
Sin romper los esquemas tradicionales de los cerrados padres que tengo en el pueblo, procuro de vez en cuando hacer cositas en clase algo distintas -que no por ello son muy originales, sino que simplemente escapan del libro y el cuaderno- con el objetivo de acercarme a eso que en cualquier manual de oposiciones para maestro se llama "aprendizaje significativo": tratar de que lo que quieres que el niño aprenda lo haga no porque tú se lo impongas, sino porque se lo vendes de un modo atractivo y motivador y/o cercano a sus intereses de niño. En el ejemplo que sigue, la gracia residía simplemente en que el profesor se puso a hablar de un tema ajeno a cualquier libro y con preguntas que podían despertar su curiosidad, así como cierto aire de misterio e intriga.
Escribí sin más la palabra "supersticiones" en la pizarra. Un chaval de diez años trató de adivinar, sin que yo se lo preguntase, el significado de la palabra, y no recuerdo qué barbaridad dijo interpretando "súper" como "muy"; que no, chaval, déjalo, déjalo. Les expliqué en palabras sencillas que se trataba de creencias sin base que, a pesar de carecer de tal fundamento, muchas personas seguían juzgando reales.
Supieron mencionarme ejemplos como la mala suerte que traía romper un espejo, o tirar un salero, o encontrarse con un gato negro, o pasar bajo una escalera. Yo encaminé la discusión hacia el hecho de abrir un paraguas bajo techo, y algunos afirmaron que conocían también ese caso.
- Bien, entonces imaginad que yo tuviera un paraguas. Y que además fuese amarillo, que dicen que trae mala suerte. ¿Seríais capaces de abrirlo aquí mismo?
- Sí, ¡tráelo y lo abro! -dijo uno.
- Vale -dije yo.
Y entonces los sorprendí sacando de la nada un paraguas amarillo, que una niña de infantil había traído por la tarde y que me había ofrecido la idea de tratar este tema improvisadamente.
- Menganito, te voy a dar el paraguas. Lo vas a poder abrir y todos los demás también si queréis -expliqué dramáticamente-. Pero luego cuando vayáis a casa no se os ocurra decir que el profesor os ha obligado a abrirlo, ¿de acuerdo? Si lo abrís es porque vosotros queréis. Yo personalmente no voy a abrirlo, prefiero no hacerlo.
De diez alumnos que tengo, sólo tres se atrevieron.
- Bien, pues si a alguno de vosotros os pasa algo a partir de ahora, es por vuestra culpa, a mí no me miréis.
Y entonces, solemnemente, cogí el paraguas y lo abrí.
Silencio absoluto en la sala.
- Me alegro mucho de que tres de vosotros hayáis abierto el paraguas. ¿Pero no os he dicho al principio que las supersticiones son todo mentira?
¡¡No pasa nada por abrir un paraguas!! A ver, ¿quién se atreve a abrirlo?
Y por fin los diez lo hicieron, uno tras otro.
Quiero pensar que tras haber escuchado qué es una superstición y, lo que es más importante, haberse asombrado ante los osados primeros abridores de paraguas y la posterior sorpresa por parte del profesor y, finalmente, la apertura individual (viendo y tocando, en primera persona, un objeto de superstición), habré logrado que este tema se haya grabado en su memoria y haya sido, como decía al principio, un aprendizaje significativo y no sólo una cosa más para estudiar para un examen.