Los dos primeros días sirvieron para tener una impresión general de la ciudad y observar cómo nos desenvolvíamos Leszek y yo juntos en todos los sentidos: charlando, decidiendo a dónde ir, organizándonos para hacer la compra y cocinar, etc. Prácticamente durante todo el viaje, y desde un principio, la convivencia fue muy buena, me atrevería a decir que ante todo por mérito de él, una persona sencilla, asertiva, "easy going" como se dice a veces, con la que me parece bastante difícil llevarse mal. Quedó claro enseguida que ambos éramos de la opinión de no matarnos por visitar hasta el último rincón de la ciudad y que las tremendas caminatas que, a pesar de ello, nos terminábamos dando justificaban de sobra levantarse a las diez y pico de la mañana como pronto. De ese modo, aunque estuvimos siete días en Lisboa en teoría, el primero y el último no deben contarse pues sirvieron tan solo para viajar, y los cinco reales cundieron algo menos de lo posible debido a semejante parsimonia para despertarnos. Lisboa ha sido una cura de sueño fundamentalmente.

Ésta es una pareja alemana que conocimos en el hostal. Sé perfectamente que nos dijeron sus nombres, pero jamás podré recordarlos. Se supone que eran pareja, aunque oficialmente nunca dieron muestras cariñosas o conversacionales aclaratorias. Las cejas de la chica eran tan rubias que parecían artificiales y poco resistentes a un rascado de uña. Leszek habla alemán y, aunque tuvo la gran deferencia de pedirles que hablásemos en inglés para no quedarme marginado, en alguna ocasión usaron ese idioma; situación en la que me habría encantado, claro, saber hablar alemán. Pero por ahora sigo convencido de que no me gusta cómo suena, la verdad, y si algún día oso aprenderlo creo que será más por puro afán de superación, benditas y asquerosas declinaciones, que por verdadero interés de utilizarlo.
Teníamos prevista alguna que otra salida fuera de Lisboa, pero, como digo, nuestros antimadrugones dejaron pronto claro que los cinco días iban a cundir relativamente. No se olvide, además, que a las seis era de noche y todo empezaba a estar cerrado. Por si eso fuera poco, debíamos contar con que en Nochevieja los museos, palacios, etc. iban a estar cerrados o a ser cerrados antes de lo habitual, y que en Año Nuevo no abrirían; así que decidimos ir a Sintra, y a ningún sitio más fuera de Lisboa, el tercer día de viaje. Cascais se nos pasó por la cabeza, pero esta pareja alemana fue y, aunque les gustó, por lo que contaron nos dio la sensación de que aparte de un paisaje de costa precioso poco más había; y en fin, para ver agua mansa ya teníamos Lisboa y el Tajo al lado.
A Sintra se va en un tren y cuesta tres cuartos de hora. El fotologgero Nekokun ya me había recomendado que visitara esta ciudad y no sin razón, pues merece la pena. Tiene paseos y tiendas interesantes, así como palacios muy bonitos.

La Quinta da Regaleira, del siglo XIX, fue la que más nos gustó. Aparte del palacete de la foto y capillas anejas, la frondosa vegetación, las grutas oscuras (en las que nos aventuramos porque tengo la costumbre de llevar una linterna en mi mochila), los lagos interiores, las torres y los pozos hacían del lugar algo mágico. La antesala de los dioses, la logia, la entrada de los guardianes o el pozo de la iniciación son algunos de los nombres de lo que allí puede encontrarse, con referencias a los templarios de la orden de cristo, a Virgilio, a Dante y a muchas cosas más.


Nos dejamos de ver algunas cosas en Sintra, por varias razones. La primera, nuestra pachorra madrugadora; la segunda, la desgana de la chica de información turística, que aseguró que toda la información sobre el lugar estaba en los folletos, y dejó al albur de, no sé, los dioses portugueses que adivinásemos a cuánta distancia estaban los palacios y cuáles eran los buses más idóneos para visitarlos (a uno, sin bus, se tardaba una hora andando cuesta arriba en llegar, eso se avisa); la tercera, lo escondidas que estaban algunas paradas de bus; y la cuarta, el cansancio que llevábamos de andar tanto. Mis agujetas el segundo día eran de órdago, aunque es cierto que no hay nada como ignorarlas para superarlas en unas horas.
Pero no importa. Soy algo escéptico respecto a la costumbre o tradición que dice que ser turista es igual a ver edificios y museos que, en un día cualquiera, no habrían llamado demasiado nuestra atención –por andar estresados trabajando, por indiferencia natural o por costumbre; pensad si no en los edificios de vuestra ciudad-. Así que no pasa nada porque dejásemos cosas de ver; la gracia del viaje era conocernos y, ya de paso, recorrernos los sitios en general, más que entrar en todos los edificios interesantes. Por mi parte, busqué de paso hacer fotos bonitas.

Siempre digo que debería trabajar de profesor de español para extranjeros… Con Leszek aprovechábamos los trayectos largos, más que nada en bus o algunos en tranvía, para resolver dudas que él me planteaba sobre nuestro idioma o para, por iniciativa popular –o sea, mía-, enseñarle algunas frases hechas y refranes, que considero que es lo que mejor puede enseñar un nativo. Donde no hay mata no hay patata, no tener abuela, cría cuervos y te sacarán los ojos, nunca digas “de este agua no beberé”… fueron algunas de las cosas que fui anotando para él. Me encantó hacerlo, me gusta mucho reflexionar sobre mi propio idioma, y si además se encuentran parecidos con el idioma polaco, genial.
Lo curioso del viaje en lo que a lingüística se refiere es que, cuando andábamos planteándonos este viaje charlando por internet, le comenté a Leszek que lo que menos me gustaba de visitar Portugal es que iba a ir al extranjero y no iba a utilizar el inglés tan apenas, dado el parecido entre los idiomas de ese país y el nuestro. Él dijo que podríamos hablar en inglés, y le dije que bueno, que podríamos hacerlo; pero entendí que hablaríamos en inglés con los portugueses. Y cuando nos encontramos allí al principio y le saludé en español me dijo “No, no, quedamos en hablar en inglés”. Él había supuesto que lo hablaríamos entre nosotros, lo cual a él no le importaba porque habla (también) inglés y quiere mejorarlo; me pareció una coña plantarme en Portugal con alguien polaco y hablar inglés siendo yo español, así que no le aclaré el malentendido y no usamos el español nunca salvo durante las clases improvisadas ya mencionadas.
Qué originalitos que somos.
(CONTINUARÁ).
Ésta es una pareja alemana que conocimos en el hostal. Sé perfectamente que nos dijeron sus nombres, pero jamás podré recordarlos. Se supone que eran pareja, aunque oficialmente nunca dieron muestras cariñosas o conversacionales aclaratorias. Las cejas de la chica eran tan rubias que parecían artificiales y poco resistentes a un rascado de uña. Leszek habla alemán y, aunque tuvo la gran deferencia de pedirles que hablásemos en inglés para no quedarme marginado, en alguna ocasión usaron ese idioma; situación en la que me habría encantado, claro, saber hablar alemán. Pero por ahora sigo convencido de que no me gusta cómo suena, la verdad, y si algún día oso aprenderlo creo que será más por puro afán de superación, benditas y asquerosas declinaciones, que por verdadero interés de utilizarlo.
Teníamos prevista alguna que otra salida fuera de Lisboa, pero, como digo, nuestros antimadrugones dejaron pronto claro que los cinco días iban a cundir relativamente. No se olvide, además, que a las seis era de noche y todo empezaba a estar cerrado. Por si eso fuera poco, debíamos contar con que en Nochevieja los museos, palacios, etc. iban a estar cerrados o a ser cerrados antes de lo habitual, y que en Año Nuevo no abrirían; así que decidimos ir a Sintra, y a ningún sitio más fuera de Lisboa, el tercer día de viaje. Cascais se nos pasó por la cabeza, pero esta pareja alemana fue y, aunque les gustó, por lo que contaron nos dio la sensación de que aparte de un paisaje de costa precioso poco más había; y en fin, para ver agua mansa ya teníamos Lisboa y el Tajo al lado.
A Sintra se va en un tren y cuesta tres cuartos de hora. El fotologgero Nekokun ya me había recomendado que visitara esta ciudad y no sin razón, pues merece la pena. Tiene paseos y tiendas interesantes, así como palacios muy bonitos.
La Quinta da Regaleira, del siglo XIX, fue la que más nos gustó. Aparte del palacete de la foto y capillas anejas, la frondosa vegetación, las grutas oscuras (en las que nos aventuramos porque tengo la costumbre de llevar una linterna en mi mochila), los lagos interiores, las torres y los pozos hacían del lugar algo mágico. La antesala de los dioses, la logia, la entrada de los guardianes o el pozo de la iniciación son algunos de los nombres de lo que allí puede encontrarse, con referencias a los templarios de la orden de cristo, a Virgilio, a Dante y a muchas cosas más.
Nos dejamos de ver algunas cosas en Sintra, por varias razones. La primera, nuestra pachorra madrugadora; la segunda, la desgana de la chica de información turística, que aseguró que toda la información sobre el lugar estaba en los folletos, y dejó al albur de, no sé, los dioses portugueses que adivinásemos a cuánta distancia estaban los palacios y cuáles eran los buses más idóneos para visitarlos (a uno, sin bus, se tardaba una hora andando cuesta arriba en llegar, eso se avisa); la tercera, lo escondidas que estaban algunas paradas de bus; y la cuarta, el cansancio que llevábamos de andar tanto. Mis agujetas el segundo día eran de órdago, aunque es cierto que no hay nada como ignorarlas para superarlas en unas horas.
Pero no importa. Soy algo escéptico respecto a la costumbre o tradición que dice que ser turista es igual a ver edificios y museos que, en un día cualquiera, no habrían llamado demasiado nuestra atención –por andar estresados trabajando, por indiferencia natural o por costumbre; pensad si no en los edificios de vuestra ciudad-. Así que no pasa nada porque dejásemos cosas de ver; la gracia del viaje era conocernos y, ya de paso, recorrernos los sitios en general, más que entrar en todos los edificios interesantes. Por mi parte, busqué de paso hacer fotos bonitas.
Siempre digo que debería trabajar de profesor de español para extranjeros… Con Leszek aprovechábamos los trayectos largos, más que nada en bus o algunos en tranvía, para resolver dudas que él me planteaba sobre nuestro idioma o para, por iniciativa popular –o sea, mía-, enseñarle algunas frases hechas y refranes, que considero que es lo que mejor puede enseñar un nativo. Donde no hay mata no hay patata, no tener abuela, cría cuervos y te sacarán los ojos, nunca digas “de este agua no beberé”… fueron algunas de las cosas que fui anotando para él. Me encantó hacerlo, me gusta mucho reflexionar sobre mi propio idioma, y si además se encuentran parecidos con el idioma polaco, genial.
Lo curioso del viaje en lo que a lingüística se refiere es que, cuando andábamos planteándonos este viaje charlando por internet, le comenté a Leszek que lo que menos me gustaba de visitar Portugal es que iba a ir al extranjero y no iba a utilizar el inglés tan apenas, dado el parecido entre los idiomas de ese país y el nuestro. Él dijo que podríamos hablar en inglés, y le dije que bueno, que podríamos hacerlo; pero entendí que hablaríamos en inglés con los portugueses. Y cuando nos encontramos allí al principio y le saludé en español me dijo “No, no, quedamos en hablar en inglés”. Él había supuesto que lo hablaríamos entre nosotros, lo cual a él no le importaba porque habla (también) inglés y quiere mejorarlo; me pareció una coña plantarme en Portugal con alguien polaco y hablar inglés siendo yo español, así que no le aclaré el malentendido y no usamos el español nunca salvo durante las clases improvisadas ya mencionadas.
Qué originalitos que somos.
(CONTINUARÁ).
2 comentarios:
Voy leyendo entre líneas tus relatadas vacaciones y van surgiendo respuestas a mis ansiosas preguntas. Mañana prepárate para el interrogatorio final.
Y de paso me cuentas sobre Portugal. Por lo dicho hasta ahora y las frustadas veces que me he planteado visitarlo, creo que del 2008 no pasa.
Yo también me planteé lo de ser profe de español para extranjeros durante un tiempo, sobretodo cuando un día esperando para empezar la clase de japonés, Mayumi nos enseñó su libro de español y fui la única en contestar correctamente a las preguntas sobre conjugaciones de verbos y vocabulario. En alemán me pasaba igual con la sintaxis, es muy triste tenerle que explicar a tus compañeros de clase la diferencia entre un complemento directo y un indirecto.
Respecto a las fotos, me ha molado la del arbol y las abueletas.
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