Braulio era muy bajito, rechoncho, llevaba gafas y una barba densa y dibujaba muy bien su papel de despistado. Los achaques de la edad y su bastón completaban la actuación.
Su andar parsimonioso apenas se quebraba cuando aparecía a la vista un encuentro breve; es decir, un chico alto, de pelo negro, más bien joven y a ser posible con un toque canalla en la mirada.
Braulio escarbaba en su bolsillo en busca de la moneda, que quedaba en su mano izquierda, la que sujetaba el bastón. El muchacho lindo se acercaba y al llegar el instante en que iba a pasar a su lado, soltaba la moneda con efecto e interponía el extremo del bastón entre los pies del chico, acompañando el momento con un giro imprevisto de su cuerpo, que el otro interpretaba como un tropiezo o un desequilibrio. Braulio bañaba todo en un poner las manos, cuerpo inclinado, sobre las piernas deseadas, las cuales usaba para fingir recuperar la verticalidad.
Y la moneda alargaba el momento al solicitar al otro que se la recuperara, quien debía retroceder -pues Braulio la había hecho alejarse ante sí- y mostrar irremediablemente su trasero al viejecito.
Gracias, muchacho, has sido muy amable, y entonces se marchaba. Y Braulio, que veía cercana su muerte como muchos de quienes superan ya una edad considerable, saboreaba el placer de la cercanía física de la juventud y del alegrarse la vista frívolamente.
Como guinda del pastel, su esposa le obsequiaba a la vuelta con una deliciosa comida antes de salir por la tarde, de nuevo, en busca de fugacidades.
Su andar parsimonioso apenas se quebraba cuando aparecía a la vista un encuentro breve; es decir, un chico alto, de pelo negro, más bien joven y a ser posible con un toque canalla en la mirada.
Braulio escarbaba en su bolsillo en busca de la moneda, que quedaba en su mano izquierda, la que sujetaba el bastón. El muchacho lindo se acercaba y al llegar el instante en que iba a pasar a su lado, soltaba la moneda con efecto e interponía el extremo del bastón entre los pies del chico, acompañando el momento con un giro imprevisto de su cuerpo, que el otro interpretaba como un tropiezo o un desequilibrio. Braulio bañaba todo en un poner las manos, cuerpo inclinado, sobre las piernas deseadas, las cuales usaba para fingir recuperar la verticalidad.
Y la moneda alargaba el momento al solicitar al otro que se la recuperara, quien debía retroceder -pues Braulio la había hecho alejarse ante sí- y mostrar irremediablemente su trasero al viejecito.
Gracias, muchacho, has sido muy amable, y entonces se marchaba. Y Braulio, que veía cercana su muerte como muchos de quienes superan ya una edad considerable, saboreaba el placer de la cercanía física de la juventud y del alegrarse la vista frívolamente.
Como guinda del pastel, su esposa le obsequiaba a la vuelta con una deliciosa comida antes de salir por la tarde, de nuevo, en busca de fugacidades.
2 comentarios:
Muy bueno. Además, te gusta hacer cameos en tus propias películas: me refiero a lo de "un toque canalla en la mirada", que según creo es algo que te atrae bastante.
Para cuando te tenga que tocar, los abuelos estaran enchufados todo el dia a una maquina de realidad virtual, con fantasia a eleccion... de la que no querran salir.
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