
Acabo de descubrir (sí, los cojones, diréis algunos) que volver de vacaciones de navidad es un gran tormento. (Yo no he tenido vacaciones de navidad, añadiréis otros; pero os ruego que no me volváis a interrumpir, que tanto paréntesis es antiestético). Han sido 16 días tranquilos de descanso, los cuatro últimos saliendo hasta las tantas, razón por la cual el lunes me pilló mal dormido, con cierta resaca, con cierto efecto tipo "Pero a ver, si yo hace unas horas estaba en un bar con la música a toda pastilla" y además, claro, con la pereza horrible de tener que recuperar el ritmo de trabajo de la jornada partida de los cojones o, como a mí me gusta llamarla, la jornada "prohibido tener ocio de lunes a viernes", apoyada por un grupo de padres lerdos, o bien obligados por sus horarios de trabajo, o bien víctimas de la dejadez pasiva mayor que se ha conocido desde que las lechugas ovíparas se manifestaron con saña.
El domingo por la noche y el lunes yendo en el coche, por cierto con varios grados bajo cero y bancos de niebla que convertían cada señal de tráfico en una sorpresa, mi estado somnoliento hacía vomitivo pensar que minutos después ocho niños iban a estar contándome, desde su alegría y su "como soy un niño, estoy vital aun habiendo dormido tres minutos esta noche", sus regalos de reyes. Yo hubiera preferido freírme los testículos a 200 grados, pero son efectos colaterales de ser maestro.
Y así, china chana, ha ido pasando la semana. El jueves y hoy viernes han sido ya mejores, con el ritmo más o menos recuperado; sin embargo, los despertares han sido horribles, y desde aquí lanzo un llamamiento ante el estupor que me provocan los pensamientos tan bestialmente negativos con que me levanto en días así. Afirmo en serio que si yo pronunciara ahora mismo, a lo cual me niego aunque me lancéis bises y trises, lo que se me pasa por la cabeza, creeríais que me faltan dos milímetros y medio para suicidarme o al menos para lanzarme al mundo del ceregumil en lonchas.
Pero, como digo, el ritmo está recuperado, a fuerza de realidad, claro: un niño de tres años que se te mea en el pantalón mientras tú tratas de esforzarte en tu representación de Hocus the Dinocroc en inglés, al día siguiente que se te caga en los pantalones, hoy viernes dos madres (las de siempre, ay, dios, yo es que las ahorcaría tan magistralmente) diciendo que prefiere que su hijo almuerce un sunny y un bollycao que una pieza de fruta; y yo, que propuse asociar un tipo de almuerzo diferente con cada día de la semana en favor de sus hijos y cuya idea cualquier pediatra y persona no subnormal apoyaría, miro la jeta de las señoras y pienso: pues vale, lo que queráis, a mí me pagan igual y llega el finde, así que sí, hínchalo a chocolate, y que te engorde todavía más la criatura, hija.
Creedme, lo peor de ser maestro no son los niños, sino los padres; y también, añado, los regresos de las vacaciones.
Que claro, como tenemos tantas, cualquiera va a quejarse salvo en un humilde blog...
El domingo por la noche y el lunes yendo en el coche, por cierto con varios grados bajo cero y bancos de niebla que convertían cada señal de tráfico en una sorpresa, mi estado somnoliento hacía vomitivo pensar que minutos después ocho niños iban a estar contándome, desde su alegría y su "como soy un niño, estoy vital aun habiendo dormido tres minutos esta noche", sus regalos de reyes. Yo hubiera preferido freírme los testículos a 200 grados, pero son efectos colaterales de ser maestro.
Y así, china chana, ha ido pasando la semana. El jueves y hoy viernes han sido ya mejores, con el ritmo más o menos recuperado; sin embargo, los despertares han sido horribles, y desde aquí lanzo un llamamiento ante el estupor que me provocan los pensamientos tan bestialmente negativos con que me levanto en días así. Afirmo en serio que si yo pronunciara ahora mismo, a lo cual me niego aunque me lancéis bises y trises, lo que se me pasa por la cabeza, creeríais que me faltan dos milímetros y medio para suicidarme o al menos para lanzarme al mundo del ceregumil en lonchas.
Pero, como digo, el ritmo está recuperado, a fuerza de realidad, claro: un niño de tres años que se te mea en el pantalón mientras tú tratas de esforzarte en tu representación de Hocus the Dinocroc en inglés, al día siguiente que se te caga en los pantalones, hoy viernes dos madres (las de siempre, ay, dios, yo es que las ahorcaría tan magistralmente) diciendo que prefiere que su hijo almuerce un sunny y un bollycao que una pieza de fruta; y yo, que propuse asociar un tipo de almuerzo diferente con cada día de la semana en favor de sus hijos y cuya idea cualquier pediatra y persona no subnormal apoyaría, miro la jeta de las señoras y pienso: pues vale, lo que queráis, a mí me pagan igual y llega el finde, así que sí, hínchalo a chocolate, y que te engorde todavía más la criatura, hija.
Creedme, lo peor de ser maestro no son los niños, sino los padres; y también, añado, los regresos de las vacaciones.
Que claro, como tenemos tantas, cualquiera va a quejarse salvo en un humilde blog...
5 comentarios:
Vale Vale! ya lo he pillado, pero es que soy nueva en estas lides. A lo que se añade mi despiste habitual.
Cuando leo tus quejas y pienso lo mucho que estoy estudiando para ser profe de adolescentes se me quitan las ganas de to.
Besos hermoso
Je, no me extraña...
Yo hablo, claro está, desde mi punto de vista desgraciadamente elitista de nene con trabajo forever, pero te aseguro que es realmente muy duro no poder quejarse (porque claro, eres un privilegiado) cuando te suceden las cosas que he contado o por ejemplo al empezar a trabajar, comprobar in situ lo duro que es, lo imposible que resulta hacer todo lo que deberías y tener que sonreír cuando estás agobiado y asqueado por problemas o preocupaciones laborales y la gente se limita a decirte que vives como un cabrón de bien -como si te hubiera tocado el premio Nescafé de chochocientos euros al mes para toda la vida en lugar de estar ganándotelo-.
Tienes razón, y es que del trabajo de profesor la gente sólo ve las vacaciones. En fin, paciencia que espero ser colega tuya y así podremos consolarnos juntos.
Besos
La gente que no somos nosotros suele ser subnormal. A veces me da por pensar si ellos que no son nosotros opinan lo mismo de nosotros que no somos ellos. ¿Y Franco? ¿Qué opina Franco?
Franco opina francamente. Vamos, sólo faltaba.
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