
Ayer jueves el día tuvo sin duda un comienzo singular.
Cuando me desperté y vi, en la oscuridad de mi habitación, que bajo la puerta había luz, deduje que alguno de mis compañeros ya se había levantado. Así que empecé a desvelarme y a prepararme para ponerme en pie. Cuando lo hice y consulté el móvil, observé que eran las 4:52. Ya absolutamente despierto, recordé que Isabel, la que trabaja conmigo, estaba con vómitos y diarreas y se habría levantado para ir al baño. Me había acostado a la una, así que con apenas cuatro horas de sueño, mi cuerpo se negaba a conciliar el sueño.
Pensé –lo que anima tener una actitud positiva, ya lo dicen algunos refranes y los libros de autoayuda- que así leería un montón de páginas de un libro al que andaba enganchado y que me plantaría en el colegio prontísimo, como a las ocho, lo cual me iría de cine, como se comprenderá más adelante.
Así lo hice. Leí, me duché, desayuné, preparé el almuerzo y la comida, me arreglé... Antes de salir recordé también que era el cumpleaños de Marta, la otra chica del piso, así que le dejé una nota simpática en inglés diciéndole que me marchaba porque me había asustado al ver lo vieja que era.
Salí de casa. Y en plena plaza principal el coche se negó a arrancar tras veinticinco intentos.
Tras ciertos maleficios escupidos, llamé al seguro, que dijo que me enviaría una grúa en media hora. Regresé al piso, donde mis compañeros estaban extrañados de que me hubiese marchado tan temprano. Felicité de palabra a Marta tratando de sonreír y acto seguido solté cien víboras contando lo del coche.
Pasó un rato y llegó la grúa. Cuando iba a bajar a la calle, le dije a Isabel que no fuese al colegio sin mí, claro. "No", me dijo, "eso seguro, porque sigo estando mal, así que no voy a ir". Chupi, ahora resultaba que no tenía medio de ir a trabajar.
Ya de una mala baba bestial, salí a la calle y le expliqué el problema al gruista. "Serán los calentadores o la batería. Prueba a encenderlo, a ver qué indica el salpicadero".
El coche hizo brrrummm brummmmm y hale, funcionó a la primera. Os podéis imaginar la sonrisa que le dediqué al señor. Huy, pues antes no iba, comenté. El señor, o más bien chaval, me recomendó que fuese a su taller por la tarde. Me despedí de él y, aprovechando que el coche estaba en marcha, me fui al cole.
Por la tarde en el taller vieron que todo era correcto, así que cualquier día de éstos me huelo que el coche me hará alguna jugarreta...
En cuanto a hoy viernes, este veinte de octubre era para muchos directores de colegio un estrés, ya que era el plazo límite para enviar la Programación General Anual, las Cuentas de Gestión y el Documento de Organización del Centro. Es imposible expresar con palabras la cantidad de tonterías burocráticas que implica completar esos documentos; sólo por daros una pequeña idea, cada hoja –y en total serán unas 60- exige poner el nombre del colegio, su número clave, el nombre del pueblo y mi firma y/o el sello del centro, más luego las firmas de una madre del colegio y de la secretaria del ayuntamiento, que para apretarte más los plazos, sólo acude al ayuntamiento del pueblo lunes y jueves (y el jueves la esperé 45 minutos mientras ella tomaba notas de las quejas de unos vecinos por un asunto de unos terrenos). En resumidas cuentas, me he quedado hora y media martes y jueves tras el fin de las clases por las tardes y hoy me he marchado del cole a las siete... Y aún tengo que enviar mañana sábado tres cartas certificadas y visitar una librería que me cae tan a mano como los Augusta.
Afortunadamente, la dirección no implica este estrés más que en momentos puntuales del año.