
El viernes los alumnos de mi colegio y los del pueblo de al lado nos juntamos por ser navidad o, prefiero pensar, por acabar el trimestre. Preparamos varias actividades y una de ellas fue la de bailes de salón. En la foto, Sergio, mi compañero de piso -y sin embargo simpático- con una alumna; habría puesto una foto de Alin, un alumno mío rumano a quien quiero pensar que le puse en bandeja poder tocar a una chica, pero en fin, supongo que al ser menor no debo hacerlo.
A las dos me despedí del megatentempié que habían preparado las mamis en el pueblo, les deseé felices fiestas a todas y me marché a Zaragoza iscopitiau. ¡Vacaciones!
En el camino debí de gastar el triple de gasolina de lo habitual, porque el maletero y todos los asientos estaban llenos de cosas: maletas, aguinaldos de las familias, comida que no podía dejar en Daroca, etc. Recordé que me había dejado el secador de pelo, la máquina de afeitar y el cargador del móvil cuando iba conduciendo en pleno puerto de Paniza; nevaba intensamente y volver a buscar todo ello suponía un peligro.
Llegué a casa en la ciudad, tuve la fortuna de poder aparcar cerca de mi portal y necesité hacer cuatro viajes para subir todo, pero todo, todo, porque acto seguido me fui a la Opel a dejar el coche para revisión rutinaria –la del primer año, aunque el coche en realidad tiene dos y pico-. Una vez abandoné el coche en la Opel, descubrí que la parada del 25 más cercana estaba suprimida y tuve que andar; el bus llegó a los veinte minutos y hace un recorrido realmente turístico de no menos de treinta y cinco minutos.
Y en cuanto merendé y miré un ratito internete, salí pitando a comprar un secador, una maquinilla de afeitar y un cargador de móvil. ¿O es que creíais que iba a poder disfrutar por fin de algo de paz económica? ¡Qué va!
El Alcampo me salvó la vida pero no respecto al cargador, el cual resultó ser el objeto más difícil de encontrar, como en la típica película navideña donde al protagonista le van a cortar los testículos en lonchas si no se topa con el juguete que su hijo ha pedido al gordo rojiblanco. ¿Quince días sin teléfono móvil? ¡Ni de broma! Así que del Alcampo fui a Fnac –nada-, de allí al cortinglés –nada- y de allí, a las 9:25, tuve la valentía de coger un taxi a Grancasa. No hagáis esto en casa, amigos, cuesta 7,25 desde el paseo independencia. Pero si no no habría llegado, y valió la pena, porque tenían un cargador para mi jodido Sony Ericsson.
Aproveché que estaba cerca de casa de mis padres para cenar con ellos a pesar de que hoy volveré a hacerlo y después me puse a ver con mi hermano Saw, la peli del asesino psicópata de la que muchos habréis disfrutado.
Finalmente, salí por el ambiente hasta las siete de la mañana. En realidad, terminé en la 976, donde nunca había estado. Me estaré haciendo mayor... pero cada día que pasa, aunque me sigue gustando, me cuesta más trasnochar y aceptar sexo a deshora (aunque el chico en cuestión, que quizá lea esto, resultaba tentadoramente abrazable).
Flicsee fseista (y fcleies dso kosil msá).