viernes, 8 de agosto de 2008

Grecia (II): ferry y Tesalónica.

Fue en Fira, el centro de Santorini, de vistas estupendas,


donde encontramos por sorpresa un lugar donde comprar billetes para el ferry hasta Tesalónica. Se puede ir en avión, pero cuesta ciento y pico euros y bueno, bastantes gastos íbamos a tener ya como para encima desembolsar esa cantidad extra. De modo que pedimos dos billetes.




La distancia entre Santorini y Tesalónica es de unos seiscientos cincuenta kilómetros, y al ferry le cuesta recorrer esa distancia nada más y nada menos que veinticuatro horas... Dado que en el ferry anterior, cuyo trayecto había durado ocho horas, habíamos pasado un sueño terrible, decidimos preguntar a la muchacha que nos atendió si existía la posibilidad de elegir billete que incluyera sitio para dormir. ¿Debí decir camarote -palabra que desconocía en inglés- o explicarme mejor? No lo sé. Leszek me entendió perfectamente cuando lo dije, pero está visto que la chica no, pues una vez subimos al ferry, comprobamos desconsolados que se nos empujaba hacia una especie de habitación común parecida a una sala de cine o bien a la cafetería; pero la gente que trabajaba en el barco, que hablaba tanto inglés como un alumno español de doce años, no nos comprendió y para mí que el billete no incluía camarote, y que habíamos pagado de más para nada.
Y bueno, toda una experiencia estar de una de la tarde a una de la tarde en un ferry donde las actividades organizadas para entretener a la gente brillan por su ausencia; seguramente porque como se detiene en varias islas a lo largo del camino y los pasajeros cambian, debimos de ser de los pocos suicidas que nos inyectamos sesión en vena de ferry. Dormir fue horrible, hasta mi amigo durmió regulín, que ya es decir. Personalmente, o tenía calor, o la gente molestaba hablando al pasar cerca de mi asiento, o estaban los televisores conectados -y yo si oigo voces no puedo conciliar el sueño, por mucho que hablen griego-... Sólo pude dormir en cubierta, sobre unos bancos, donde el ruido de los motores, monótono, llegaba a no molestar y a anular cualquier otro. Pero a las cinco de la mañana aproximadamente me desperté, pasmado de frío, y no pude dormir. La parte positiva es que pude hacer fotos de la salida del sol, con colores originales:


Y por fin, tras mucha conversación, partidas de dados, sueño mal dormido, etc. llegamos a Tesalónica. Corregiré ahora algo que dije rápidamente en mi primera actualización sobre Grecia: no es del todo cierto que Leszek nunca hubiese estado en Grecia. Realmente ya conocía Atenas, pero no le había importado volver para ver ciudades como ésta a la que llegábamos, que varias personas le habían recomendado.
Y que resultó ser la gran decepción del viaje y los días más desaprovechados, pues habíamos reservado tres noches de hotel y habría bastado quizá con una. Los griegos dirán que Tesalónica es estupenda porque al lado de la calle, muy larga, que está junto al mar, hay decenas y decenas de bares donde pasar la tarde y la noche tomando algo, y en definitiva hay bastante marcha (aunque a nosotros tampoco nos pareció para tanto, quizá porque fuimos incapaces de encontrar bares de ambiente).




Pero para un turista no es para tanto. No es que uno vaya a morirse de asco en la ciudad. Pero en cuanto se pasea algunas horas junto al mar, visita un par de museos, recorre algún parque y averigua que si quiere playa, asombrosamente, debe coger un autobús para ir fuera de la ciudad... pues se acaba ya la gracia y no hay mucho más. Seguro que muchas ciudades españolas tienen tan pocas cosas que ver como Tesalónica, para qué engañarnos, pero es también seguro que nosotros no vamos por ahí vendiéndolas como si fueran la maravilla mundial. Y como Tesalónica suena a que va a ser algo impresionante tipo Atenas y no lo es, pues decepciona. La prueba es que apenas vimos turistas allí.
¿Es normal que con una vista como ésta, la ciudad no tenga playa?


Tesalónica tiene una característica curiosa, más marcada que en las demás ciudades griegas que visitamos: si como peatón uno se pone a cruzar una calle cuando el semáforo se pone verde, descubre horrorizado que en unos tres segundos, máximo cinco, éste se pone rojo y le deja a uno sin haber llegado siquiera a la mitad del recorrido, y obligándole a echar a correr antes de morir griegamente atropellado.
Salimos vivos, afortunadamente, pero miedo da pensar el peligro que supone que un tesalónico, un griego en general, venga a España a darse una vuelta en su coche.

(Continuará)

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