Tras años de búsqueda, hace unas semanas encontré por fin la fruta que una vez había probado. que me había fascinado y cuyo nombre no recordaba: el kaki. Es dulce, no tiene hueso y se puede comer con piel. De los supermercados cercanos, sólo lo encuentro en el Alcampo, y allí que fui.
Mientras hacía la compra en la zona de frutas, un niño de unos cinco años con cara de pillo se me quedó mirando fijamente mientras metía unas peras en una bolsa. Su mirada era descaradamente directa y me hizo sentir incómodo, pues allá donde fuese, él seguía mirándome. Resistí la tentación de preguntarle si le parecía un bicho raro o algo. Entonces uno de sus familiares empezó a hablar; la hermana y la madre del niño me parecieron. Hablaban a voz en grito y con un acento tremendamente barriobajero. Entonces comprendí que al niño nadie le hubiese explicado que estaba mal ponerse a metro y medio de una persona y mirarla descaradamente.
La poca aptitud de esa familia para educar al niño quedó patente del todo cuando una de las mujeres aquellas dijo a voz en grito:
-¡Mira, ahí están las malandrinas, pues bien baratas que están!
Al pobre niño malandrín le pitarán los oídos a lo largo de su vida, pues a partir de ahora esta breve historia será lo que cuente ante muestras de desgana y desmotivación de algunos alumnos.
3 comentarios:
Igual son una nueva variedad de fruta y nosotros no lo sabemos...
Yo conozco a esa familia, es la misma que compra malacatones en un supermercado cerca de mi casa.
Si es que los niños son como sus padre, y nosotros también. Ay madreee! voy a ser una gritona.
Besos y achuchones
Publicar un comentario