Podíamos elegir entre llegar a Atenas el día en que teníamos reservado hostal pero temprano o bien por la noche; si llegábamos por la noche, entonces nos daba tiempo a ver alguna ciudad más por el camino, así que escogimos esta segunda opción y decidimos ver Larissa. Acerté al anticiparle a Leszek que probablemente íbamos a hacer La rissa y que habría poco que ver, pero bueno, ya que estábamos allí, ¿por qué no ves cuanto más mejor?
La ciudad, pequeñita, no es nada turística; prueba de ello es que casi nadie hablaba inglés aparte de los trabajadores del hostal. Casi nos volvemos locos para localizar la estación de bus, que consistía en comprar los billetes en una tienda de alimentación y esperar en una esquina...
Sólo vimos un par de anfiteatros, uno de ellos pequeñísimo, y sorprendentemente una estatua dedicada a Hipócrates, que por lo visto había nacido -o trabajado, no recuerdo- en esta ciudad:

De nuevo, fue Leszek quien localizó este lugar al toparse con un griego que hablaba alemán. ¡Habrá que aprender este idioma para desenvolverse por el mundo, caray!
Las tiendas cerraban al mediodía, así que poco más hicimos que dar vueltas, ver a una mujer medio pirada que se encargaba de los aspersores de un parque y no hacía más que ir de un sitio a otro como para comprobar que no se habían parado, y hacer algunas fotos del lugar.
Y en bus nos marchamos a Delfos, para ver el famoso oráculo. Nada más llegar, anocheciendo, un hombre nos ofreció habitación en su hostal; como íbamos sin reserva -pa chulos nosotros-, aceptamos y en tres minutos nos habíamos instalado en una habitación no muy mala, aunque sin aire acondicionado, y con una vista estupenda de unas montañas, el pueblo y la luna. Lástima que en foto no se aprecie y no valga la pena que lo muestre aquí.
Paseamos por el pueblo, que está compuesto por varias calles que en zigzag van ganando altura; calles que están cortadas transversalmente por escaleras interminables para los peatones. Eso me permitió hacer mis típicas fotos lineales, que me encantan:

Cenamos en un restaurante asequible comida riquísima, consultamos internet y nos fuimos a dormir.
Por la mañana, como las habitaciones estaban cerca de donde los dueños vivían, nos despertamos con sus gritos y discusiones, fascinante.
El oráculo se encuentra pasado el pueblo, después de caminar por la carretera unos diez minutos. El lugar escogido es impresionante, entre montañas altísimas.



Ni con la guía logré comprender del todo para qué se utilizaba cada uno de las partes de que está compuesto. Hay como dos zonas distintas, una en la montaña y otra en una llanura, al otro lado de la carretera. También hay un museo bastante interesante. Quizá más que el oráculo en sí impresiona el lugar en que todo se encuentra.
Y por fin, al final del viaje, nos esperaba Atenas. Tomamos un autobús y en unas pocas horas llegamos a la gran ciudad.
(Continuará)
La ciudad, pequeñita, no es nada turística; prueba de ello es que casi nadie hablaba inglés aparte de los trabajadores del hostal. Casi nos volvemos locos para localizar la estación de bus, que consistía en comprar los billetes en una tienda de alimentación y esperar en una esquina...
Sólo vimos un par de anfiteatros, uno de ellos pequeñísimo, y sorprendentemente una estatua dedicada a Hipócrates, que por lo visto había nacido -o trabajado, no recuerdo- en esta ciudad:
De nuevo, fue Leszek quien localizó este lugar al toparse con un griego que hablaba alemán. ¡Habrá que aprender este idioma para desenvolverse por el mundo, caray!
Las tiendas cerraban al mediodía, así que poco más hicimos que dar vueltas, ver a una mujer medio pirada que se encargaba de los aspersores de un parque y no hacía más que ir de un sitio a otro como para comprobar que no se habían parado, y hacer algunas fotos del lugar.
Y en bus nos marchamos a Delfos, para ver el famoso oráculo. Nada más llegar, anocheciendo, un hombre nos ofreció habitación en su hostal; como íbamos sin reserva -pa chulos nosotros-, aceptamos y en tres minutos nos habíamos instalado en una habitación no muy mala, aunque sin aire acondicionado, y con una vista estupenda de unas montañas, el pueblo y la luna. Lástima que en foto no se aprecie y no valga la pena que lo muestre aquí.
Paseamos por el pueblo, que está compuesto por varias calles que en zigzag van ganando altura; calles que están cortadas transversalmente por escaleras interminables para los peatones. Eso me permitió hacer mis típicas fotos lineales, que me encantan:
Cenamos en un restaurante asequible comida riquísima, consultamos internet y nos fuimos a dormir.
Por la mañana, como las habitaciones estaban cerca de donde los dueños vivían, nos despertamos con sus gritos y discusiones, fascinante.
El oráculo se encuentra pasado el pueblo, después de caminar por la carretera unos diez minutos. El lugar escogido es impresionante, entre montañas altísimas.
Ni con la guía logré comprender del todo para qué se utilizaba cada uno de las partes de que está compuesto. Hay como dos zonas distintas, una en la montaña y otra en una llanura, al otro lado de la carretera. También hay un museo bastante interesante. Quizá más que el oráculo en sí impresiona el lugar en que todo se encuentra.
Y por fin, al final del viaje, nos esperaba Atenas. Tomamos un autobús y en unas pocas horas llegamos a la gran ciudad.
(Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario