
Quedé en conocernos en aquel bar al lado del teatro. Era un lugar que me gustaba. Cuando apareció, di mi última calada al cigarrillo y lo apagué de un pisotón.
La primera impresión fue mejor de lo que esperaba: masculino y bastante alto, de rasgos duros. Me sonrió, quizá porque también le había gustado, y ambos pedimos un zumo natural.
Parecía de conversacion fácil, de tendencia extrovertida y persona viajada. Aparentaba algo más de los treinta y dos años que decía tener y eso me gustaba.
Hábilmente se interesaba por mis circunstancias y permitía que yo investigara en las suyas. Tuve la sensanción de que habíamos congeniado, al menos para quedar otro día.
Sin embargo, sacó los ajos. Los llevaba en una caja roja, pequeña, parecida a la de las clásicas juanolas. Me ofreció, le dije que no me gustaban, y él cogió uno y, con un pequeño cuchillito que guardaba en el bolsillo de sus vaqueros, lo fue partiendo en trocitos con una habilidad y minuciosidad que demostraban experiencia de años. Cuando hubo terminado de trocearlo, cerró la caja, recogió la afilada hoja e introdujo varios trocitos en su boca.
- Entonces, ¿siempre has vivido aquí? -me preguntó mientras masticaba sin prisa.
Respondí con una pequeña parte de mi cerebro, mientras con la otra trataba de encontrar una explicación a esa costumbre.
Fueron los trocitos de ajo los que parecieron marcar el tiempo, más que los relojes de las paredes y de nuestras muñecas. Parecía que había dividido aquel ajo en trocitos suficientes como para que le durasen el tiempo justo para completar una charla productiva y suficiente.
Con los dos últimos pedacitos hizo lo más extraño: los colocó en mitad de las palmas de sus manos, los hizo rodar entre ellas a modo de plastilina y luego repitió aquel gesto por sus pantalones y su camiseta. No dejaba de sonreír y de mantenerme la mirada, sin preguntarse por un momento por qué le observaba algo confuso.
Propuso marcharnos. Dije que perfecto, nos levantamos, pagamos y salimos del bar. De nuevo admiré su porte sereno, varonil y su buena estatura. Sin duda quería volver a verlo, pero... ¿tendría que soportar aquel espectáculo tan peculiar de nuevo? ¿Cómo olerían sus ropas? ¿Y su lengua, si llegase a besarlo? ¡Incluso seguro que yo mismo estaba apestando!
- Mira, sé lo que estás pensando -me dijo-. Piensas dos cosas. A la primera te respondo que sí, que yo también quiero volver a verte. He pasado un rato agradable y tu cara es una monada.
Sonrió e hice lo propio.
- En cuanto a lo segundo... Al llegar he visto que fumas. Espero que el ejemplo haya sido ilustrativo. Sólo quería hacerte ver lo que me hace sentir el humo del tabaco...
5 comentarios:
Buff, no sabes cómo apesta mi ropa después de varias horas en el Crápula ayer. Muy ingenioso...
Con lo afrodisiaco que dicen que es el ajo... no sé por qué tiene tan mala fama. :))
yo me estaba imaginando que tomaba ajo por lo de sus poderes afrodisíacos como dice sotto_voce o porque es aficionado a "la botica de la abuela" y lo de comer ajo sirve para aplacar algún problema cardíaco o vete tú a saber qué...
estupendo lo de asociar tabaco y ajo jajaja!!!
¡Cuánto me alegro de haber dejado de fumar!!!!!!
Yo pensé que iba a aparecer algún drácula en la historia, o que era Polaco o Rumano, o ambas cosas.
Si alguien tiene los reaños de poner esto en práctica me gustaría saber la reacción provocada.
¡Muy bueno!
PD: Voy leyendo lo atrasado tras las vacaciones, se nota, ¿no? ;)
Publicar un comentario