Soy consciente de que desde hace tiempo le debo un post a mi (ex) grupo de teatro. Tampoco será hoy, porque quiero reunir la inspiración adecuada. Por ahora me limitaré a decir que es curioso cómo lo que más me inspira a la hora de escribir es la gente que conozco. Suena lógico, claro, pero resulta que lo que más me gusta de lo que he escrito, o al menos lo escrito con más gracia e inspiración, ha estado basado tan directamente en gente real que ellos han salido a menudo con sus mismos nombres (véase la saga Titanic, con esos dos preciosos tochos de centenas de páginas). La palma se la lleva el personaje de Dorothy (Cárol) y varios de mi (ex) grupo de teatro. Os dejo a continuación con un inicio de obra de teatro que en alguna ocasión escribí, que se quedó en eso, en intentona, y en la que salen los citados actores. Imaginarme a sus protagonistas diciendo eso a su estilo y al público asistiendo a semejantes chorradas, me encanta. Probablememente a quienes les haga más gracia sea a quienes salen, desde luego... ;)
“HUBO UN AVIÓN QUE HIZO DIANA EN EL PILAR DE LAS TORRES GEMELAS”
(Se hace la luz poco a poco en el escenario. Se observa a un individuo en la parte delantera; sostiene en alto, muy concentrado, un teléfono móvil. Tras unos segundos de silencio, suena “Frosti”, de Björk, durante más de treinta segundos, y después se interrumpe bruscamente. El individuo desciende ligeramente el brazo que sostiene el móvil y se dirige al público tras un nuevo silencio.)
JORGE: Acabo de bajármela de Internet. Es una nueva melodía para mi teléfono móvil. Aplausos.
(El público aplaude).
JORGE: No quisiera comenzar esta pequeña representación sin presentarme, porque es obvio que representar sin presentar antes es por lógica imposible. Con todos ustedes (se echa a un lado), y sólo durante el día de hoy, el increíble, el inigualable, el impredecible... ¡Jorge!
(Jorge sale del escenario y vuelve a entrar contento y saludando a la audiencia sin importarle que ésta aplauda esta vez o no.)
JORGE: Disculpen que no deje de toser en ningún momento. Bien, el asunto del que me gustaría hablarles es el siguiente. Todos ustedes han sufrido conjuntivitis en algún momento de sus vidas. Unos a los ocho años, otros a los nueve, los que menos a los diez... Estaban tranquilamente en clase, lanzando avioncitos de papel, cuando en la hora de matemáticas el profesor de repente dijo: “Hoy explicaremos los conjuntos”. Y durante más de tres semanas no dejaron de oír hablar acerca de conjuntos unidos, de a unión b, de a intersección c, de a unión b unión c...
(Salen Laura, Fabio, Alonso y Sara. Miran a Jorge, que hace de profesor. Uno de ellos tira un avión de papel.)
JORGE: Hoy explicaremos los conjuntos.
SARA: Mierda.
(Se van los alumnos.)
JORGE: Sin que ustedes se diesen cuenta, acababan de dar un paso hacia la madurez. Nunca volverían a ser los mismos que eran antes de conocer esos conceptos matemáticos. Desde ese día, iban a ser incapaces de concebir la vida sin conjuntarlo todo. Mamá, ¿te has fijado en que en la nevera está el conjunto de los alimentos? Papá, ¿sabes que en el botiquín está el conjunto de las medicinas? Abuelito, ¿sabes que en el cementerio está el conjunto de los muertos? A veces te miraban raro o te pegaban dos hostias, pero es que era contagioso lo de conjuntar. Mi abuela, que era muy rácana, con juntar dos pesetas ya era feliz. ¡Y parecía que no tenía estudios! Bien, ésta va a ser la historia de un chico que, después de madurar, llegó al instituto y... vivió algunas experiencias. Esperamos que el conjunto de espectadores lo disfrute.
(Jorge se va. Al mismo tiempo aparece Fabio, que se coloca donde estaba aquél.)
FABIO: Yo seré el chico maduro. Es porque doy el tipo de hombre serio. Pero antes de empezar quiero saludar a mi madre, que me estará viendo, a todos mis amigos, a todos los espectadores que cumplirán años dentro de una hora y, en especial, por supuesto, a mi profesor de matemáticas. (Saca un papel del bolsillo). Sepan ustedes que está terminantemente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin el expreso consentimiento del autor. Hala. (Tose y vuelve a toser). Cuando yo llegué al instituto era un joven diáfano. Diáfano. Nadie me veía, no hablaba con nadie, curioseaba por todos los rincones... Era feliz con mi vida autista. Pero hubo una chica que me hizo salir de mi cascarón.
(Se hace una luz y está Sara de pie, mirando al público, a ser posible sin reírse.)
FABIO: Su nombre era Sara, aunque por supuesto ella no tenía la culpa. No es que su nombre no me gustara; es que simplemente ella no tenía la culpa. La chica me cautivó; no por su físico, porque nunca me han gustado las chicas altas y rubias, ni tampoco por su personalidad, pues nunca me fijo en las mamas. En realidad no me cautivó por nada, salvo por una cosa: por su carácter despistado. Sara vivía siempre en las nubes, y si eso era así, no era muy distinto de mi carácter diáfano. Así que intuí que teníamos algo en común.
(Salen dos personas y dejan dos sillas, en las que se sientan Fabio y Sara)
SARA (leyendo una hoja de papel): Nos han jodido la vida, pero bien jodida. Encima de matar a nuestro hijo, no nos dicen dónde han dejado el cadáver.
FABIO: Un día, en la hora de ética, a Sara le tocó leer una noticia del periódico. Habían asesinado a Néstor, un chico de trece años, y sus padres pedían que los asesinos, que habían sido detenidos por otros crímenes y habían confesado, les informaran del paradero de su hijo.
SARA (que ha dejado de leer y ahora vuelve a hacerlo): Esas fueron las palabras de Domingo, padre de Néstor. Afortunadamente, y para alegría de los familiares, el sufrimiento se terminó cuando tres días más tarde un pastor encontraba el cadáver del muchacho detrás de unos arbustos.
FABIO: Me encandilé del modo en que leyó lo de que encontrar el cuerpo sin vida de tu hijo es igual que dejar de sufrir. Cualquier otra persona se habría detenido extrañada, pero Sara no. Sara leía.
SARA: Los padres acudieron al tanatorio para asegurarse de que se trataba de su hijo. A la salida del recinto pudieron confirmar a los periodistas la triste noticia. Se había acabado la esperanza para ellos. En el número de mañana de nuestro periódico les comunicaremos cuáles han sido los resultados obtenidos tras la autopista.
FABIO: En ese momento yo me partí de risa con todas mis ganas. Sólo ella, supersara, podría haber dicho autopista en un momento como aquel.
SARA: Sólo yo, súpersara, podría haberlo dicho.
FABIO: Sólo ella.
SARA: Pero es que además lo dije.
(Se apaga la luz de Sara, que puede optar entre irse de escena o hacerse un dedo mismamente).
FABIO: Después de esa tontería supe que la quería conocer. Siempre he tenido debilidad por la gente que parece despistada. Así que empecé a pensar en una manera de entrarle que no quedara muy artificial.
(Sale Laura devorando una piruleta. Fabio la mira.)
FABIO: Oye, ¿qué haces aquí?
LAURA: La fotosíntesis. (Silencio). Estoy chupando una piruleta.
FABIO: ¿Por qué?
LAURA: Porque tú estás chupando escena todo lo que quieres.
FABIO: Pero es que yo...
LAURA: Sí, ya lo sé: eres el protagonista.
FABIO: Largo de aquí.
(Se hace la luz poco a poco en el escenario. Se observa a un individuo en la parte delantera; sostiene en alto, muy concentrado, un teléfono móvil. Tras unos segundos de silencio, suena “Frosti”, de Björk, durante más de treinta segundos, y después se interrumpe bruscamente. El individuo desciende ligeramente el brazo que sostiene el móvil y se dirige al público tras un nuevo silencio.)
JORGE: Acabo de bajármela de Internet. Es una nueva melodía para mi teléfono móvil. Aplausos.
(El público aplaude).
JORGE: No quisiera comenzar esta pequeña representación sin presentarme, porque es obvio que representar sin presentar antes es por lógica imposible. Con todos ustedes (se echa a un lado), y sólo durante el día de hoy, el increíble, el inigualable, el impredecible... ¡Jorge!
(Jorge sale del escenario y vuelve a entrar contento y saludando a la audiencia sin importarle que ésta aplauda esta vez o no.)
JORGE: Disculpen que no deje de toser en ningún momento. Bien, el asunto del que me gustaría hablarles es el siguiente. Todos ustedes han sufrido conjuntivitis en algún momento de sus vidas. Unos a los ocho años, otros a los nueve, los que menos a los diez... Estaban tranquilamente en clase, lanzando avioncitos de papel, cuando en la hora de matemáticas el profesor de repente dijo: “Hoy explicaremos los conjuntos”. Y durante más de tres semanas no dejaron de oír hablar acerca de conjuntos unidos, de a unión b, de a intersección c, de a unión b unión c...
(Salen Laura, Fabio, Alonso y Sara. Miran a Jorge, que hace de profesor. Uno de ellos tira un avión de papel.)
JORGE: Hoy explicaremos los conjuntos.
SARA: Mierda.
(Se van los alumnos.)
JORGE: Sin que ustedes se diesen cuenta, acababan de dar un paso hacia la madurez. Nunca volverían a ser los mismos que eran antes de conocer esos conceptos matemáticos. Desde ese día, iban a ser incapaces de concebir la vida sin conjuntarlo todo. Mamá, ¿te has fijado en que en la nevera está el conjunto de los alimentos? Papá, ¿sabes que en el botiquín está el conjunto de las medicinas? Abuelito, ¿sabes que en el cementerio está el conjunto de los muertos? A veces te miraban raro o te pegaban dos hostias, pero es que era contagioso lo de conjuntar. Mi abuela, que era muy rácana, con juntar dos pesetas ya era feliz. ¡Y parecía que no tenía estudios! Bien, ésta va a ser la historia de un chico que, después de madurar, llegó al instituto y... vivió algunas experiencias. Esperamos que el conjunto de espectadores lo disfrute.
(Jorge se va. Al mismo tiempo aparece Fabio, que se coloca donde estaba aquél.)
FABIO: Yo seré el chico maduro. Es porque doy el tipo de hombre serio. Pero antes de empezar quiero saludar a mi madre, que me estará viendo, a todos mis amigos, a todos los espectadores que cumplirán años dentro de una hora y, en especial, por supuesto, a mi profesor de matemáticas. (Saca un papel del bolsillo). Sepan ustedes que está terminantemente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin el expreso consentimiento del autor. Hala. (Tose y vuelve a toser). Cuando yo llegué al instituto era un joven diáfano. Diáfano. Nadie me veía, no hablaba con nadie, curioseaba por todos los rincones... Era feliz con mi vida autista. Pero hubo una chica que me hizo salir de mi cascarón.
(Se hace una luz y está Sara de pie, mirando al público, a ser posible sin reírse.)
FABIO: Su nombre era Sara, aunque por supuesto ella no tenía la culpa. No es que su nombre no me gustara; es que simplemente ella no tenía la culpa. La chica me cautivó; no por su físico, porque nunca me han gustado las chicas altas y rubias, ni tampoco por su personalidad, pues nunca me fijo en las mamas. En realidad no me cautivó por nada, salvo por una cosa: por su carácter despistado. Sara vivía siempre en las nubes, y si eso era así, no era muy distinto de mi carácter diáfano. Así que intuí que teníamos algo en común.
(Salen dos personas y dejan dos sillas, en las que se sientan Fabio y Sara)
SARA (leyendo una hoja de papel): Nos han jodido la vida, pero bien jodida. Encima de matar a nuestro hijo, no nos dicen dónde han dejado el cadáver.
FABIO: Un día, en la hora de ética, a Sara le tocó leer una noticia del periódico. Habían asesinado a Néstor, un chico de trece años, y sus padres pedían que los asesinos, que habían sido detenidos por otros crímenes y habían confesado, les informaran del paradero de su hijo.
SARA (que ha dejado de leer y ahora vuelve a hacerlo): Esas fueron las palabras de Domingo, padre de Néstor. Afortunadamente, y para alegría de los familiares, el sufrimiento se terminó cuando tres días más tarde un pastor encontraba el cadáver del muchacho detrás de unos arbustos.
FABIO: Me encandilé del modo en que leyó lo de que encontrar el cuerpo sin vida de tu hijo es igual que dejar de sufrir. Cualquier otra persona se habría detenido extrañada, pero Sara no. Sara leía.
SARA: Los padres acudieron al tanatorio para asegurarse de que se trataba de su hijo. A la salida del recinto pudieron confirmar a los periodistas la triste noticia. Se había acabado la esperanza para ellos. En el número de mañana de nuestro periódico les comunicaremos cuáles han sido los resultados obtenidos tras la autopista.
FABIO: En ese momento yo me partí de risa con todas mis ganas. Sólo ella, supersara, podría haber dicho autopista en un momento como aquel.
SARA: Sólo yo, súpersara, podría haberlo dicho.
FABIO: Sólo ella.
SARA: Pero es que además lo dije.
(Se apaga la luz de Sara, que puede optar entre irse de escena o hacerse un dedo mismamente).
FABIO: Después de esa tontería supe que la quería conocer. Siempre he tenido debilidad por la gente que parece despistada. Así que empecé a pensar en una manera de entrarle que no quedara muy artificial.
(Sale Laura devorando una piruleta. Fabio la mira.)
FABIO: Oye, ¿qué haces aquí?
LAURA: La fotosíntesis. (Silencio). Estoy chupando una piruleta.
FABIO: ¿Por qué?
LAURA: Porque tú estás chupando escena todo lo que quieres.
FABIO: Pero es que yo...
LAURA: Sí, ya lo sé: eres el protagonista.
FABIO: Largo de aquí.
LAURA: Zorra. Siempre igual.
3 comentarios:
Tú me odias, ¿no?
No, es que eres una egocéntrica.
Ah, va a ser eso.
Publicar un comentario