
Uno de estos roles es el de turista.
Para qué voy a decir, si estáis hasta el chichinabo de verlo, que este año parezco María Sarmiento, que no paro de viajar conforme me lleva el viento de un lado para otro.
Y yendo de aquí para allá me he dado cuenta de que cuando se adopta el papel de turista, se incluye de repente un interés arquitectónico y en general artístico que el resto del tiempo normalmente no se tiene.
¿Por qué?
¿Por qué parece pecado ir a una ciudad y no ver sus museos?
¿Por qué tenemos que empaparnos de la vida y milagros de su historia?
Nadie nos obliga, claro está, pero es lo que terminamos haciendo.
Y bueno, lo haré cuantas veces haga falta, porque me lo paso bien así. Pero a veces me siento algo... tonto, pensando...: ¡pero si no conozco nada de arte! ¡Pero si olvidaré lo que he visto en cuanto salga por la puerta del museo!
Y uno ve a gente con pinta de ir a decir "co" en cualquier momento poniéndose en disposición de admirar los arcos de medio punto o las pinceladas punteadas de un cuadro superguays y piensa...: pero que no pegas haciendo eso, co...
Tengo que empezar a buscarme tíos buenos y obras de teatro chulas como excusa para viajar.
1 comentario:
Tienes razón, co. A mí me pasa un poco lo mismo... Pero reconozco que cuando vi por ejemplo "Il Duomo" de Firenze o "El nacimiento de Venus" a menos de un metro de mi nariz me invadió una sensación extraña... Será porque siempre lo has visto en los libros, sabes que existe, y aunque no entiendas ni papa de arte -genéricamente hablando- sabes la historia que lleva consigo. Y eso es lo que impresiona, además de admirar algo que te pueda parecer bello.
Eso sí... cuando voy de vacaciones si sólo veo monumentos y gaitas no me siento feliz. Yo necesito disfrutar con la gente.
¿Has visto cuántas fotos he colgado?
Besukis
Publicar un comentario