, la misma mañana en que supe lo de Valdespartera, se pasó por el colegio y me dio la enhorabuena. Le comentó a Conchita que la iba a proponer como directora (“Claro, no vas a proponer al alguacil”, contestó ella) y en pocos días ya estaba ella interesadísima en que le explicase los tejemanejes directiles. Le advertí de lo fascinante que es hacer el Documento de Organización del Centro a principio de curso y en especial las cuentas de gestión, que he hecho en seis ocasiones, dos por curso, y todavía no sé cómo.

Con una especie de circular de final de curso en la que se mencionaban temas como las tutorías, los cuadernillos de verano o un almuerzo para los alumnos el último día de clase, anuncié oficialmente que me iba: escribí literalmente “gracias por soportarme durante cinco años con mis defectos y mis virtudes”. Habría añadido “de nada por aguantaros a vosotras durante ese mismo tiempo”, pero habría resultado impopular, intuyo, además de que realmente, una vez se fueron un par de petardas hace ya unos años, he estado bien en el colegio.
Tuve alguna sorpresa de mi compañera y de mis alumnos, así como un detalle de las familias, todo ello agradable y emocionante.

Si el lector considera que citar algo a favor de uno mismo es una falta de educación y un acto de imperdonable inmodestia, que no siga leyendo. Si lo voy a citar es porque la despedida del pueblo fue como una especie de epílogo de las novelas de agatha christie: ya relajado, agradable y grupal. Me explico.
Desde el diecinueve de junio, cuando terminaron las clases, Conchita y yo hemos acudido al colegio para hacer infinidad de papeles y reuniones (memoria del curso, charlas con el equipo de orientación de Calatayud, tutorías, firmas de actas de evaluación, solicitud de los libros de gratuidad para el próximo curso…) y para recoger material: ella en previsión de lo deteriorados que quedarían los libros de no guardarlos bien cuando cambien el suelo del cole este verano, y yo evidentemente por tener que llevarme trastos acumulados.
Bien, pues el treinta de junio estuve recogiendo bolsas y bolsas de cosas, así como documentos de dos ordenadores, hasta las seis de la tarde nada menos. Fue al salir del colegio, llevar todo al coche y disponerme a devolver las llaves del colegio cuando empezó el desenlace agathachristiano. Desenlace, como dije, relajado, pues ya había terminado y las vacaciones por fin parecían reales y tangibles; desenlace agradable porque todo fueron palabras positivas; y grupal porque se juntaron por pura casualidad muchas personas de las que he conocido en el pueblo.
Primero, me encontré con la madre de uno de los niños de infantil, al que jamás he dado clase. Me vino a decir que me fuese tranquilo porque no había oído jamás hablar mal de mí por parte de las familias cuando se me había mencionado. No es poco, porque en los pueblos ya se sabe. Eso es que has hecho las cosas bien, dijo ella. Lo junté en mi mente con el “No te vayas, Jorge, nos lo pasamos bien contigo” de los alumnos de infantil y me dio un subidón de autoestima tremendo. Después, cuando me despedí de ella, busqué a Tomás el alguacil, al que entregué las llaves del colegio y de quien también me despedí. Qué raro, pensé, ya no es mi colegio y ya no tengo modo de entrar en él. Y mientras nos decíamos adiós, apareció otra mamá por allí, así como siete u ocho de mis alumnos, que estaban pasando el rato juntos montando en bici. Pude despedirme, les prometí que dos de ellos, de modo simbólico para todos, recibirían postal mía este verano de mis viajes veraniegos, y luego ya me subí al coche y se me quedaron mirando mientras me iba. Igual que en las novelas de agatha christie, en las que cuando todo acaba, los personajes inocentes de la novela se despiden tras haber sido unidos en un mismo lugar para escuchar la explicación del misterio por parte del detective.

A pesar de todo, cuando salí del pueblo, olvidé los retrovisores y miré el sol que tenía enfrente.