lunes, 14 de abril de 2008

El hombre así, me dijo mi madre.


El otro día mi madre, de repente, me trajo a la cabeza varios recuerdos.
Todos estaban relacionados con Senarta, un cámping en Benasque, Cerler... y toda esa zona del noroeste de Aragón al que íbamos cuando yo era pequeño.
Costaba entrar al cámping ciento veinticinco pesetas: veinticinco por persona, veinticinco por el coche y veinticinco por el remolque en el que iba la tienda de campaña. Era un precio barato para la época.
Algunos amigos de mis padres, también ya emparejados, iban al cámping y pasaban allí muchos fines de semana. Recuerdo, y recordaba mi madre, a las dos hijas de unos de esos amigos, con quienes jugaba y también fregaba algo de la vajilla de la comida. Recuerdo, y también recordaba mi madre, que guardábamos los refrescos y las bebidas para adultos en el río, cuyas aguas no superaban los cinco o siete grados y en las que mi padre apenas osó bañarse más de un par de veces.
Recuerdo, y también mi madre, a un chaval probablemente catalán, con quien jugué horas y horas. Yo lo recuerdo porque tengo una foto con él. Era de mi estatura, moreno, de pelo corto, quizá no muy agraciado, pero viéndole la cara, estoy convencido de que a mi modo, por la edad, me gustaba, porque hoy al ver la foto me sigue pareciendo (en potencia, claro, que a mí me van mayores de edad) mi tipo. Mi madre dice, repito, que nos íbamos a jugar por ahí horas y horas, y con lo asocial o tímido que era yo, pues me reitero en esa especie de encadilamiento fantástico que me suena que sentía estando con él.
Y de todo lo que mi madre me ha contado, todos nos hemos reído con una soplagaitez suprema que yo no recordaba, y que ella erróneamente creía haberme dicho en alguna ocasión. (Véase de nuevo la foto de arriba para entender de qué hablo a continuación). En una ocasión mi madre me llevó a la tienda de campaña para que me echase a dormir. La tienda se cerraba con cremalleras de arriba abajo, y era naranja, con un colchón que recuerdo cómodo. Cuando estaba cerrando la puerta, me asomé y muy serio, le dije:
- Mamá, si ves que viene un señor con los dedos puestos así, ven porque eso es que quiere abrir la cremallera para entrar.

Ostia, los críos y su mundo. :)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya eras así de surrealista de pequeño! si es que esto te viene desde la cuna.
Yo tambien fui mucho de camping, pero no recuerdo tener amigos,pero si a mi hermana todo el rato conmigo.
Besos y achuchones hermoso
Dorothy

enmovimiento dijo...

Desde luego, el miedo al hombre del saco se convirtió en miedo al hombre de la cremallera.
¿Te das cuenta? Siempre miedo al hombre de algo...