
Los primeros en saberlo, aparte de Conchita, mi compañera del cole –cuyo rostro al bajar del coche y acercarme al cole ya me anunciaba la publicación oficial del resultado en el boa-, fueron mis alumnos. La mayoría se quedó sonriendo un poco estúpidamente, a caballo entre “somos niños y no podemos reaccionar de otra manera” y “entonces, ¿hay vida más allá de Jorge? Jorge, ¿quién vendrá en tu lugar?”
Después ya se lo comenté a algunas familias. La madre de Javier, cuyo hijo, junto con su compañera Noelia, he llevado desde que estaba en primero, me dijo lo que yo pensaba: “¿Pues no dijiste que te ibas a quedar por lo menos hasta que Javier terminase la primaria?” Y sí, me hacía ilusión que para bien o para mal fuesen conmigo los seis años de la etapa. Pero claro, le respondí, es que me han dado un colegio que, al menos sobre el papel, lo tiene todo para ser el colegio perfecto. ¡No podía rechazarlo! Además, ¿y si espero un año o dos y ya no encuentro nada parecido en Zaragoza capital?
Y es que no me esperaba que me fuesen a dar nada de lo que puse –tres colegios nada más- en este concurso, pues tenía relativamente pocos puntos.
El inspector, la misma mañana en que supe lo de Valdespartera, se pasó por el colegio y me dio la enhorabuena. Le comentó a Conchita que la iba a proponer como directora (“Claro, no vas a proponer al alguacil”, contestó ella) y en pocos días ya estaba ella interesadísima en que le explicase los tejemanejes directiles. Le advertí de lo fascinante que es hacer el Documento de Organización del Centro a principio de curso y en especial las cuentas de gestión, que he hecho en seis ocasiones, dos por curso, y todavía no sé cómo.
Con una especie de circular de final de curso en la que se mencionaban temas como las tutorías, los cuadernillos de verano o un almuerzo para los alumnos el último día de clase, anuncié oficialmente que me iba: escribí literalmente “gracias por soportarme durante cinco años con mis defectos y mis virtudes”. Habría añadido “de nada por aguantaros a vosotras durante ese mismo tiempo”, pero habría resultado impopular, intuyo, además de que realmente, una vez se fueron un par de petardas hace ya unos años, he estado bien en el colegio.
Tuve alguna sorpresa de mi compañera y de mis alumnos, así como un detalle de las familias, todo ello agradable y emocionante.
Si el lector considera que citar algo a favor de uno mismo es una falta de educación y un acto de imperdonable inmodestia, que no siga leyendo. Si lo voy a citar es porque la despedida del pueblo fue como una especie de epílogo de las novelas de agatha christie: ya relajado, agradable y grupal. Me explico.
Desde el diecinueve de junio, cuando terminaron las clases, Conchita y yo hemos acudido al colegio para hacer infinidad de papeles y reuniones (memoria del curso, charlas con el equipo de orientación de Calatayud, tutorías, firmas de actas de evaluación, solicitud de los libros de gratuidad para el próximo curso…) y para recoger material: ella en previsión de lo deteriorados que quedarían los libros de no guardarlos bien cuando cambien el suelo del cole este verano, y yo evidentemente por tener que llevarme trastos acumulados.
Bien, pues el treinta de junio estuve recogiendo bolsas y bolsas de cosas, así como documentos de dos ordenadores, hasta las seis de la tarde nada menos. Fue al salir del colegio, llevar todo al coche y disponerme a devolver las llaves del colegio cuando empezó el desenlace agathachristiano. Desenlace, como dije, relajado, pues ya había terminado y las vacaciones por fin parecían reales y tangibles; desenlace agradable porque todo fueron palabras positivas; y grupal porque se juntaron por pura casualidad muchas personas de las que he conocido en el pueblo.
Primero, me encontré con la madre de uno de los niños de infantil, al que jamás he dado clase. Me vino a decir que me fuese tranquilo porque no había oído jamás hablar mal de mí por parte de las familias cuando se me había mencionado. No es poco, porque en los pueblos ya se sabe. Eso es que has hecho las cosas bien, dijo ella. Lo junté en mi mente con el “No te vayas, Jorge, nos lo pasamos bien contigo” de los alumnos de infantil y me dio un subidón de autoestima tremendo. Después, cuando me despedí de ella, busqué a Tomás el alguacil, al que entregué las llaves del colegio y de quien también me despedí. Qué raro, pensé, ya no es mi colegio y ya no tengo modo de entrar en él. Y mientras nos decíamos adiós, apareció otra mamá por allí, así como siete u ocho de mis alumnos, que estaban pasando el rato juntos montando en bici. Pude despedirme, les prometí que dos de ellos, de modo simbólico para todos, recibirían postal mía este verano de mis viajes veraniegos, y luego ya me subí al coche y se me quedaron mirando mientras me iba. Igual que en las novelas de agatha christie, en las que cuando todo acaba, los personajes inocentes de la novela se despiden tras haber sido unidos en un mismo lugar para escuchar la explicación del misterio por parte del detective.
A pesar de todo, cuando salí del pueblo, olvidé los retrovisores y miré el sol que tenía enfrente.
3 comentarios:
Hola, bueno hay que mantener la vista al frente cuando se esta conduciendo... .
Cuantas cosas se acumulan a lo largo de los años no?,
Yo conozco a gente que ha currado este año en el de valdespartera, pero claro son de infantil, e interinas.
pues lo dicho enhorabuena y a ver que tal te va el cambio.
Ya tienes preparado tu super viaje?
ummm, a ver lo que vas publicando, tengo curiosodad... un beso
Espero q te vaya muy bien en tu nuevo cole...
Un saludo desde Asturias
Vaya, te ha quedado literario y todo... amos, bonito. Y comprensible tu emoción, tu subida de ego (qué tal por allá arriba?), y el hablar bien de ti, que no está para nada mal cuando es merecido, oye.
Pero estoy segura que ya ni te acuerdas de.. cómo era el pueblo? Villaplebeyo de qué...???
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