lunes, 2 de abril de 2012

Viajes.

Sorprende que el hecho de dejar de viajar durante un tiempo implique que volver a hacerlo sea una experiencia más viva que de costumbre. Es natural: a todo se habitúa uno.


Hay otra vez curiosidad por ver una ciudad nueva, ganas de practicar un idioma extranjero si es que salimos de nuestro país, apetece contactar con personas que viven en el destino de nuestro viaje y así sentirse durante un rato como parte de aquel lugar e incluso, con un poco de suerte, comenzar una amistad que pueda prolongarse en el tiempo.


Lo bueno, y lo malo, de escapar de la rutina yendo a otro sitio es que la experiencia lleva implícito el regreso, el desenlace, con día y hora. Sabemos que en último término el día a día que conocemos sobradamente volverá a repetirse; como un sueño durante el que somos conscientes de lo que sucede y en el que manejamos los acontecimientos. Pero no importa, porque el tiempo es subjetivo y a buen seguro transcurrirá a merced de nuestra voluntad y se esforzará por marcarse en nuestra maleta de recuerdos.


Un viaje es, en definitiva, una vida en pequeño: nuestra casa en una maleta, poco dinero en los bolsillos, a veces poca capacidad de comunicarse en el idioma del lugar y a menudo poco tiempo para ver demasiadas cosas. Ante tal falta de tiempo, hay quien se propone ver cuanto más mejor y hay quien dosifica su implicación en el rol de turista.


Quizá como en la vida en grande.




Viajen. Es una manera como cualquier otra de rehuir lo conocido, y transforma nuestra casa, nuestro sofá, nuestra cama, en algo más deseable en tanto que añorado.

No hay comentarios: