domingo, 3 de agosto de 2008

Grecia (I): Llegada y la isla Santorini.

Como siempre con antelación, allá por febrero, Leszek y yo empezamos a planear algún destino para visitar en verano. Él ha recorrido algo así como el ochenta y cinco por ciento de Europa, así que le pregunté directamente dónde no había ido. Mencionó una serie de países, entre ellos Grecia, en el que yo había pensando; no porque me llamase especialmente la atención, sino porque entendía que era de estos viajes "obligatorios" una vez en la vida, así que le respondí que Grecia me parecía bien, más que nada porque yo solo por mi cuenta nunca me animaría a ir, y empezamos a organizarlo.
En parte por desidia y en parte por tener una guía confusa con la que alguien poco entendido en las lindezas y geografía griegas hacía cualquier cosa menos conseguir una idea clara de qué había para ver, dejé en manos de Leszek la tarea de decidir el recorrido que seguiríamos. Será la última vez que lo haga, no porque tomase malas decisiones (aunque las hubo, pero involuntarias), sino porque cuando faltan dos días para irte dos semanas a un sitio y apenas sabes qué vas a ver y dónde exactamente vas a estar, te sientes hasta mal. En fin.
Tuvimos suerte y encontramos vuelos, desde Barcelona y desde Cracovia, que aterrizaban con apenas una hora de diferencia, aunque a las tres de la madrugada. Cuando nos juntamos, tomamos un bus a Pireo, ciudad costera cercana a Atenas desde donde un par de horas más tarde subimos a un ferry que en ocho horas nos llevó a Santorini, una de las famosas islas griegas:



Fue un poco horrible pasar ocho horas en un ferry, donde, sin cama, personalmente apenas pude pegar ojo a pesar de que llevaba toda la noche sin dormir. Además, por supuesto nos tocó cerca la típica familia cuya misión parece traer al mundo cuantos más niños mejor.

Una vez llegamos a la isla, como a las dos de la tarde, el puerto está lleno de gente: turistas que también acaban de llegar, policías que regulan el caos y decenas de automóviles y furgonetas de los dueños de los hoteles, que te vienen a recoger porque hay varios kilómetros de carretera cuesta arriba y en curva hasta que llegas a la zona alta más llana.



El hostal era majete, hasta con su piscina, que por cierto no utilizamos porque nos apetecía más ir a la playa, que estaba a cinco minutos a pie. La habitación era razonablemente espaciosa y con aire acondicionado (como iba a ser norma, afortunadamente, en casi todos los hostales), hasta con baño propio.
Lo malo es que nos tocó una habitación que daba justamente allí, a la piscina, y a las mesas y sillas; y si juntas eso con los típicos ingleses jóvenes que están hablando en voz alta desconsideradamente hasta las cinco de la mañana, pues la cosa se estropea. Sólo ocurrió la primera noche, ya que luego se marcharon, pero no sé qué pasa con los ingleses, si es que tengo mala suerte o es que abundan demasiado, porque en Wroclaw (Polonia) me pasó exactamente igual. También es cierto que Leszek no se enteró de nada, pero él tiene la fortuna de tener sueño, quedarse dormido en cinco minutos y ya está, hasta la mañana siguiente.



Pasamos en Santorini un par de días. Está bien, es una isla bonita. Quizá a todas las islas les pase lo mismo, no lo sé, era la primera a la que iba; el caso es que uno no puede desplazarse con libertad por ella, puesto que lo que hay entre montañas son carreteras, así que si no pasa el autobús, uno no puede moverse. De manera que todo lo que vimos en ella fue el hostal, la playa cercana, un pequeño supermercado y Fira, el centro de la isla, donde hay algo de vida, algún museo y vistas bonitas como la que acabáis de ver -así como calles en cuesta para fardar de subirlas en burro, cosa que no hicimos-. Nos perdimos como el setenta por ciento de la isla, que quién sabe si era interesante o no; pero desde luego no me quedaron muchas ganas de ver otras islas, pues aparte de la limitación del transporte, tampoco aportaban más que tranquilidad y una vista bonita, que está bien para dos días pero para poco más.

Comenzó en Santorini nuestro menú a base de coca cola y ensaladas griegas. Aún no sé cómo me pude comer tantas, pues ni el pimiento verde ni mucho menos el tomate me fascinan. Imagino que tenía algo que ver el hecho de estar todo el día andando de aquí para allá. En esta foto en concreto la ensalada griega sólo la toma Leszek; la mía es de atún con salsa rosa -cómo no-, qué buena estaba.





Y estando en Fira, compramos billetes para un ferry hasta Tesalónica...

(Continuará)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimad@ no puedo creer lo pesimista de su relato...verá usted, yo vivo al sur de un pais llamado Chile, donde sueño con el alma llegar a visitar la isla santorini, pero luego llego a este relato suyo y me pregunto ¿que diablos pasa con la sociedad? Ud. estuvo 2 dias en tal paraiso y no pudo caminar? pues que amargad@ persona...lo siento.-

Anónimo dijo...

Negativo total!! que molesto seria viajar con una persona como usted, amarga las vacaciones a cualquiera.. por favor!