Pensando en el viaje, sin duda tengo un buen recuerdo del castillo de San Jorge. Es difícil olvidarlo porque hay que caminar cuesta arriba mucho rato hasta llegar a él –normal si se pretendía, años ha, que tal edificación pudiese servir como puesto de vigilancia-.

Pero además, porque desde él, o más exactamente desde una gran explanada llena de árboles y algunas estatuas, pudimos ver llegar el año dos mil ocho rodeados de gente desconocida de diversas nacionalidades –hasta polacos, además de Leszek- y de fuegos artificiales. Había cierta decoración para la ocasión:

En aquel país es una hora menos que en España; me habría encantado recibir vuestros mensajes felicitándome el año nuevo una hora antes de que yo llegase a él, pero si tuvisteis el detalle nunca los recibiré pues me robaron el móvil al subirme en un autobús. Lo llevaba en mal sitio, un bolsillo de la mochila; sin embargo, solía girar ésta para tener el bolsillo a la vista siempre que viajaba en metro, bus o tranvía, así que si se hicieron con el teléfono fue porque, quién sabe si a idea, me vi apelotonado entre una muchedumbre e incapaz de realizar el giro de la mochila que pretendía. No tengo prueba alguna de que me lo robasen en ese momento, pero Leszek vio algo raro y llegamos a la conclusión de que había ocurrido entonces.
Pero no quiero manchar el viaje a Lisboa con el tema del robo. No quise enfadarme porque no valía para nada hacerlo y, en fin, ahora tengo móvil nuevo y me gusta más que el anterior. :)
Como podéis imaginar, también había mucha decoración navideña por toda la ciudad. Destacaba sobre todo el centro neurálgico, que se encuentra en la parte sur y derrochaba iluminación por los cuatro costados.

Se puede decir que llego al final del relato. Ya vale, ya vale.
Vimos más cosas de las que puedo enseñar por fotos y contaros en más parrafadas. Pero me falta paciencia para recurrir a la guía de viaje y poder facilitaros los nombres exactos de todas las cosas. Puedo decir que hay palacios que merecen la pena

y que se trata de una ciudad donde hay zonas de sobra para ir a darse paseos y encontrar rincones interesantes –jardines, cementerios, plazas-, siempre con una mínima preparación basada en la guía, claro, ¡si no uno se arriesga a andar una hora en cuesta para nada!
En fin, hasta aquí he llegado. La cosa terminó algo abruptamente, ya que Leszek se marchó del hostal a las cinco de la mañana para despegar a las seis y yo, sin poderme despedir de él por eso, abandoné la habitación cinco horas más tarde.
Ambos regresamos sanos y salvos a nuestros hogares. Por una vez, y sin que sirva de precedente, mencionaré que el vuelo me costó muy poco y, especialmente a la vuelta, fue muy grato: grato de gratuito, porque por todo el morro comí un hojaldre relleno, dos lonchas de jamón con olivas, un trozo de queso, un pequeño pastel, un refresco y un café. Con Iberia.
¡¡Ya estáis yendo pallí, a Portugal, esa cercana desconocida!

Pero además, porque desde él, o más exactamente desde una gran explanada llena de árboles y algunas estatuas, pudimos ver llegar el año dos mil ocho rodeados de gente desconocida de diversas nacionalidades –hasta polacos, además de Leszek- y de fuegos artificiales. Había cierta decoración para la ocasión:
En aquel país es una hora menos que en España; me habría encantado recibir vuestros mensajes felicitándome el año nuevo una hora antes de que yo llegase a él, pero si tuvisteis el detalle nunca los recibiré pues me robaron el móvil al subirme en un autobús. Lo llevaba en mal sitio, un bolsillo de la mochila; sin embargo, solía girar ésta para tener el bolsillo a la vista siempre que viajaba en metro, bus o tranvía, así que si se hicieron con el teléfono fue porque, quién sabe si a idea, me vi apelotonado entre una muchedumbre e incapaz de realizar el giro de la mochila que pretendía. No tengo prueba alguna de que me lo robasen en ese momento, pero Leszek vio algo raro y llegamos a la conclusión de que había ocurrido entonces.
Pero no quiero manchar el viaje a Lisboa con el tema del robo. No quise enfadarme porque no valía para nada hacerlo y, en fin, ahora tengo móvil nuevo y me gusta más que el anterior. :)
Como podéis imaginar, también había mucha decoración navideña por toda la ciudad. Destacaba sobre todo el centro neurálgico, que se encuentra en la parte sur y derrochaba iluminación por los cuatro costados.

Se puede decir que llego al final del relato. Ya vale, ya vale.
Vimos más cosas de las que puedo enseñar por fotos y contaros en más parrafadas. Pero me falta paciencia para recurrir a la guía de viaje y poder facilitaros los nombres exactos de todas las cosas. Puedo decir que hay palacios que merecen la pena
y que se trata de una ciudad donde hay zonas de sobra para ir a darse paseos y encontrar rincones interesantes –jardines, cementerios, plazas-, siempre con una mínima preparación basada en la guía, claro, ¡si no uno se arriesga a andar una hora en cuesta para nada!
En fin, hasta aquí he llegado. La cosa terminó algo abruptamente, ya que Leszek se marchó del hostal a las cinco de la mañana para despegar a las seis y yo, sin poderme despedir de él por eso, abandoné la habitación cinco horas más tarde.
Ambos regresamos sanos y salvos a nuestros hogares. Por una vez, y sin que sirva de precedente, mencionaré que el vuelo me costó muy poco y, especialmente a la vuelta, fue muy grato: grato de gratuito, porque por todo el morro comí un hojaldre relleno, dos lonchas de jamón con olivas, un trozo de queso, un pequeño pastel, un refresco y un café. Con Iberia.
¡¡Ya estáis yendo pallí, a Portugal, esa cercana desconocida!

1 comentario:
Pues nada, lo apunto en milista de futuribles, mas que nada por lo de las cuestas. POr cierto ¿Leszek siempre posa en las fotos un poco abierto de piernas, no? je,je
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