Fue Perpignan (Francia) el destino que elegí para pasar unos días en el mes de julio. Puesto que este año había oposiciones y la administración no tiene la amabilidad de publicar el nombre de los elegidos como tribunal hasta principios de junio, un servidor no pudo arriesgarse a organizar ningún viaje para no correr el riesgo de anularlo y/o perder el dinero en él invertido.
De modo que en junio, sin plan previsto, recibí por segunda vez la invitación de Philippe de ser alojado en Perpignan. ¿Cómo podía negarme?
Conocí a Philippe en mi viaje a París en navidades. Aparecerá en alguna de las fotos, pero ustedes lo pueden ver también en el vídeo de París que está disponible en mi perfil de facebook. Sale en él con una especie de polito o camiseta de rayas horizontales azules, creo recordar.
Bien, pues compré billetes de bus y allá que fui. Como ya sabía, el bus es odioso para viajes largos (y éste lo era: ocho horas en total). Al menos es barato, claro.
El primer día, nada más llegar, Philippe me mostró mi habitación, me cambié de ropa y nos fuimos a una playa nudista. No osé mostrar mis encantos por pudor y falta de costumbre -que lo mismo es-.

Era curioso ver algunos hombres caminando solos en bolinga picada, como si los demás estuviésemos interesadísimos en ver su churrimondongo y, para no perder ripio, caminasen bien despacito. No tardé mucho tiempo en deducir que había algo de cruising o movimiento gay busco-sexo-tras-los-matorrales: lo descubrí cuando, al ir a buscar un sitio para hacer pis (pues tras bañarme una vez decidí que no repetía, el agua estaba demasiado fría), una pareja de chicos pasó, me miró de arriba abajo y enseguida se detuvieron, como interesándose vivamente por los centenares de granos de arena que me rodeaban. Uno de ellos no estaba mal, de hecho el que luego se quedó al lado de mí fue él; pero no sé, nunca me ha emocionado ver a la gente directamente en bolas y/o en bañador, y no intenté nada. Me alegró saber que la molla de la cintura parecía existir sólo en mi imaginación o al menos no era impedimento para que ese chico me encontrase potable.
Después de la playa fuimos a otra zona cuyo nombre no recuerdo, donde íbamos a ver unos fuegos artificiales por ser al día siguiente el 14 de julio. Por desgracia, el viento obligó a cancelarlos.
Pero el propio 14 de Julio nos resarcimos. Fuimos en coche a varios sitios. En primer lugar a Narbonne, pequeñito, pero bonito.

Después vimos de pasada bonitos paisajes y terminamos en Carcassonne, cerca de donde viven los padres de Philippe. Allí hay un castillo precioso en torno al cual hay casitas donde vive la gente y calles turísticas con tiendas y restaurantes.

Fue allí donde, al anochecer, vimos los fuegos artificiales. Todos los fuegos son iguales, supongo, pero éstos me gustaron mucho. Fue increíble el efecto de echar humo desde el interior del castillo e iluminar la escena con luces rojas: parecía en verdad que todo estaba en llamas.
Eso fue el lunes y el martes. Hasta el fin de semana Philippe trabajaba, así que tuve que organizarme por mi cuenta para ver cosas. Por eso, apenas salí de Perpignan (salvo una maravillosa excepción que ya mencionaré). Tiene relativamente pocos habitantes si la comparamos por ejemplo con Zaragoza, pero quizá por no tener muchos edificios altos, la extensión de Perpignan es enorme.
Creo que Perpignan resultó ser el lugar que menos me interesó. Tiene calles y algunos lugares bonitos, pero tras callejear un poco, enseguida se ve lo más interesante. Aquí la puerta de Notre Dame:

Me pareció simpático encontrarme una escena que, afortunadamente, cada vez es más frecuente en nuestra querida Zaragoza:

Por supuesto, hay más carril-bici que en nuestra ciudad y, si hay necesidad de ir por la calzada, jamás verás que nadie se queje, sino que conducirán detrás del ciclista con paciencia. ¡Cuánto ha de aprender nuestra pueblerina ciudad!
El miércoles me animé a ir a la playa. Cuando estaba preparado con toda la cartera llena (champú, toalla, almuerzo, lectura...) vi que estaba nublado. Frustrado, perpignaneé otro día más, y fui a la playa al día siguiente. Fui a Colliure, que resultó el pueblecito más bonito de todos...
(Continuará)
De modo que en junio, sin plan previsto, recibí por segunda vez la invitación de Philippe de ser alojado en Perpignan. ¿Cómo podía negarme?
Conocí a Philippe en mi viaje a París en navidades. Aparecerá en alguna de las fotos, pero ustedes lo pueden ver también en el vídeo de París que está disponible en mi perfil de facebook. Sale en él con una especie de polito o camiseta de rayas horizontales azules, creo recordar.
Bien, pues compré billetes de bus y allá que fui. Como ya sabía, el bus es odioso para viajes largos (y éste lo era: ocho horas en total). Al menos es barato, claro.
El primer día, nada más llegar, Philippe me mostró mi habitación, me cambié de ropa y nos fuimos a una playa nudista. No osé mostrar mis encantos por pudor y falta de costumbre -que lo mismo es-.

Era curioso ver algunos hombres caminando solos en bolinga picada, como si los demás estuviésemos interesadísimos en ver su churrimondongo y, para no perder ripio, caminasen bien despacito. No tardé mucho tiempo en deducir que había algo de cruising o movimiento gay busco-sexo-tras-los-matorrales: lo descubrí cuando, al ir a buscar un sitio para hacer pis (pues tras bañarme una vez decidí que no repetía, el agua estaba demasiado fría), una pareja de chicos pasó, me miró de arriba abajo y enseguida se detuvieron, como interesándose vivamente por los centenares de granos de arena que me rodeaban. Uno de ellos no estaba mal, de hecho el que luego se quedó al lado de mí fue él; pero no sé, nunca me ha emocionado ver a la gente directamente en bolas y/o en bañador, y no intenté nada. Me alegró saber que la molla de la cintura parecía existir sólo en mi imaginación o al menos no era impedimento para que ese chico me encontrase potable.
Después de la playa fuimos a otra zona cuyo nombre no recuerdo, donde íbamos a ver unos fuegos artificiales por ser al día siguiente el 14 de julio. Por desgracia, el viento obligó a cancelarlos.
Pero el propio 14 de Julio nos resarcimos. Fuimos en coche a varios sitios. En primer lugar a Narbonne, pequeñito, pero bonito.

Después vimos de pasada bonitos paisajes y terminamos en Carcassonne, cerca de donde viven los padres de Philippe. Allí hay un castillo precioso en torno al cual hay casitas donde vive la gente y calles turísticas con tiendas y restaurantes.

Fue allí donde, al anochecer, vimos los fuegos artificiales. Todos los fuegos son iguales, supongo, pero éstos me gustaron mucho. Fue increíble el efecto de echar humo desde el interior del castillo e iluminar la escena con luces rojas: parecía en verdad que todo estaba en llamas.
Eso fue el lunes y el martes. Hasta el fin de semana Philippe trabajaba, así que tuve que organizarme por mi cuenta para ver cosas. Por eso, apenas salí de Perpignan (salvo una maravillosa excepción que ya mencionaré). Tiene relativamente pocos habitantes si la comparamos por ejemplo con Zaragoza, pero quizá por no tener muchos edificios altos, la extensión de Perpignan es enorme.
Creo que Perpignan resultó ser el lugar que menos me interesó. Tiene calles y algunos lugares bonitos, pero tras callejear un poco, enseguida se ve lo más interesante. Aquí la puerta de Notre Dame:

Me pareció simpático encontrarme una escena que, afortunadamente, cada vez es más frecuente en nuestra querida Zaragoza:

Por supuesto, hay más carril-bici que en nuestra ciudad y, si hay necesidad de ir por la calzada, jamás verás que nadie se queje, sino que conducirán detrás del ciclista con paciencia. ¡Cuánto ha de aprender nuestra pueblerina ciudad!
El miércoles me animé a ir a la playa. Cuando estaba preparado con toda la cartera llena (champú, toalla, almuerzo, lectura...) vi que estaba nublado. Frustrado, perpignaneé otro día más, y fui a la playa al día siguiente. Fui a Colliure, que resultó el pueblecito más bonito de todos...
(Continuará)