miércoles, 20 de agosto de 2008

Grecia (V): Atenas y Napflios.

Haber visitado Larissa supuso llegar a Atenas a última hora de la tarde.
La primera impresión no fue buena: una ciudad fea y más de tres cuartos de hora arrastrando mi enorme maleta color verde manzana hasta encontrar el hostal.
El hostal merece capítulo aparte, así que lo dejaremos en líneas exclusivas. Lo había reservado yo, y me equivoqué en que en la primera noche de las cuatro sólo había reserva para una persona en lugar de para dos. Leszek se ofreció a buscarse alojamiento si en este hostal no había. Se llamaba Athens Hostel, si no recuerdo mal. El ascensor era de lo peor: pintura desconchada y luces que se apagaban cuando se cerraba la puerta, antes de empezar a subir.
Pero lo mejor estaba por llegar: se trataba de la plantilla del hostal. Al llegar, un extraño señor nos saludó. Su inglés era algo así como escuchar a un indio de las pelis del oeste, pero encima con actitud de por favor, qué bien hablo por dios y qué frases más largas uso. Leszek alucinaba y me sorprendí, en contra de lo habitual, por lograr entender al hombrecillo mejor que él. Su habla era inconexa total. Poco a poco logré desentrañar lo que decía: que a pesar de estar enseñándole la hoja con la reserva de habitación, ellos no manejaban internet y no sabían si había habitación. Todo esto se embarulló más al añadir yo el problema de la no reserva de habitación para mi amigo. Al final el hombrecillo resultó ser malasio y supuse que por ello su inglés era tan peculiar.
Después, el que parecía el verdadero jefe entró y nos atendió. Su inglés era bastante más decente. Le volví a contar todo, nuestra reserva, el problema de la primera noche, etc. y durante más de quince minutos no hizo más que repetir gestos, frases y reflexión acerca de si tenía habitación, ya no sólo para Leszek sino también para mí, cuya reserva estaba certificada por mi hoja de papel.
Por fin, me ofreció una habitación, donde inmediatamente dejé el equipaje temiendo que cambiase de opinión cinco minutos después. A Leszek le dijo si podía dormir en el suelo en la misma sala donde estábamos, pues pondrían aire acondicionado. Él aceptó, para mi sorpresa, y por fin quedó zanjado el asunto; pagamos -pedimos ticket vista la desorganización, y no sin haber certificado que el hombre nos aseguraba habitación para Leszek para los días siguientes- y empezamos a conocer Atenas.
Omitiré contar todo paso a paso por no alargarme. Subimos a una alta montaña, coronada por una iglesia y un restaurante, desde donde se veía un precioso paisaje general de la ciudad. Al día siguiente, mientras Leszek, que ya conocía la ciudad, se iba a la playa, yo hice la obligada visita a la Acrópolis.



Esta última foto la hizo una chica que andaba por allí. Estaba yo preguntándome si sería cuestión de pedirle a alguien que tuviese la amabilidad de ayudarme a demostrar que había estado allí cuando, cual personaje de una historia creado ex profeso para ello, surgió esta chica y, toda feliz, se ofreció literalmente a fotografiarme. ¿Será que se me leen las intenciones en el rostro? Me la hizo, le hice una a cambio -puede que ése fuese el verdadero motivo de haberse ofrecido- y acto seguido desapareció, un poco como diciendo "no te vayas a pensar que estoy intentando ligar, colega".
Y ésta es la montaña desde la que la noche anterior había visto el paisaje de la ciudad:


Subí a la Acrópolis en torno a las diez de la mañana. Decir que estaba lleno de gente es quedarse corto. Así que asumí el rol de oveja y acepté ir a paso de tortuga entre la muchedumbre para ir viendo todo. ¿Sería el exceso de expectativas? No, porque no tenía muchas. ¿Sería la marabunta? No creo. Pero lo cierto es que una vez tuve el Partenón delante, no me pareció para tanto. Tampoco sé qué esperaba, pero sentí poco más entusiasmo que el mero hecho de poder decir que ya lo había visto. Las vista desde allí, además, eran peores que las de la noche anterior.

En Atenas hay más cosas que ver: algunos parques (aunque pocos, al menos por la zona que el turista medio visita), algunos museos importantes, la zona de tiendas... Sin duda pasar al menos tres días entretenido es muy sencillo. Pero no guardo un gran recuerdo de la ciudad. En primer lugar, orientarse por ella es excesivamente complicado; con los mapas troceados de las guías casi imposible, y con una mapa extensísimo y detallado que Leszek tenía seguía siendo una tarea complicada. Hay unos cuantos cruces de tres o cuatro calles a la vez donde, en cuanto uno se distrae unos segundos, pierde el sentido de la orientación y olvida cuál era la dirección teóricamente recta que estaba siguiendo; recuerdo salir del hostal y no poder encontrar un supermercado que unas horas antes había hallado en cinco minutos. Y en segundo lugar, Atenas no es una ciudad bonita, como mi primera impresión me había dado a entender. Es grande, hay cosas que ver... pero pasearse por ella no tiene el interés que debería. Son calles corrientes y molientes, de barrio normalucho, de aspecto gris, y aunque casi todas las ciudades son así en definitiva, Atenas tiene a priori connotaciones de algo mejor. A mí me decepcionó y me llamó poco la atención. Es como si más allá de los recuerdos de lo que fue, no tuviese mayor interés ni atractivo.

En Atenas estaba Charles-Enric, el chico francés que nos habíamos encontrado en Meteora. Le dimos un toque y quedamos con él y su grupo de colegas estudiantes para cenar:



El chico que se encuentra enfrente de mí quizá percibió que tenía un interés muy relativo en hablar con él. No fue nada personal. Se debió a que él era el único español, aparte de mí, en el grupo, y malditas las ganas que tenía de hablar con él pudiendo practicar el inglés con italianos, noruegos, polacos, etc. Leszek tampoco corrió mejor suerte, pues se sentó al lado de una chica polaca.

Visitamos algún bar de ambiente, donde descubrimos que la gente es más bien seria y distante, y al tener un día desocupado planeamos hacer una escapada rápida. Tras barajar varias posibilidades, elegimos Napflios. Probablemente ése no sea el nombre correcto en su versión española, pero acepten barco como animal acuático.
Mi guía era una exagerada, pues en ella se afirmaba que se trataba de la ciudad griega más bonita. Bueno, cierto es que era majica, pero vaya, o tengo la sensibilidad en los pies o son algo exagerados. Resultaba curiosa, sin más, y sobre todo tenía algunos rincones curiosos e inesperados dado el pequeño tamaño de la ciudad.


Es aquí donde se halla ese castillo-cárcel-defensa que ya mostré hace días en mi fotolog -cuyo link, con el nombre de "El fotolog despoético de Diabetes", se encuentra a la izquierda de este texto, en la parte superior-. Por cierto, para ir a Napflios hay que pasar el canal de Corinto; nos alegramos de no elegir el canal como destino para ese día, pues visto desde el autobús, resultó ser decepcionante. Quién sabe si apeándose y atreviéndose a cruzarlo a pie por uno de sus puentes impresiona más al ver su estrechez y su profundidad.

Y llegó por fin el día de la despedida. Vagueamos por las calles de Atenas, tan bonitas ellas, tomamos al anochecer un bus hasta el aeropuerto y a las tres de la madrugada, cada uno voló hasta su destino.

(Continuará)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Continuará? ¿Qué viene ahora, una escena con alguna abuelita pesada en el avión? :)

Por cierto, con tus crónicas me están dando unas ganas de ir... buff... :)

Diabetes dijo...

Jejeje, supongo que estás diciendo que no te está sonando bien, ¿no?
Bueno, queda una actualización más, a modo de conclusiones, impresiones y curiosidades. ;) Así que si te interesa mi opinión explícita, espera un poquitín.